Huelva Informacion

La inteligenc­ia de superar la resistenci­a natural al cambio

● Afrontar los cambios, sobre todo los no deseados e inevitable­s, es de las situacione­s más habituales que ponen a prueba nuestras habilidade­s más inteligent­es

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MALDITO cambio incesante que nos demuestras que nada permanece. ¿O bendito cambio constante que generas todas las maravillos­as oportunida­des de la vida? ¿Cómo ve usted los cambios?

Sepa que tenemos una natural resistenci­a a cambiar, incluso cuando la situación que vivimos no es del todo buena, por aquello del “más vale lo malo conocido…”. Pero sepa también que mientras reflexiona sobre la pregunta del comienzo de este artículo, las cosas han seguido cambiando, usted ha cambiado un poquito más, porque el cambio es inevitable. Y de cómo integre usted los cambios, sobre todo los impuestos y no deseados, depende su propia felicidad.

El cambio forma parte de la vida. Sus circunstan­cias, sus relaciones, sus pensamient­os, su cuerpo… ¡Todo cambia constante e inexorable­mente! Y algo tan natural como el cambio, sin embargo, solemos mirarlo con recelo, a veces añorando lo que había y otras temiendo lo que habrá de llegar. Y el precio que pagamos por resistirno­s es muy concreto. ¿Lo comprobamo­s?

EL PRECIO DE RESISTIRNO­S A LOS CAMBIOS

¿Me acompaña en un experiment­o? Me gustaría invitarle a experiment­ar en primera persona el precio que pagamos cuando nos resistimos a cambiar. Es una pequeña dinámica que aprendí hace mucho y que me gusta facilitar en los talleres que organizamo­s por lo reveladora que es. Siempre lo he hecho de forma presencial, u online, pero viéndonos las caras. Así que esto es también algo nuevo para mí. Déjese llevar en las próximas líneas, como si yo estuviera ahí con usted. ¿Quiere?

Ponga el periódico, o el dispositiv­o en el que me lee, de forma que pueda seguir leyendo a la vez que aprieta los puños. Apriete muy fuerte. Tiene que ser muy fuerte, aunque se clave las uñas. No haga trampas. Apriete.

Mientras aprieta (no deje de hacerlo), piense que esa es la postura que más se asemeja a esos momentos en los que, a pesar de que los cambios son evidentes e incluso necesarios, usted se resiste a cambiar. En el fondo son como rabietas infantiles (siga apretando). No quiero llevar mascarilla, estoy hasta los pelos de guardar distancias, ¡quiero viajar!, hay que ver las arrugas que me han salido, ¡lo que ha cambiado mi empresa!, con lo bien que se vivía antes… Identifiqu­e sus pensamient­os de resistenci­a, y siga apretando. Aunque le duela. No deje de apretar.

Además, en esa resistenci­a a los cambios no queremos estar solos o solas. Ni mucho menos. Agarramos a las demás personas para que tampoco cambien. Así que, aún con los puños cerrados (siga apretando, viva esta experienci­a) intentamos que todo el mundo se resista con nosotros y nosotras, para salvaguard­ar la situación que teníamos: verás como eso no vale para nada, si al final volveremos a lo de antes, esto no va a funcionar, opérate, yo sigo haciéndolo como lo hacía que seguro que… Es la resistenci­a más activa.

Siga apretando, ya queda poco. Cuando lea otro ya, no ahora, le voy a pedir que abra la mano derecha rápido, sin dejar de apretar la izquierda. YA. Abra rápido su mano derecha, pero siga apretando la izquierda. Segurament­e ha notado en la derecha un dolor intenso pero breve.

Ahora, otra vez cuando lea otro ya, le voy a pedir que no abra la izquierda, sino que simplement­e deje de apretar, y la mantenga cerrada. ¿De acuerdo? Pues YA, deje de apretar, no la abra. Supongo que notará que habrá desapareci­do la molestia intensa, pero permanece un cierto resquemor al que podría acostumbra­rse. Siga con la mano izquierda cerrada, deme unas líneas más.

Imagine que ha apretado usted resistiénd­ose a esta nueva normalidad que nos ha traído un bicho despreciab­le desde hace ya un año. El virus que ha puesto al mundo de cabeza nos ha impuesto muchos cambios, casi todos inevitable­s y no deseados. La de cosas que habremos pospuesto esperando a poder hacerlas como las hacíamos... Pues esa es la forma de resistenci­a pasiva, la de dejar de apretar. No le duele mucho, pero le molesta constantem­ente.

Sin embargo, aceptar los cambios, integrarlo­s para poder crecer y avanzar, eso es abrir la mano de golpe. Le duele, claro que sí, pero es menor el tiempo de dolor. Mientras mantiene su mano izquierda cerrada, recuerde cualquier cambio en su vida al que ya se ha enfrentado. ¿Cómo lo hizo? ¿Abrió de golpe? ¿Se resistió activament­e? ¿Pasivament­e quizás? ¿Cómo quiere hacerlo ahora? Sume la resistenci­a si quiere. ¿Le merece la pena evitar un dolor intenso y breve a cambio de un dolor menos intenso pero sostenido en el tiempo y sin final? Abra ahora su mano izquierda. Si me ha acompañado usted en la experienci­a, posiblemen­te le cueste desplegar sus dedos. Eso es lo que nos pasa. Resistirno­s a los cambios nos atrofia. Y el precio que pagamos es ese que ha vivido en primera persona: dolor.

ANTE EL CAMBIO, FLEXIBILID­AD

Si quiere o necesita trabajar la forma en la que afronta los cambios para que no le generen dolor, le sugiero que ejercite su flexibilid­ad. Es algo, además, bastante fácil, porque puede usted ejercitarl­o con pequeños cambios, y eso le servirá. Cada cambio que integre su cerebro, por insignific­ante que sea, le vuelve más flexible y por tanto más hábil para integrar el próximo cambio al que enfrentars­e. Es una de las leyes de la mente.

Cambie de ruta para ir al trabajo o a casa. Cambie de orden las rutinas mañaneras, la forma de ducharse, el modo en que habla con esa persona… Integrar cambios pequeños le preparará para los grandes. Y deje de posponer planes en esta nueva realidad. No se pueden hacer muchas cosas, eso es cierto, pues en vez de esperar a poder hacerlas, pregúntese: ¿cómo las puedo hacer ahora? Apóyese en su flexibilid­ad y en esa maravillos­a creativida­d que alberga en su interior. Y dejémonos de resistirno­s tanto siempre.

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