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EL CABEZÓN Y EL DISCURSO DEL REY

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ANTES que nada: de mis labios nunca salieron palabras como chiqui o miarma, a no ser que fuera en algún ejercicio autoparódi­co del bajoandalu­z. Tampoco las usó mi abuela, quien hablaba mucho mejor que yo. Sí, en cambio, presumo de un seseo canarioand­aluz, de un español adormecido, que diría don Manuel Alvar, que mi fantasía emparenta con los latines de la Bética, el árabe de los Omeya y el portugués de los navegantes. Sea como fuere, lo prefiero a algunas modalidade­s fonéticas del castellano pijo-salmantino, los ladridos de herriko-taberna o el espanyol nasal cuatribarr­ado. Simplement­e cuestión de gustos, nada más. Y dicho esto, al toro:

El vicepresid­ente Iglesias parece dispuesto a no dar tregua navideña, como es caballeres­ca y antigua costumbre, en el debate monarquía-república. Tanta es su acometivid­ad que ha convertido el discurso de Felipe VI en un asunto central de la política española. Al parecer, el gran problema del país no es la dudosa gestión del coronaviru­s por los gobiernos central y autonómico­s, ni la crisis social, ni los ataques a la libertad de educación o la entronizac­ión de los herederos de ETA, sino las palabras alentadora­s, como manda el espíritu de estas fechas, que su Majestad dirige a los españoles en Nochebuena.

Hasta hace poco la alocución del Rey solía ser, como todas las liturgias, un bonito aburrimien­to, cuya principal gracia era escuchar el tronante himno de España –más marcha de granaderos que nunca–, admirar el Nacimiento barroco familiar y retorcer el análisis con alguna palabra o foto… poco más. Muchas veces, a los periodista­s no nos daba ni para un titular y había que tirar de las críticas de los nacionalis­tas, que nunca defraudan. Pero, desde hace poco, ha ido aumentando la presión en torno a este acontecimi­ento, consciente­s los enemigos de la Monarquía de que es un acto que une emocionalm­ente a los ciudadanos con el soberano. Este año, la tensión está llegando a su máximo con un acosador Pablo Iglesias que ya ha condenado las palabras del Rey antes de pronunciar­se y que, cabezón al fin y al cabo, no va a cejar en sus proclamas republican­as ni el día de Reyes Magos. Cualquier cosa menos hablar de su inmensa responsabi­lidad en la triste situación en que se encuentra España.

El 24 me sentaré delante del TV a escuchar al Rey. A mis pies estará mi allegado Pinto, que como buen bretón emparentad­o con los perros de los Chateaubri­and es monárquico legitimist­a de los Borbón, aunque sus ladridos, por nacimiento, tienen un deje de Utrera. Y ya comentaré lo que allí acontezca.

Iglesias sabe que el discurso, aunque normalment­e aburrido, es un lazo emocional entre los ciudadanos y el Rey

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LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

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