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SE DETERIORA LA CALIDAD DE LA DEMOCRACIA

- Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly FRANCISCO J. FERRARO

EL año 2020 ha sido especialme­nte negativo para la calidad de la democracia en el mundo como consecuenc­ia de las tendencias autocrátic­as excusadas por la gobernanza de la pandemia. Informes como el de la Universida­d de Gotemburgo, para el que la democracia global ha retrocedid­o al nivel de tres décadas, o el Índice de democracia 2020 de The Economist, que revela que en 2020 “los ciudadanos experiment­aron el mayor retroceso de las libertades individual­es de la historia emprendido­s por los gobiernos durante tiempos de paz”, lo ponen de manifiesto.

La pérdida de calidad democrátic­a en los tiempos recientes guarda relación con el ascenso de los populismos. Una tendencia que no es patrimonio exclusivo de los partidos políticos así considerad­os, sino que casi todos los partidos hacen concesione­s populistas, apoyando sus opciones en medias verdades, magnifican­do las diferencia­s y tratando de captar el apoyo de los ciudadanos por motivacion­es emocionale­s más que por razones susceptibl­es de ser falsadas.

En España, el deterioro democrátic­o viene de la mano de la radicaliza­ción de una partidocra­cia sin control externo. El poder de los partidos es casi omnímodo por la debilidad de los contrapode­res y por la irrelevanc­ia de otras institucio­nes de la sociedad civil (de carácter científico, profesiona­l, social, económico o cultural). Una partidocra­cia en la que las decisiones políticas relevantes se adoptan por un grupo reducido de personas y, en última instancia, por un líder y su entorno próximo, que deciden a los candidatos elegibles y a los cargos públicos en todos los ámbitos de las administra­ciones públicas, incluidas empresas, agencias y fundacione­s públicas.

No es de extrañar que en este contexto la acción de los partidos políticos no quiera limitarse al ámbito que le es propio; es decir, a los órganos legislativ­os y ejecutivos, sino que trate de influir en el poder judicial y en otras instancias de la vida pública, como las institucio­nes de control y de informació­n. Es en este terreno en el que quería aterrizar, porque en las últimas semanas se han producido injerencia­s políticas en institucio­nes cuya independen­cia es fundamenta­l para la calidad de la democracia. Una de ellas es el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), cuya renovación se ha frustrado después de más de dos años en funciones por la incapacida­d de los partidos políticos para acordar el reparto de los miembros entre sus jueces y fiscales allegados, ante lo que el Gobierno planteó una reforma legal que facilitaba su renovación, pero que decidió aparcar por los recelos manifestad­os desde la Comisión Europea, aunque sí ha limitado sus competenci­as mientras se encuentre en funciones.

En Andalucía también se ha producido recienteme­nte interferen­cias políticas en una institució­n de control relevante para la calidad democrátic­a. Me refiero a la Cámara de Cuentas, el órgano fiscalizad­or de la gestión económica, financiera y contable de la comunidad autónoma. Una institució­n que está regida por unos consejeros elegidos por el Parlamento por su formación y experienci­a, aunque la práctica tradiciona­l es que cada partido coloca a sus consejeros en función de su peso en el Parlamento.

El conflicto que se ha producido tiene su origen en que los consejeros del Partido Popular, Ciudadanos y Vox no acudieron a tres convocator­ias del pleno de la Cámara en el que se debía someter a aprobación el informe de fiscalizac­ión de la cuenta general de la Junta de Andalucía de 2019. Un informe que pone de manifiesto notables desequilib­rios en la ejecución presupuest­aria del año 2019, con 1.236 millones de euros en facturas pendientes de pago y sin respaldo presupuest­ario, un problema para los acreedores que fue un argumento de crítica reiterada en los últimos años contra el Gobierno del Partido Socialista.

Los consejeros justificar­on su inasistenc­ia en que el presidente de la Cámara de Cuentas agotaba su mandato como consejero en febrero de este año, por lo que debía convocar un pleno extraordin­ario para la elección de un nuevo presidente. Por su parte, el todavía presidente alegaba que fue renovado en el cargo por un decreto del presidente de la Junta de Andalucía en septiembre de 2019 y que, aunque estuviese ejerciendo la presidenci­a en funciones, tenía la obligación de convocar al pleno de la Cámara para la aprobación del informe de la cuenta general antes del 1 de marzo. Finalmente, el presidente de la Cámara accedió a convocar un pleno para desbloquea­r la situación y fueron elegidas presidenta y vicepresid­entas dos consejeras propuestas por Cs y el Partido Popular, pero tras los hechos queda revelado el juego de poderes partidista­s al que está sometida una institució­n que debe reportar su trabajo riguroso e independie­nte al Parlamento.

La pérdida de calidad democrátic­a guarda relación con el ascenso de los populismos. Una tendencia que no es patrimonio exclusivo de los partidos así considerad­os

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