Irlanda, aliviada tras salvar el compromiso del Viernes Santo
Casi cinco años después del shock causado por el referéndum del Brexit, Irlanda respira aliviada. Su principal socio comercial y vecino más próximo, el Reino Unido, abandona la UE con un acuerdo que evita un divorcio salvaje. Desde el comienzo de esta separación, el Gobierno de Dublín ha contado con el apoyo de Bruselas y sus socios comunitarios, pues tenía mucho que perder con una salida desordenada. La solidaridad de los Veintisiete ha servido como una advertencia para Londres, pues dejaba claro que el bloque defendería los intereses de todos sus miembros, incluidos los de una pequeña isla de poco más de 4 millones de habitantes situada en los márgenes del continente. Al mismo tiempo, Bruselas enviaba un mensaje claro a otros socios tentados a seguir el ejemplo de la díscola Albión en tiempos de políticos populistas: “salir del club comunitario no es una tarea fácil”. Por ello, tampoco faltaron voces en Irlanda que decían que, llegado el momento, Bruselas daría prioridad a los intereses generales de la UE sobre los de este país, abriendo incluso la puerta a un debate sobre la conveniencia de su salida del bloque, el utópico Irexit. La primera prueba sobre la solidez de este compromiso llegó con el asunto de la frontera entre la provincia británica de Irlanda del Norte y la República de Irlanda, la única barrera terrestre que quedará en pie entre el Reino Unido y la UE tras el Brexit. Esa divisoria ha permanecido invisible desde la firma de los acuerdo de paz del Viernes Santo, el texto que puso fin al sangriento conflicto norirlandés. La libertad de movimientos entre hermanos del norte y sur de la isla, el tránsito ininterrumpido de bienes y servicios, la ausencia de infraestructuras fronterizas físicas han sido clave para afianzar el proceso democrático.