OLVIDA LOS TAMBORES

DEL mejor teatro español de hace décadas me hago con este título que en su día debimos a l a gran Ana Diosdado. Le cuadra a Sevilla ahora que ya sabe que tampoco tendrá Semana Santa en 2021. A la autoridad eclesiástica y a los cofrades rancios de mi querido Paco Robles les pirra eso de aclarar que Semana Santa sí hay, pero que lo único que suspenden son las procesiones. Es una manera de querer consolar un concepto inconsolable y un sentimiento que en Sevilla lo abarca todo. En Cuenca o en Valladolid no tengo ni idea, pero una Semana Santa en Sevilla sin pasos no es una Semana Santa como Dios manda. Seguramente por eso mi admirado Navarro Antolín siempre advirtió que en Semana Santa o todo o nada, rechazando todos los intentos de sucedáneos y malas copias, todas las imitaciones de lo que el Gran Poder hizo en la Plaza de San Lorenzo con lo de su centenario, acotando calles, limitando aforos de sillas como si fuese un cine de verano viendo la Madrugá en “Currito de la Cruz”.

Descartadas por el arzobispo las intenciones de una Semana Santa VIP, nos han decretado este tiempo de cultos internos, como si quedase encerrada Sevilla por las celosías de las clausuras, sin varas ni cirios, sin capirotes, en un obligado y preceptivo libro de oraciones íntimas de maitines, con lo pública y externa que es Sevilla, tierra de campanas al vuelo, de volteos enloquecidos de la Giralda dando la noticia del Domingo de Ramos en la mañana azul que siempre tañe en la voz de Antonio Rodríguez Buzón.

Pero tendrá que olvidar otra vez los tambores esta Sevilla forzada a ser oculta como en un libro de Luis Arenas con interiores de conventos. La de preguntas que volverá a hacerse el Parque cuando se extrañe a sí mismo sin las blancuras al óleo de una cofradía. Lo rara que volverá a sentirse una ciudad de exteriores y felicidad indisimulable como Sevilla, de luz y viento por la tarde de marzo de Romero Murube, cuando tenga que sujetarse, ¡otra vez!, la pena amarga de La Amargura sin salir.