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GIBRALTAR ESPAÑOL ( O CASI)

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DECÍA Raúl Morodo que don Juan era un conservado­r inglés. Lo cierto es que, de su formación en la Armada británica, el hijo de Alfonso XIII conservó un afecto sincero por el Reino Unido y el drinking, además de esos tatuajes de dragones en sus antebrazos que le daban un simpático aspecto de lobo de mar. Sin embargo, como alguna vez ha contado Alfonso Ussía, cuando el Conde de Barcelona navegaba gallardo por las aguas del Estrecho, siempre miraba al Peñón y le dedicaba un sonoro corte de mangas a la Union Jack. “Estimo mucho a esa bandera, pero ahí no tiene que estar”, afirmaba nuestro Juan sin Tierra. Puede parecer una borbonada, pero ese rotundo gesto resume el ánimo de muchísimos españoles que, independie­ntemente de la ideología, sentimos como una afrenta la existencia en la costa andaluza de una colonia británica que ya no tiene ninguna justificac­ión.

Cierto es que la reivindica­ción de Gibraltar ha servido en no pocas ocasiones como cortina de humo nacionalis­ta para tapar miserias internas, y que todo exceso de grasa peronista en esta cuestión da hoy un poco de risa. Pero también lo es que, con esa mezcla de alta civilizaci­ón y desahogo extractivo que ha caracteriz­ado al ex imperio inglés, desde la Roca se han cometido no pocas tropelías territoria­les, medioambie­ntales, fiscales.... Es hora de que se ponga un punto final.

La descoloniz­ación de Gibraltar sigue siendo uno de los muchos asuntos pendientes de la agenda de la ONU. Ahora se acaba de dar un paso importante con el principio de acuerdo entre el Reino Unido y España para que, pese al Brexit, el Peñón esté dentro del espacio Schengen, lo que supone la desaparici­ón de la verja y el control por parte de España de las fronteras exteriores. Todo un logro de nuestra diplomacia y de su jefa política, la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, que además tiene la virtud de contentar tanto a la población de la colonia como a la del Campo de Gibraltar. Sólo los pactos que agradan a todas las partes son duraderos. ¿Para qué queremos tener una cataluñita en el Estrecho con tíos diciendo con acento andaluz que no son españoles? Mejor nos ahorramos el sofocón.

Lo que ha hecho Schengen por la unidad de la Península vale más que toda la retórica iberista. Lo vimos con Portugal, país que con la supresión de la frontera es más hermano que nunca, y lo veremos con el Peñón. El acuerdo no renuncia a nada: Gibraltar español, claro que sí, pero dejemos que actúe el tiempo y la buena voluntad. Y de vez en cuando, como desahogo, un real corte de mangas.

¿Para qué queremos una ‘cataluñita’ con tíos diciendo en andaluz que no son españoles? Mejor nos ahorramos el sofocón

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LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

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