PROTEJAMOS LA HERENCIA DE NUESTROS MAYORES
HACE 45 años menos tres días que me hicieron socio. Por entonces no era cosa común que un padre apuntara a su hijo recién nacido en el Recre antes que en el Registro Civil, pero él era así. Esto lo sé, claro está, porque me lo contaron. Lo que sí recuerdo son los juegos en las gradas de cemento, acompañados del sonido insoportable de carracas de madera. O cómo aprendí a abrir piñones con cuchilla. Recuerdo las cagadas de gaviota sobre la cazadora, y a un tipo gordo y bajito, con barbas, abanicándose con un manojo de papeletas que mi padre siempre me compraba aunque no tocaran nunca. Recuerdo algunas caravanas domingueras, de renaults 5 y seats 127, ondeando banderas blanquiazules. Inundando Federico Molina del ruido de los claxons. La Fanta en el Bar Javi. Las tardes del Bar Perú.
Lo cierto es que le salí rana a mi padre. Contra todo pronóstico, no me gustaba el fútbol. Así que empecé a vivirlo desde el burladero, como mi madre, que escuchaba los goles desde casa y nos advertía: “portarse bien, que hoy ha perdido el Recre, a ve cómo viene tu padre”.
Poco a poco fui recuperando el amor por los colores que había respirado siempre: algún partido con la novia, alguna decepción, alguna celebración… Con el tiempo, volví a hacerme socio, esta vez por voluntad y billetera propias. Nunca conseguí volver con mi padre al Recre, y fue en el último ascenso tras su muerte cuando descubrí, con lágrimas en los ojos, el increíble legado que durante tantísimos años me había ido proporcionando. Porque ser recreativista es mucho más que poseer o vivir un sentimiento. Es un patrimonio, una herencia que he recibido de mi padre, y tú del tuyo, o de tu madre o de tu abuelo. Ser del Recre es una responsabilidad, porque no se trata de un equipo de fútbol, sino de la memoria colectiva de una ciudad, la de nuestros antepasados. No somos recreativistas porque sí. Lo somos porque somos sus sucesores.
Así que compréndanme las náuseas que siento cuando veo las manos grasientas de algunos políticos hurgando en las tripas del abuelo. Saboreando sus éxitos o fracasos mientras sonríen, calculadora en la mano, y suman o restan escaños. Compréndanme si les pido que saquen sus garras de mi equipo. Que se pongan de acuerdo de una santa vez y lo pongan en manos de los que saben de esto aunque les cuesten votos a favor o en contra. Que dejen de alimentarse a costa de mi Recre, precisamente porque no es mío. Ni suyo. Ni siquiera es nuestro. Precisamente porque el Recre es de ellos: de los que lo mantuvieron vivo 131 años. De quienes recordamos en cada gol, en cada ascenso. En cada descenso. De esos a los que sentimos en el asiento de al lado. De los que nos honraron con esta bendita herencia. El Recre es la herencia de nuestros seres queridos. No juguéis con ellos.