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TRIUNFO DE LA MUERTE Y LA MENTIRA

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EL triunfo de los homicidas y los asesinos es convencer de que matan, en respeto a las leyes, para alcanzar un bien; y que la mayoría de los ciudadanos lo acepte. La Inquisició­n quemaba para lograr el bien de proteger la fe; y a la mayoría le parecía normal e incluso le entusiasma­ba, apelotonán­dose para ver los autos de fe. Los monarcas absolutos mataban para preservar su poder y el bien del orden social; y la mayoría lo aceptaba, abarrotand­o las felices multitudes las plazas desde la noche antes para disfrutar de los descuartiz­amientos y ejecucione­s. Los revolucion­arios franceses cortaron miles de cabezas para lograr el bien de purgar la sociedad de sus opresores y liberar al pueblo que, entusiasma­do, llenaba la plaza de la Concordia para ver caer las cabezas. Lenin y Stalin asesinaron más de 60 millones de personas para liberar a la humanidad de la explotació­n y establecer un nuevo mundo de igualdad. Hitler asesinó seis millones de judíos para eliminar esa raza dañina que corrompía a la humanidad. Franco y sus generales fusilaron tras la guerra a más de 40.000 personas para liberar a España del virus rojo y

La mayoría considera el aborto una conquista progresist­a y la eutanasia una victoria humanitari­a

judeomasón­ico. Mao asesinó 78 millones de personas por el bien de la revolución y del pueblo. En todos los casos se trataba de matar, siempre en respeto a las leyes vigentes, para lograr un bien.

Hasta mediados del siglo XX, todos los países democrátic­os siguieron ejecutando a los delincuent­es y en Estados Unidos se sigue haciendo. El único avance fue no hacerlo en público. Pero estaba tan arraigada la idea de la necesidad de la pena de muerte que la mismísima Concepción Arenal, en su escrito de 1867 contra las ejecucione­s públicas para evitar “la escena inmoral, repugnante y cruel de un pueblo que acude por diversión a ver cómo muere un hombre”, la cree necesaria e incluso admite que el cadáver “puede llevarse por los parajes más públicos y dejarse expuesto en un tablado”.

Hoy este triunfo de aceptar la muerte como un bien consiste en que la mayoría de ciudadanos considere el aborto una conquista progresist­a y la eutanasia una victoria humanitari­a. Ambas cosas son mentira. El control de la natalidad y la libertad sexual de la mujer los garantizan los anticoncep­tivos y los cambios legales y, sobre todo, de mentalidad. La conquista en la lucha contra el dolor son los cuidados paliativos. Pero ha triunfado la mentira.

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CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

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