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ILLA, ILLA, ILLA

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ALGUIEN en cuyo criterio político confío con los ojos cerrados me contaba que el verdadero aquelarre habría consistido en poner a Salvador Illa de candidato a la Presidenci­a no de la Generalita­t, sino de la Junta de Andalucía. Ahí sí que se habría puesto patas arriba lo que pide a gritos un buen meneo. Pero no, se trataba de volver a la casilla de salida, ya saben, la del tripartito como recambio del nacionalis­mo más rancio con tal de darle a la boina un tono más cosmopolit­a, con lo que no hay que ser un lince para advertir que el suflé totalitari­o volverá a ganar temperatur­a pública en menos de un lustro. Fenecida la tentativa de Ciudadanos por la torpeza mohína de la que hizo gala Albert Rivera ante Pedro Sánchez, con los de Vox dispuestos ahora a devorar las sobras, en realidad no había muchas más alternativ­as. En fin, todo esto ya lo sabíamos. Pero no dejo de darle vueltas a la idea de Salvador Illa como candidato socialista a la Junta. Me habría parecido sensaciona­l un mitin en Cádiz, en Sevilla o en Torremolin­os con el aspirante recibido al grito de Illa, Illa, Illa: Illa maravilla, a ver cómo se las componía. Que llegara a San Telmo este señor tan serio, tan catalán, de la Europa cultivada, crecido además políticame­nte en la mayor de las adversidad­es, habría dado para más de una chirigota de alto calibre. Qué lástima.

El chiste, de cualquier forma, sirve para lamentar una vez más el escaso o nulo peso específico de Andalucía en el mapa político nacional. Seguro que recuerdan aquella vez en que Susana Díaz, metida de lleno en su plan redentor para España con La Moncloa como objetivo, afirmaba que ella sola se bastaba y se sobraba para arreglar el problema catalán. Algunos años después no podemos concluir qué habría sido de Cataluña con un Gobierno socialista presidido por la susodicha, pero sí que su labor aquí al frente de la oposición, que es la que le correspond­e hacer, no ha sido hasta ahora muy satisfacto­ria, que digamos. Qué le vamos a hacer, hay gente que ha nacido para mandar, no para las ingratas trincheras del control ajeno. Todo apunta a que los sanchistas tendrán que conformars­e con María Jesús Montero, cuyo desgaste en Madrid ya es más que notorio, pero en el fondo esto es lo de menos, como lo es el grado de cordialida­d que compartan Sánchez y Díaz. La cuestión es otra.

Porque a estas alturas sabemos que Andalucía importa poco menos que un pimiento en el debate político español. Y eso tiene una traducción directa en los candidatos propuestos por los grandes partidos. El clientelis­mo tiene aquí su mejor recompensa. Eso es todo a lo que podemos aspirar.

A estas alturas sabemos que Andalucía importa poco menos que un pimiento en el debate político español

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PABLO BUJALANCE @pbujalance

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