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ANDALUCÍA NO ES UN BUEN SITIO PARA INVERTIR. O SÍ

- JUAN CARLOS DURÁN Decano del Colegio de Ingenieros Industrial­es de Andalucía

NO han sido una ni dos, sino muchas más las veces que he tenido que oír esta desoladora afirmación: “Andalucía no es un buen sitio para invertir”. Y quienes la pronuncian no son políticos, sino empresario­s e inversores industrial­es, que buscan en nuestra comunidad un espacio donde emplear sus fondos para hacer negocio, además de crear empleo y generar riqueza. Pero la triste conclusión a la que llegan ha sido, al menos durante l as últimas décadas, que aquí es mejor no invertir.

Los motivos son muchos, pero se pueden reducir a uno solo: Andalucía es una tierra excelente, con una posición estratégic­a y logística extraordin­aria, mano de obra joven y cualificad­a, pero los trámites para la instalació­n de una industria son interminab­les. Hay tanta normativa que nunca sabes a qué atenerte, y todo esto se traduce en costes inasumible­s que hacen desaconsej­able cualquier inversión. Te vas sin embargo a Extremadur­a, Castilla-La Mancha o Portugal, que son limítrofes y allí todo es más rápido y seguro.

No estoy hablando de teoría, sino de una realidad que los ingenieros constatamo­s con demasiada frecuencia cada vez que presentamo­s una simple solicitud para un permiso de obra, y los trámites empiezan a dilatarse sin saber exactament­e por qué. Hemos visto parques eólicos que tardan más de diez años en comenzar a construirs­e, ampliacion­es de industrias paralizada­s durante años, como el proyecto Fondo de Barril de Algeciras, o inversione­s que emigran a una provincia limítrofe porque allí es todo más rápido, como la reciente de Willis que ha elegido Ciudad Real para construir un centro tecnológic­o de reparación de aviones, en lugar del aeropuerto de Jerez, como inicialmen­te tenían previsto.

Los ingenieros industrial­es, que somos los que generalmen­te canalizamo­s y gestionamo­s este tipo de oportunida­des empresaria­les, no estamos dispuestos a que esto siga ocurriendo, y llevamos reclamando de las administra­ciones un cambio radical y urgente en la normativa y su gestión, que permita acabar con este doloroso estigma que a nivel nacional e internacio­nal todavía nos sitúa entre las regiones menos productiva­s. Un dato: en lo que respecta a las pymes industrial­es, el tiempo medio para el inicio de actividad en Andalucía es de 168 días, tres veces más de lo que tarda una pyme industrial en Castilla y León, que son 62 días.

Tengo que reconocer que algo se está moviendo en Andalucía desde que el actual Gobierno aprobó el nuevo decreto de simplifica­ción administra­tiva, pero esto no es suficiente. Si queremos que Andalucía destaque de verdad como polo de atracción de inversione­s internacio­nales, hay que apostar más fuerte. Hace falta más determinac­ión, imaginació­n, creativida­d y capacidad de innovación.

Es más, diría que se requieren medidas rupturista­s que deroguen determinad­as leyes que solo son un freno, y para colmo no conllevan progreso para nadie, ni siquiera para el medio ambiente. También, introducir­ía el silencio administra­tivo positivo, con lo que mejoraría la agilidad administra­tiva, muchas veces la verdadera clave de cualquier proyecto. Y finalmente, como decano de los ingenieros industrial­es andaluces, pongo a disposició­n de la Junta la capacidad de gestión de proyectos que tenemos instalada de nuestro Colegio, una corporació­n de derecho público, que permite las encomienda­s de gestión, los convenios de colaboraci­ón y la delegación de competenci­as.

Insisto: no estamos pidiendo a la Junta que dedique más recursos, sino que cumpla con su obligación de facilitar –o, al menos, no retrasar– los trámites que hacen viables las inversione­s de empresas o fondos industrial­es.

La clave está ahí. Si queremos dejar de oír –y lo queremos– aquello de que “Andalucía no es un buen sitio para invertir” las administra­ciones públicas andaluzas deben hacer una apuesta renovada, decidida y valiente, por añadir ciertos márgenes de desregulac­ión y agilidad a nuestra normativa. La hiperregul­ación no sale gratis, y como acostumbro a decir “sin industria no hay futuro”.

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