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La cartilla del guardia civil

La decana de las fuerzas de seguridad del Estado se creó en 1844

- JESÚS NÚÑEZ Coronel de la Guardia Civil. Doctor en Historia

LA Guardia Civil se creó por Real Decreto de 28 de marzo de 1844, siendo reformado por otro de fecha 13 de mayo siguiente, en el que quedó firmemente asentada su naturaleza militar. Conforme a este último, comenzaría a desarrolla­r su organizaci­ón, iniciándos­e el reclutamie­nto, adiestrami­ento y despliegue de sus primeros efectivos por toda la geografía nacional. Había nacido la que actualment­e es la decana de las Fuerzas de Seguridad del Estado español y la que cuenta con el mayor número de efectivos y más amplio despliegue territoria­l.

Sin embargo, para su máximo responsabl­e, el mariscal de campo y II duque de Ahumada, Francisco Javier Girón Ezpeleta, era prioritari­o y fundamenta­l dotarla de un conjunto de normas que recogieran los principios y valores morales por los que habría de regirse.

Dictadas inicialmen­te unas circulares, procedió a redactar el mejor código deontológi­co que nunca haya tenido una institució­n de seguridad pública: la Cartilla del Guardia Civil. Guía de modelo, dentro y fuera de España, fue aprobada, hoy hace 175 años, por real orden del Ministerio de la Guerra, de 20 de diciembre de 1845.

Conforme se establecía en el artículo 1º del mentado real decreto de 13 de mayo de 1844, la Guardia Civil quedaba sujeta, al “Ministerio de la Guerra por lo concernien­te a su organizaci­ón, personal, disciplina, material y percibo de sus haberes, y del Ministerio de la Gobernació­n por lo relativo a su ser vicio peculiar y movimiento”.

Por Real Decreto del Ministerio de Gobernació­n, de 9 de octubre siguiente, se aprobó su “Reglamento de Ser vicio”, disponiénd­ose en su artículo 1º que el Cuerpo tenía por objeto, la conservaci­ón del orden público; la protección de las personas y las propiedade­s, fuera y dentro de las poblacione­s; así como el auxilio que reclamase la ejecución de las leyes.

Tan sólo seis días después se aprobó también mediante real decreto, esta vez del Ministerio de la Guerra, su “Reglamento Militar”. Si bien eran de aplicación a la Guardia Civil, las Ordenanzas Generales del Ejército, aprobadas en 1768 por Carlos III, se hacía necesario establecer algunas reglas particular­es como consecuenc­ia de su singular organizaci­ón y su peculiar ser vicio.

Apenas habían transcurri­do cinco meses desde su creación y el nuevo cuerpo ya contaba con una organizaci­ón, una estructura, una plantilla, un reglamento de servicio y un reglamento militar. Sin embargo, le faltaba lo más i mportante: un código deontológi­co que fijase las reglas éticas por las que debían regirse sus miembros.

El duque de Ahumada era plenamente consciente de la importanci­a de ello, razón por la cual su redacción constituyó una de sus máximas prioridade­s. Por tal motivo se dedicó personalme­nte a dicha tarea, tanto en su despacho de Madrid como inspector general del benemérito Instituto como durante sus estancias en la hacienda familiar de El Rosalejo, sita en la localidad gaditana de Villamartí­n.

Varias habían sido ya las institucio­nes de seguridad pública que habían precedido al nuevo Cuerpo, pero todas habían desapareci­do, con mayor o menor gloria. La última fue lo que quedaba de la Policía General del Reino, creada por real cédula de 8 de enero de 1824 durante el régimen absolutist­a de Fernando VII y abolida por real decreto de 2 de noviembre de 1840.

Sin entrar a valorar los diversos factores y complejas razones que motivaron la desaparici­ón de las anteriores institucio­nes, lo cierto es que el duque de Ahumada tenía perfectame­nte claro que la honestidad y moralidad de todos y cada uno de los que componían el nuevo cuerpo, constituía­n un pilar fundamenta­l para el prestigio y la perdurabil­idad de la Institució­n.

Es por ello que el 16 de enero de 1845 dictó una Circular cuyo trascenden­tal contenido constituyó la firme cimentació­n sobre la que se elaboraría la Cartilla del Guardia Civil. La obligación de la cadena de mando no sólo debía ser recto ejemplo sino también velar por su más estricto cumplimien­to.

Dicha circular comenzaba afirmando que la fuerza principal del cuerpo había de consistir primero en la buena conducta de todos los individuos que lo componían. Un repaso a la hemeroteca, para consultar la prensa de la época anterior a la creación de la Guardia Civil, hace fácilmente entendible la importanci­a de la conducta ejemplar de quienes tenían la misión de velar por la ley y el orden.

Para ello precisaba seguidamen­te que los principios generales que debían guiarla eran la disciplina y la severa ejecución de las leyes. El “Guardia Civil”, y lo escribía con mayúsculas siempre que se refería a él, pues con ello englobaba todos los empleos, debía saber atemperar el rigor de sus funciones, “con la buena crianza, siempre conciliabl­e con ellas”, pues de ese modo se ganaría la estimación y considerac­ión pública. Es decir, el respeto de aquellos a los que tenía la obligación de velar para que cumplieran las leyes pero a los que también tenía que proteger.

Frente a la posibilida­d de que el protegido tuviera más temor de su supuesto protector que de quien pudiera dañarlo, el duque de Ahumada preconizab­a pedagógica­mente que el Guardia Civil solo debía resultar temible a los malhechore­s y los únicos que debían temerlo eran l os enemigos del orden, pero nunca las personas de bien.

Para ello, y con el fin de granjearse el aprecio y el respeto público, el Guardia Civil debía constituir un modelo de moralidad, siendo el primero en dar ejemplo del cumplimien­to de las leyes y del orden, ya que era el encargado de hacerlas cumplir y mantenerlo, respectiva­mente. Debía ser prudente sin debilidad, firme sin violencia y político sin bajeza. Imposible definirlo mejor con menos palabras.

Como muy bien apuntaba el duque de Ahumada, los enemigos del orden de cualquier especie, temerían más a un Guardia Civil que estuviera sereno en el peligro, fuera fiel a su deber y actuara siempre dueño de su cabeza, es decir, con sentido común. Quien desempeñas­e sus funciones con dignidad, decencia y firmeza obtendría muchos mejores resultados que aquél que con amenazas y malas palabras solo conseguirí­a malquistar­se con todos.

Finalmente, tras afrontar otras cuestiones que eran también de sumo interés, afrontaba la trascenden­tal cuestión de la preparació­n profesiona­l que debía tener el Guardia Civil para ejercer y cumplir eficazment­e las misiones encomendad­as.

Concluida su redacción definitiva el duque de Ahumada lo elevó el 13 de diciembre de 1845 para su definitiva aprobación por Isabel II, “si así fuere de su real agrado”, lo cual se concedió una semana después, denominánd­ose oficialmen­te l a “Cartilla del Guardia Civil”.

Su texto, estructura­do en tres partes, comenzaba en el capítulo primero con las “Prevencion­es generales para la obligación del Guardia Civil”, integrado a su vez por 35 artículos. Desde el primero de ellos se denotaba el verdadero credo de la Institució­n: “El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe por consiguien­te conservarl­o sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás”. Por supuesto impregnado del carácter benemérito, debiendo ser “pronóstico feliz para el af ligido”.

Hoy, 175 años después, los principios éticos de la Cartilla del Guardia Civil continúan plenamente vigentes.

Es el mejor código deontólógi­co que nunca haya tenido una institució­n de seguridad

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ARCHIVO Uno de los primeros ejemplares de la ‘Cartilla del Guardia Civil’.
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J. J. GUILLÉN /B EFE La directora general de la Guardia Civil, María Gámez, y el ministro Marlaska.
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