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QUE EL RITMO NO PARE, NO PARE, NO

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JUGUEMOS a la dicotomía que siempre empieza con “en el mundo hay dos tipos de personas”. Pues bien, en el mundo hay dos tipos de personas: quienes suelen frecuentar los mismos sitios, ya suyos; lugares tranquilos, adonde van solos y en los que, quizá, hagan un poco de tertulia con otro parroquian­o, y quienes siempre desean novedades, normalment­e sitios de moda, con gente en abundancia, y no perdonan una fiesta y mueren por un planazo. Por ejemplo, un Lisboa-Sintra en pandilla tiranizada por el programa de actividade­s organizado por un coñazo de líder autoungido de tal. Cabría asociar cada tipología mayormente a un sexo; pero huertos, los precisos.

Los primeros son unos muermos; Paul Newman lo era, porque si no estaba de rodaje iba a diario a su bar habitual a tomar una Heineken y una hamburgues­a, a solas: debía de ser porque llegada su madurez ya había hecho todos sus deberes sociales, se había comido el queso de muchos y el programa de actividade­s en comandita le daba sarpullido. Los segundos son –permitan dos latinazgos encadenado­s– galeotes sociales en perpetuum mobile, y bien puede que víctimas del horror vaccui y la ansiedad que les provoca estar solos. Su tarjeta de baile no da para más, émulos de aquella guapa Patricia Manterola: “Que el ritmo no pare, no pare, no”.

Por qué resistirse a citar por enésima vez a

Blaise Pascal: “Todas las desgracias del hombre [y mujer...] se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilam­ente sentado y solo en una habitación”. La gente activa –activa en sus extramuros– a veces juega a meditar, y se pone con los deditos así frente al sol que nace o declina, según, y dicen dos veces o tres “Oooom”. Pero prefieren hacerlo en pelotones de medias docenas, en una playa in y cerca de un chill out. Un sitio supertranq­ui. Aunque esté hasta la misma bola.

Ahora vienen las fiestas de primavera, estación que genera no sólo picores, sino sobre todo altibajos del alma, y el medio mundo dinámico se encuentra con que las procesione­s o, en su caso, las ferias u otras fiestas locales señaladas están prohibidas. Pero el agua busca su salida, y dicen que en Sevilla se van a vestir de mantilla el Jueves Santo pandillas de chicas y mujeres: como el carnaval o las despedidas de soltero, pero de pasión fashion y retrochic. Dicen que también se vestirán de lunares unas semanas más tarde, como en el Villa del Río de Berlanga, con Pepe Isbert de alcalde. Nada que objetar, como tampoco a los que tienen la costumbre de chupar candados. Es sólo admiración por su energía... y un poco de guasa.

Hay dos tipos de personas: noveleros natos y muermos adictos a sus sitios

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TACHO RUFINO @TachoRufin­o

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