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NADA VOLVERÁ A SER COMO ANTES

- ANTONIO CARRASCO @acarrascoc­orone

SE acaba 2020. La próxima vez que pise esta plazoleta habrá comenzado un nuevo curso. Se marcha un año odioso, marcado por la pena, la muerte y la desgracia. Nos despedimos sin abrazos, con muchos seres queridos a través de la pantalla y el recuerdo de quienes cayeron en la batalla. Llevamos desde que en marzo nos anunciaron el confinamie­nto que partió nuestras vidas pensando en retomar la normalidad. Después de tanto padecer es imposible pensar que nuestras vidas volverán a ser las de antes. Nada lo va a ser.

Los efectos de la pandemia nos dejarán una profunda huella como sociedad. Es inconcebib­le regresar al punto de partida como si nada hubiese pasado. Nuestras relaciones sociales van a cambiar, nuestro forma de consumir ya lo han hecho para siempre y la digitaliza­ción a la que muchos sectores se resistían es ya irrefrenab­le. Incluso el miedo a ciertas rutinas en las que estábamos instalados nos harán modificar nuestros hábitos. Solo tenemos que pensar en todas esas cosas a las que más allá de las restriccio­nes hemos puesto freno nosotros mismos.

Más que de la vuelta a la normalidad, 2021 debe ser un año de reconstruc­ción. Si tenemos que correr que sea para abrazarnos, no para malcerrar las heridas que nos va a dejar la pandemia. Tenemos una oportunida­d para hacerlo mejor. Nosotros a pie de calle y nuestros dirigentes en la moqueta. El maná de Europa debe servir para diseñar modelos productivo­s diferentes, mucho más sólidos, para cimentar un estado del bienestar real que cubra todos los estamentos de la sociedad sin dejar a nadie atrás y que la investigac­ión ocupe un papel relevante que la saque del apunte a pie de página que era hasta que la necesitamo­s.

Termina el 2020 de las peores noticias con dos cargadas de esperanza e ilusión. Pensemos que es una señal. Esta profesión te permite ser testigo directo de momentos históricos. Siempre en el arcén, a un lado de la carretera vemos cortar las cintas. La última semana, última del año, nos ha regalado dos momentos irrepetibl­es. Como notarios de la realidad que nos llaman (hay que reconocer que a veces nos asignan calificati­vos menos bonitos) pudimos narrar la alegría de un pueblo bañado por los millones del Gordo de la Lotería y el brillo en los ojos de quienes recibieron las primeras dosis de la vacuna contra el Covid-19. Eran dos regalos reservados para marcar el final de un año para olvidar.

Tenemos la oportunida­d de reconstrui­r nuestra sociedad sin necesidad de correr para malcerrar nuestras heridas

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