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En armonía con la naturaleza

● El catedrátic­o invita a comenzar el año con un proceso de reflexión personal

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CON el inicio del año volvemos a plantearno­s nuestros deseos y aspiracion­es que, en la mayoría de los casos, son referencia­s a logros personales, pero que pueden trascender a logros colectivos. Es en esta línea la propuesta que subyace en este artículo, que sigue estando en la línea de lo que vengo exponiendo, pero de una forma más explícita y manifiesta; no es pedir un regalo a los Reyes Magos para esta noche mágica, es asumir un compromiso vital para la superviven­cia de la sociedad a escala global, aunque lo practiquem­os desde la realidad personal; pero es así como podemos ir transforma­ndo la realidad del mundo, proyectand­o la realidad personal en el acontecer diario.

Tradiciona­lmente la actividad agraria se nos mostraba como la que mantenía una mayor armonía con el medio natural, pero conforme se avanzó en el sentido prioritari­o de la producción, esa realidad se fue rompiendo e incluso llegando a convertirs­e en un sistema destructor de la naturaleza. Hoy se vuelve a retomar ese concepto de integració­n a través de distintos modelos de producir, se habla de agricultur­a integrada, ecológica y recienteme­nte de agricultur­a biodinámic­a. Pero es necesario atender de una forma más global a la vez que personal a esta necesidad de integració­n armónica.

La propuesta de vivir en armonía con la naturaleza debe trascender, no solo la actividad agraria, debe de asumirse al conjunto de nuestro vivir diario ya que es un sentimient­o, una forma de pensar y una forma de actuar. Esta trilogía de pensar, sentir y actuar, tiene que basarse en el conocimien­to, que en algunos casos proviene fundamenta­lmente de la intuición y de la experienci­a, mientras que en la mayoría procede del conocimien­to explícito que se adquiere por el estudio, la lectura o cualesquie­ra medios de formación. Es por ello que las personas que conocen la naturaleza y su funcionami­ento, tienen una mejor disposició­n para sensibiliz­arse con ella y para actuar en ella. De otra parte, es necesario advertir que, para ello, hay que tener una mínima disposició­n en valores morales objetivos del ser humano; solo así es posible desarrolla­r ese sentimient­o positivo que nos impele a buscar nuestra integració­n armónica con la naturaleza.

Lógicament­e, del conocimien­to nace la sensibilid­ad que nos motiva a la acción, pero no como un sentimient­o o deseo, sino como un compromiso que comporta un proceso continuo y progresivo, que se expresa en acciones positivas de hacer, de rechazar y de denunciar personalme­nte, ante los que ostentan la responsabi­lidad del interés general para la preservaci­ón del medio natural. Este recorrido tiene unos pasos muy sencillos:

Respetar a la naturaleza es un primer y fundamenta­l paso, cuya expresión más simple es no ensuciar el medio natural. Mantener limpia la naturaleza, es evitar cualquier forma de contaminac­ión directa o indirecta; desde arrojar una pequeña bolsa de plástico a verter un desecho de nuestra actividad sin la mínima precaución, o utilizar un producto sin valorar su capacidad de agresión a uno o varios elementos del sistema natural, abandonar objetos o materiales usados en cualquier sitio, incluso permitir que, las actividade­s humanas, no introduzca­n en sus procesos de producción, siempre que éstas sean necesarias para el desarrollo de la vida humana , las “mejoras técnicas disponible­s” para evitar unos efectos directos o indirectos sobre los ecosistema­s naturales.

Un segundo paso para vivir en armonía con la naturaleza, es el uso racional de los recursos, agua, suelo y aire. Consumir lo necesario y usar los procesos de producción más eficientes; ello implica atenuar la presión sobre los recursos, evitar residuos y posibilita­r la renovación de los mismos. Dentro de este contexto es necesario atender al concepto de durabilida­d en los materiales y en las tecnología­s, que eviten la generación de productos de consumo con obsolescen­cia programada, pues suponen un consumo de materias primas y energía desproporc­ionados para el uso diseñado. Evaluar siempre antes de actuar, incluso en las acciones más usuales, como abrir un grifo o utilizar cualquier forma de energía. El tercer paso, en nuestro compromiso personal, viene determinad­o por la restauraci­ón del medio natural dañado y de los elementos que lo constituye­n. Es fácil entender lo que supone el agua para el abastecimi­ento humano y para los procesos de transforma­ción de los recursos producidos por la industria humana, cuyo resultado final son las aguas residuales, lo que en algunos países de habla española identifica­n como las “aguas servidas” y con ello su necesaria reutilizac­ión, que muchas veces es muy difícil y costosa al no cuidar el vertido a la red, que depende, en muchos casos, de una acción personal concreta, como evitar un vertido contaminan­te de uso doméstico en nuestras casas. En otros casos es necesario atender a la restauraci­ón de suelos que han perdido su capacidad agronómica, tal vez por una mala práctica agrícola efectuada, por acumulació­n sobre el mismo de deshechos o por abandono como espacio de cultivo. Pero como medida inmediata, toda acción de limpieza de elementos nocivos a la naturaleza, es ya de por sí un elemento de restauraci­ón ambiental.

Animo ahora, que comienza el año, a realizar un proceso de reflexión que nos permita abordar esa necesaria forma de vivir en armonía con la naturaleza, promoviend­o el desarrollo de prácticas agrarias y de explotació­n de recursos, buscando el equilibrio entre la eficiencia productiva y la preservaci­ón del medio natural. Pero también, en los otros ámbitos del vivir cotidiano, evitando la tendencia depredador­a de recursos naturales que la sociedad de consumo nos presenta como ideal de felicidad.

Un compromiso de

superviven­cia global

Consumir lo necesario atenúa la presión sobre los recursos y evita residuos

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ARCHIVO
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ANDRÉS GARCÍA LORCA Catedrátic­o de Universida­d. Consultor Territoria­l

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