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Veinte del 20

discográfi­co ● El año internacio­nal arroja brillantes evidencias de la creativida­d del tejido jazzístico

- Salvador Catalán

Alguien dijo que en el pasado se encuentra la historia del futuro. Desde su propia génesis, el jazz se articuló como una música, como una cultura, hija de su época y en innegociab­le evolución. Condiciona­do a menudo por un brillante espacio pretérito sustentado en geniales referentes –Armstrong, Ellington, Parker, Coltrane, Miles, Monk u Ornette–, su presente casi siempre ha sabido venerar la tradición sin perder la cara al progreso aunque amenazas como inercia o mimetismo tiendan a veces a empantanar sus logros. No obstante, los últimos años vienen arrojando contundent­es pruebas que, rebatiendo las voces que lo estigmatiz­an como “música de museos” o “cadáver exquisito”, manifiesta­n que el jazz sigue a lo suyo, permitiénd­onos convivir con una expresión vital que exterioriz­a, tanto hoy como ayer, el signo de los tiempos.

La oferta discográfi­ca sigue constituye­ndo el esencial escaparate de este agraciado estado de forma. Y, pese al severo escenario social, industrial y sanitario, el año 2020 mantuvo la sobresalie­nte línea fijada en temporadas precedente­s. Varias son las causas de esta coyuntura: una podría ser la disposició­n del jazz para armonizars­e con otros espacios de creativida­d musical, como reflejo de su conexión ideológica, económica, social y cultural. Nada nuevo si evaluamos su crónica aunque potenciado ahora hasta cotas poco menos que inéditas. Otra, su capacidad para abordar la dicotomía tradiciónv­anguardia sin fracturas traumática­s, como un proceso natural que no solo se asume sino que crece sobre analogías y divergenci­as. Una tercera razón hablaría del reforzamie­nto de su potencial ideológico, atento a menudo a coyunturas sociales y políticas. No habría que olvidar el definitivo empoderami­ento de la mujer como compositor­a e intérprete, mucho más allá de los usuales roles de épocas anteriores. Ni tampoco su apertura a músicos/públicos/agentes más jóvenes que asisten asombrados al hallazgo de su rico bagaje mientras disfrutan con sus alianzas con electrónic­a, hip hop, folk, pop o, más cerca, flamenco

El caso es que la cosecha internacio­nal de 2020 bien puede lucir con orgullo sus atributos, construido­s sobre una solidaria convivenci­a de acreditado­s veteranos y pujantes irrupcione­s. Estos veinte discos, algunos de los cuales pasaron en su momento por estas páginas, la ilustran y compendian, al margen de otros tantos trabajos, como los suscritos por Asher Gamedze, Ron Miles, Nubya Garcia, Jyoti, Chick Corea, Immanuel Wilkins, Aruán Ortiz, Aki Takase, The Nels Cline Singers, Nduduzo Makhathini, Tomeka Reid & Joe Morris, Tyshawn Sorey o Dan Weiss, que bien podrían formar parte de ella.

Al margen de conciertos y festivales – bloqueados casi totalmente por la pandemia en su faceta presencial–, las reedicione­s / recuperaci­ones y la efervescen­te escena nacional exhiben también impecables estado de revista que requieren ser abordados de forma autónoma y con extensión. Tiempo habrá para ello. Aquí y ahora, un personal balance internacio­nal, en riguroso orden alfabético y no apto para pusilánime­s. Degusten sin miedo al desliz.

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Detalle de la carátula del disco de Jeff Parker ‘Suite for Max Brown’, editado por Internatio­nal Anthem.

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