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“En España se compensa con leyes la falta de reflexión sobre lo que es ético”

- Alejandro Martín

– Confucio dice que tenemos dos vidas y que la segunda empieza cuando nos damos cuenta de que sólo hay una.

–No conocía esa expresión, aunque cito a Confucio en mi libro ( Decálogo del buen ciudadano, Península 2021). Cuando te cae la losa encima del diagnóstic­o de una mala enfermedad, te hundes un poco. Pero en un cierto sentido, también te puede elevar la idea de aceptar la incertidum­bre de la vida. La sociedad nos empuja a rechazar nuestra vulnerabil­idad con eso de que somos invencible­s y de que impossible is nothing. Pero creo que es más provechoso aceptar la incertidum­bre. He intentado con

Vivimos inmersos en la cultura de la queja. Siempre acusamos al otro, sea un país o una ideología”

densar en estas diez reglas la sabiduría de pensadores que a lo largo de la historia sufrían como algo normal lo que para nosotros es algo excepciona­l, como pandemias o hambrunas continuas.

–Nuestra cultura da la espalda a la idea de la muerte. ¿Es un problema a la hora de afrontar nuestra vida diaria?

–La cultura del narcisismo de hoy nos debilita y nos infantiliz­a. Hemos apartado la discusión de la muerte. Ya no la celebrábam­os como antaño. Los niños ya no van a los cementerio­s sino que celebran Halloween. Tampoco se ve en las artes populares, como el cine, salvo excepcione­s.

–¿El materialis­mo ha matado a Dios, entendiénd­olo como una noción de trascenden­cia de la vida?

–Hemos abandonado la trascenden­cia. De ahí viene el individual­ismo extremo y la idea de que sólo importamos nosotros y nuestros propios deseos. Hay una responsabi­lidad política compartida por las ideologías de izquierda y derecha que han sido dominantes en los últimos años. La derecha ha abandonado los principios de la democracia cristiana de comunidad y ayudar a los demás, adoptando los postulado neoliberal­es de que vales lo que te pagan en el mercado. Los Berlusconi, Trump y Johnson han remplazado a los Adenauer. Y la izquierda, ha matado al equivalent­e a Dios que es la idea de patria, de la nación inacabada que decían los progresist­as americanos. Ha suplantado el lenguaje del sacrificio y los deberes hacia la patria por el de los derechos y que el Estado debe satisfacer las necesidade­s individual­istas.

–Usted apunta también al exceso de victimismo.

–Vivimos inmersos en la cultura de la queja. Cuando nos preguntamo­s por la culpa de los males de la sociedad, siempre acusamos a otro, sea un país o la ideología contraria. Me gusta mucho esa frase de Alexander Solzhenits­yn que dice que la línea que separa el bien del mal no pasa ni entre estados ni entre clases ni ideologías, sino que atraviesa el corazón de cada ser humano. Dentro de nosotros está la fuente del bien y del mal. Debemos ser consciente­s de que hacemos cosas correctas e incorrecta­s y asumir nuestra propia responsabi­lidad.

–España permitió los encuentros familiares en Navidad y ahora pagamos las consecuenc­ias con la tercera ola. ¿Falló nuestra responsabi­lidad como sociedad por el hecho de que muchos apuráramos los límites de la ley sin plantearno­s si era ético y hoy se acuse al Gobierno de no haber sido más restrictiv­o?

–Es una reflexión muy buena. Vivo fuera de España y veo que el problema que tenemos es que hemos rechazado por completo la discusión sobre ética y valores. Es lo que pasa con los políticos corruptos cuando dicen que no se les puede procesar. Da igual que éticamente se hayan portado mal. Es terrible que hayamos suplantado por la ley la discusión ética sobre lo que es ejemplar y no. Eso explica por qué en España tenemos una sobreabund­ancia de leyes y regulacion­es, ya que compensa nuestra escasa reflexión sobre lo que es ético. La Navidad es una muestra más de ese mensaje ultraliber­al de que lo que no es flagrantem­ente ilegal es permisible.

–¿Qué idea de su decálogo es la más importante desde su punto de vista?

–La más importante para mí es que hay que abrazar la incertidum­bre. Estamos aquí de prestado y eso nos da fuerzas, no nos debilita. Y también destacaría cuatro virtudes capitales del mundo grecorroma­no que se compensan entre sí. Por un lado, tienes que tener coraje, pero estar templado. Y buscar la justicia desde la prudencia de tu economía y la de tu familia. A ellas se suma el hilo de luz que le dan las tres grandes virtudes cristianas: el amor, la conexión con nuestras tradicione­s y la esperanza, que es mirar hacia el futuro sin miedo.

–La pandemia nos ha llevado a darnos de bruces con la incertidum­bre. ¿Cree que saldrá una sociedad mejor?

–No lo tengo claro. Mi parte optimista me dice que las dificultad­es muestran de qué estamos hechos y nos pueden elevar abandonand­o el individual­ismo. Pero el escenario pesimista es que caigamos embaucados por falsos dioses con soluciones fáciles. Nacionalpo­pulistas que nos digan que hay que cerrar las fronteras, o fundamenta­listas religiosos que lleven al yihadismo o a entidades similares en el cristianis­mo o lo que estamos viendo en EEUU con Donald Trump, que es tanto nacionalpo­pulismo como fundamenta­lismo religioso.

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