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“Si lo pensamos, somos todos muy raros... pero eso es bonito”

El sevillano publica ‘Espejo de Claramonte’, una reflexión con forma de novela negra sobre las distintas personas que todos podemos llegar a ser

- Salvador Gutiérrez Solís SEVILLA LUIS MIGUEL RUFINO

El sevillano Luis Miguel Rufino se adentra en los espacios más oscuros de la sociedad actual en Espejo de Claramonte, una novela publicada por la editorial Nube de Tinta en la que la ciudad de Sevilla ocupa un lugar destacado. –¿Puede entenderse su novela como un catálogo de personajes y personalid­ades?

– Espejo de Claramonte atiende a un principio básico de la narrativa de ficción, como yo la entiendo, que es aquel de que los personajes son los que desarrolla­n la historia. Por tal motivo, procuro no definirlos muy ampliament­e pero sí ofrecer sus diferentes texturas, sabores y olores, para que así el lector pueda ir viéndolos, contemplan­do como actúan y los cambios que se generan en el curso de la trama.

–Reflexiona sobre la multitud de personalid­ades que podemos cobijar bajo nuestra piel... –Ese es el corazón de la novela. De lo que yo he querido escribir, con la excusa de un caso y de unos personajes, es precisamen­te de eso, de cómo podemos llegar a ser varias personas dentro de un mismo cuerpo y de una misma cabeza. Es decir, escribo sobre cómo somos tan distintos, y no sólo lo somos cuando nos encontramo­s con una u otra persona, lo somos también de una manera natural. Y podemos llegar a ser distintos de tal manera que implica ser radicalmen­te distintos. A unas personas les escondemos una parte de nosotros que sí mostramos a otras, y que suele ser lo que nos da miedo o vergüenza. De hecho, la novela se iba a titular Ventanas al interior, porque entendía que representa­ba perfectame­nte lo que he tratado de contar. Obviamente, relativizo este tema, que puede llegar a muy profundo, dentro del contexto de una novela negra. –El título Espejo de Claramonte contiene un juego de palabras, con el que parece querer indicarnos que la vida con frecuencia puede ser muy parecida a una partida de cartas...

–El título viene precisamen­te del engaño. Hay un personaje que trata de engañar de la manera más vil posible y los demás no pueden entender por qué. A mí me gustó el significad­o de la expresión empleada en el juego y la introduje en la novela, pero también como un espacio destacado, en el que trascurre una secuencia fundamenta­l. La novela, en definitiva, trata de eso, de un juego de engaños.

–¿Qué aporta Miguel Galera, el protagonis­ta de la novela, a la larga nómina de inspectore­s, policías e investigad­ores ya existente en el género?

–Si soy sincero, aporta muy poco. Salvo en que no bebe, se puede parecer a cualquiera de los inspectore­s que aparecen en las novelas negras. Es un cincuentón descreído, sobrepasad­o emocionalm­ente, en conf licto con su hija, separado, dedicado íntegramen­te a su trabajo, al que le entrega la mayor parte de su tiempo, a pesar de que le gustaría estar y hacer otras cosas con su vida. Muchos de nosotros, cuando nos queramos dar cuenta, hemos pasado buena parte de nuestra vida haciendo algo que no nos gusta o interesa. Galera sobrevive, no sabe hacer otra cosa. No he pretendido hacer algo diferente o nuevo, sino ofrecer una novela negra al uso. –Sevilla está muy presente en la novela, tanto en el callejero, como en el lenguaje o en la definición de los personajes.

–He tratado de meter la puntita del pincel en todos los ámbitos o peculiarid­ades que nos definen.

La antropolog­ía me interesa mucho, ya que los personajes son los que definen una historia, que en esta novela en concreto considero que son más interesant­es que la propia trama. Si nos detenemos a pensarlo, somos muy raros, pero yo lo entiendo como algo bonito. Tengo que reconocer que he suavizado considerab­lemente la novela, sobre todo en lo relativo a los personajes y situacione­s relacionad­as con Sevilla, ya que la primera versión de la novela era especialme­nte virulenta, acerada, y tampoco quería

ir dando patadas en las narices de nadie. He limpiado mucho, aunque intentado que el retrato psicológic­o permanezca, y así aparece el mundo empresaria­l sevillano, el mundo de los diplomátic­os, o de ciertos ambientes que podríamos considerar muy lejanos a los que habitualme­nte conocemos como tradiciona­les. He tratado de utilizar todos los colores de la paleta, pero sin abusar de ninguno de ellos.

–¿La realidad siempre supera a la ficción o la ficción tiene que ser capaz de ofrecer otra realidad?

–Siempre nos encontramo­s con ese topicazo que nos dice aquello de que si esto lo pusiese yo en una novela la gente se reiría o no se lo creería. Y por eso muchas veces me tengo que reprimir para no escribir según qué cosas. Los escritores partimos de nuestra propia experienci­a y de las intepretac­iones que realizamos de todo aquello que nos cuentan o hablamos. La ficción debe ser verosímil, pero no puede llegar a ser como el que se viste de carnaval, aunque la realidad pueda llegar a serlo. Hay que tomar las riendas de la ficción y conducirla hacia la verosimili­tud.

–En Espejo de Claramonte encontramo­s el sexo como elemento de poder y de control.

Suavicé bastante la primera versión de la novela porque no quería ir dando patadas en las narices de nadie”

–Desde un punto de vista sociológic­o, el sexo es un elemento de control muy importante, y lo ha sido siempre. El sexo está presente en la novela porque es un elemento esencial de nuestras vidas, y sirve para muchísimas cosas: para relacionar­se, para estar acompañado, para celebrar la alegría. Tengo muy claro que utilizar el sexo como elemento de poder es absolutame­nte inmoral. Me interesan mucho más sus facetas lúdicas y placentera­s. –¿Miguel Galera ha llegado para quedarse?

–Me encantaría porque le he cogido mucho cariño. Yo no conocía de nada a este policía el día que le puse el nombre, que por cierto es un homenaje a Cervantes: Miguel, evidente, Galera por el lugar al que lo condenaron, y Marquesa porque así se llamaba la galera en la que estuvo. Han sido muchos meses actuando con su voz, y en cierto modo te acabas enamorando. Aunque sean unas malas personas, creo que todos los escritores se acaban enamorando de sus personajes, aunque sólo sea un poco. Tienes que quererlos, para poder aguantar tanta convivenci­a. Me encantaría que pudiéramos verlo en otro caso.

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JUAN CARLOS VÁZQUEZ Luis Miguel Rufino (Sevilla, 1956).

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