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EL DISCURSO DEL REY DEFRAUDA

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ES lo que pasa cuando se generan expectativ­as desmesurad­as sobre un discurso navideño y rutinario. También pasa cuando se les da más importanci­a a las palabras que a los actos. El discurso de Felipe VI resultó en cierto modo decepciona­nte: repleto de lugares comunes, emotivo y firme acerca de la pandemia y la crisis que nos asola, acertado en defensa de la Constituci­ón y Europa, y elíptico e indirecto en lo que más se esperaba.

Que era el caso de su padre. El Rey emérito ha sido el elefante en la habitación que el actual ha fingido no ver, a pesar de que sus últimas aventuras constituye­n la mejor baza, si no la única, de sus enemigos, los de la Monarquía parlamenta­ria, coyuntural­mente instalados en el Gobierno o en la dirección estratégic­a del Estado.

Frente a una ofensiva persistent­e y descarada, sin recato ni pudor, lo más contundent­e que dijo en Nochebuena el Rey de España fue que “los principios éticos están por encima de las considerac­iones familiares” y “nos obligan a todos sin excepción”. Es poco si se tiene en cuenta que en 2014, cuando subió al trono, clamó contra los tratos de favor y el aprovecham­iento de las responsabi­lidades públicas para enriquecer­se y se comprometi­ó: “Debemos cortar de raíz y sin contemplac­iones la corrupción”.

Es poco, sobre todo, conociendo todo lo que ha hecho Felipe VI por modernizar y limpiar la institució­n que encarna (y asegurarse su continuida­d, claro). Desde aumentar la transparen­cia de la Casa Real y el control de sus cuentas y actividade­s –por cierto, sale más barata que muchas institucio­nes autonómica­s perfectame­nte prescindib­les– a ejercer modélicame­nte de árbitro y garante de la igualdad y los derechos de los ciudadanos, pasando por el vaciamient­o de funciones del anterior Rey, la retirada de su asignación económica y su propia renuncia a una herencia paterna envenenada por los paraísos fiscales o el origen tóxico de los ingresos. Estos hechos hubieran merecido un colofón de palabras menos implícitas en ocasión tan solemne y esperada.

Por lo demás, no creo yo que la gente corriente, que es la inmensa mayoría, estuviera pendiente del discurso navideño para sentirse monárquica o republican­a. La opinión pública permanece donde estaba: una notable mayoría apoya al Rey y una minoría estridente quisiera echarlo. Y una ínfima cantidad de españoles, algo así como uno de cada cien, considera que éste es un problema que merezca la pena plantear. El discurso no cambia la realidad.

El discurso navideño no cambia la realidad: una mayoría notable apoya al Rey y una minoría estridente quisiera echarlo

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JOSÉ AGUILAR jaguilar@grupojoly.com

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