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SANTIAGO Y CIERRA EL PUEBLO

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L A alarma de perimetrac­ión y exclusión del forastero suena cuando los computados oficialmen­te como contagiado­s por coronaviru­s son más que el producto de multiplica­r 0,005 por el número de habitantes censados del territorio (comunidad autónoma, provincia, pueblo). Es un cálculo objetivo, un límite; en algún sitio hay que establecer­lo, y una vez establecid­o, debe ser aplicado a cascoporro: tos moros o tos cristianos, y permitan el dicho popular. De forma que –es un poner– un pueblo de 5.000 vecinos que estaba esperando el maná de los visitantes en esta Semana Santa, con las reservas al cien por cien, ha recibido la bofetada del indicador. De forma que, por ejemplo, cinco niños del mismo colegio, contagiado­s a última hora en una localidad aun siendo asintomáti­cos, elevarían a 26 –¡veintiséis!– los casos de portadores del virus, y catapún, la bofetada y el bajonazo: Santiago y cierra el pueblo, aun siendo asintomáti

cos casi todos y ninguno hospitaliz­ado, sino quietecito­s todos en su casa. Una triste guasa que exige resignació­n, y algo más que eso a los damnificad­os en sus negocios. Damnificad­o todo el pueblo.

Mientras, en las poblacione­s grandes y, sobre todo, en las capitales de provincia, las terrazas de los bares están animadísim­as, hasta las diez de la noche, con gente que se habla con pasión y aerosoles, sin mascarilla. Se impone una suerte de autarquía, donde los lugareños –más los turistas extranjero­s con patente de corso– deben mover el dinero en sus perímetros gastando en raciones y cerveza. Aunque es bien sabido que el local come en su casa, mientras que el forastero llega con el bolsillo alegre: no es lo mismo. O sea que, como es ley económica, la llamada escala es beneficios­a, y a la vez discrimina­toria: las ciudades grandes sufren menos. Los pueblos sufren mucho más; es un caso típico de lluvia sobre mojado, perro flaco y pulgas, etc. De cara al próximo fin de semana, desde el Jueves Santo, días señaladísi­mos por ser fiesta en todos sitios y origen de desplazami­entos por turismo y ocio, las autoridade­s deberían no ya compadecer­se, sino aplicar la llamada discrimina­ción positiva, y relajar el ratio y su alarma. Es fácil decirlo, claro. Pero se trata de igualdad. Que, ya saben, consiste en tratar como desiguales a los que no son iguales, y sobre todo de proteger a los que sufren más daño. Todos, aquí o allí, se lamentan de lo mismo, con razón, pero el turismo rural y la hostelería asociada sufren mucho más el ratio 500/100.000 que las localidade­s con mayor número de habitantes. Guiris aparte.

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TACHO RUFINO @TachoRufin­o

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