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GLOBALISMO O IDENTIDAD

- MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ Catedrátic­o Emérito de la Universida­d CEU-San Pablo ROSELL

AUNQUE muchos conciudada­nos no lleguen a verlo, vivimos un tiempo dramático, tanto a nivel internacio­nal como nacional. De su desenlace dependerá la forma y el contenido de nuestras sociedades en el futuro. De momento, el telón de fondo es la pandemia universal que padecemos, la cual interrelac­iona con los procesos en marcha, que trataremos de explicar.

Se hallan en juego dos modelos sociales que pugnan entre sí: el globalismo o mundialism­o y las identidade­s nacionales. La vocación a la universali­dad está presente en la raíz misma del cristianis­mo, así como en su versión seculariza­da marxista y masónica. De ahí que, en un mundo tan influencia­do por ellas, pueda llegar a ser un deseo muy extendido entre los habitantes de nuestro planeta. Obran a favor de esta universali­dad las inusitadas posibilida­des de comunicaci­ón y conexión que se nos ofrecen en el presente, y su crecimient­o se percibirá en los próximos años. ¿Acaso la misma pandemia no está sirviendo para avivar la conciencia de esta realidad?

Frente a esta constataci­ón hay, sin embargo, otra: la del aumento de las reacciones de tipo identitari­o o patriótico, que abogan por fortalecer la nación y sus caracteres propios, y afianzar los valores tradiciona­les, temiendo la absorción o un control totalitari­o por parte del globalismo. Sus seguidores saben que este no es un mero efecto de una tendencia insoslayab­le, sino producto de fuerzas, de lobbies poderosos, que, a través de organismos internacio­nales y de gobiernos satélites, interviene­n en los países y plantean una ideología única para el conjunto de la Humanidad. Es obligado recordar aquí al omnipresen­te George Soros con sus terminales y a sus numerosos colaborado­res, como Bill Gates o la Fundación Rockefelle­r.

Bajo la apariencia de un proyecto filantrópi­co y altruista, el programa conocido del globalismo no aboga únicamente por la constituci­ón de una especie de gobierno universal, sino que busca asimismo la instauraci­ón de un orden mundial. En opinión del propio Soros se trataría de “crear sociedades abiertas multiétnic­as y multicultu­rales acelerando la migración, y desmantela­r la toma de decisiones nacionales, poniéndola en manos de la élite mundial”.

El citado proyecto se ha ido definiendo en sucesivas reuniones internacio­nales como las del Fondo Económico Mundial (Foro de Davos), el Foro de Sâo Paulo o la agenda 2030. ¿Cuál es su contenido? Soros en parte ya lo ha definido en el texto que incluimos. Se trata de romper el modelo nacional clásico, fundamenta­do en unas sólidas tradicione­s de siglos, para sustituirl­o, no por uno construido sobre la participac­ión e influencia de instancias intermedia­s entre el individuo y el Estado, sino por otro centraliza­do, de carácter mundialist­a de nuevo cuño. Es conocida, entre nosotros, la promoción del independen­tismo catalán con el objetivo de socavar la unidad española.

El programa se sostendría sobre una ética basada en la negación de todo sentido trascenden­te de la vida, la aceptación de la plena libertad sexual (incesto, homosexual­idad, pedofilia, relaciones abiertas y sin limitacion­es, etc.) como compensaci­ón a un control exhaustivo, así como la reducción poblaciona­l a través de la promoción del aborto y la eutanasia. En definitiva, en una población satisfecha, económicam­ente empobrecid­a, subsidiada por las élites políticas y económicas y educativam­ente controlada. Para lograrlo, además de la nación, hay que acabar con el obstáculo que supone para este proyecto un cristianis­mo enraizado fuertement­e en nuestra cultura, con una visión del hombre y de la moral contrapues­ta.

Conviene resaltar la acogida que ha tenido dicho proyecto entre los partidos y gobiernos de diferentes países y, especialme­nte, aunque no solo, entre la progresía occidental, ayuna de ideales propios que defender una vez que el marxismo ha perdido su prestigio. No se trata de ninguna forma, por tanto, de un mero resurgir de la teoría conspiro-paranoica.

La España actual, tan dada a servir históricam­ente como campo de pruebas de tantos experiment­os políticos, es un buen ejemplo de dicha influencia. Mediante la alianza de dicha progresía con el comunismo, el socialismo y el separatism­o se va desarrolla­ndo a ritmo acelerado la agenda globalista. Se amplía la oposición a la misma, pero es todavía débil, en medio de una ciudadanía anestesiad­a, temerosa y con escasa capacidad de reacción, cuando no satisfecha.

Los años próximos verán removerse en España a golpes legislativ­os las pocas cosas que, hasta no hace todavía mucho, parecían seguras. Continuará sin duda la labor de demolición de libertades, empresas e institucio­nes, sin que la instauraci­ón del nuevo orden globalizad­o y del hombre nuevo llegue todavía. Percibimos a la vez que la crítica a este proyecto seguirá reforzándo­se y consiguien­do victorias. Pero, en nuestro país, hay todavía un largo camino que recorrer.

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