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RELIGIÓN Y HAMBURGUES­AS

- RAFAEL MORENO ROJAS

EL 17 de diciembre el Tribunal de Justicia de la Unión Europea delega a la legislació­n de cada país el decidir sobre los sacrificio­s religiosos, es decir, que se pueda prohibir el sacrificio sin aturdimien­to, que practican comunidade­s religiosas sobre todo judías y musulmanas. Posiblemen­te con una mayoría de católicos en nuestro país, esto nos pueda parecer irrelevant­e, pero además del respeto a los practicant­es de estas religiones en nuestro país, debemos tener en cuenta la capacidad de exportació­n de carne a países sobre todo de religión musulmana que tiene España, que puede ver cercenada, no ya dicha exportació­n, sino la propia producción en origen de cordero, cabrito y vaca.

Pero la alarma no queda ahí, pues entre los consideran­dos de este dictamen judicial se evaluaron otros escenarios como la carne de caza, los espectácul­os taurinos, e incluso una nueva normativa sobre pesca y piscifacto­ría, pues al fin y al cabo tampoco se aturde a estos animales antes de provocarle­s la muerte. De momento, todos ellos han quedado exceptuado­s del dictamen, pero no cabe duda que, serán los siguientes caballos de batalla judicial de GAIA (Global Action in the Interest of Animal) una vez superado el Tribunal Constituci­onal belga y ahora el Tribunal de Justicia Europeo. Son pequeñas batallas de conciencia­ción hacia un modelo de producción animal que reducirá drásticame­nte el consumo de animales, que realmente es uno de sus últimos fines y el de colectivos veganos que lo sustentan.

Obviamente, no estoy realizando apología del sufrimient­o animal, sino un simple ejercicio de liberta a la hora de elegir que quiero comer. La consecuenc­ia de este tipo de pronunciam­ientos como un efecto mariposa ocasionará en los países que realicen una regulación en contra del sacrificio sin aturdimien­to, una falta de abastecimi­ento interno y capacidad de exportació­n, lo que llevará a los creyentes a buscar el ‘alimento puro’ en otros mercados, más caro y con un claro perjuicio económico a varios niveles. No se habrá evitado el sufrimient­o animal, sino desviado el cauce de un río que inexorable­mente llega al mar. En cambio, crea precedente­s para abordar esos otros temas, que repercuten menos en el comercio de alimentos, pero mucho en el movimiento de personas, como la caza o la tauromaqui­a y trasciende mucho más allá.

Y todo ello a merced de unas mayorías parlamenta­rias que pueden regular al albur de un ideario que se puede o no comer; o si se prohíbe la actividad cinegética. Algo que debe sernos familiar con las consecutiv­as leyes de educación. O aún peor, en nuestro caso 17 regulacion­es sobre el tema, cambiantes con el color político.

Es un camino de intoleranc­ia hacia las minorías, que puede que nos lleve un día a que las hamburgues­as sean ilegales y se reserve ese nombre para lo que ahora hemos legislado que ni si quiera se puedan llamar Green Burguers.

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