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EL COVID-19 Y EL TIEMPO

- FEDERICO SORIGUER Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

EN 1946 Borges escribía: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre..”. Para Newton, el tiempo era aún lineal y único para todos los observador­es. Sería Einstein quien cambiaría el reloj del tiempo. Desde la perspectiv­a de la teoría de la relativida­d la gravedad ralentiza el tiempo. Y esto ya no es tan intuitivo. Claro que para poder apreciarlo hace falta viajar a la velocidad de la luz o pasar cerca de un agujero negro. La física de partículas y la teoría cuántica han venido a complicar esa historia del tiempo y no seré yo aquí el que intente explicarlo. ¿Conocía Borges la interpreta­ción de Copenhague sobre la mecánica cuántica? Jorge Luis Borges decía no entender nada de física más allá del funcionami­ento del barómetro, sin embargo en El jardín de los senderos que se bifurcan, Borges había propuesto que el Universo es un laberinto temporal en el que cada vez que uno toma una decisión crea diversos porvenires que se ramifican, que es una manera de expresar literariam­ente la idea propuesta desde la mecánica cuántica de que las partículas pueden moverse en cualquier dirección, pudiendo estar en varios lugares a la vez antes de que el detector las observe. Al menos eso dice Alberto Rojo que ha publicado un libro relacionan­do a Borges y a la mecánica cuántica. Personalme­nte no podría decir mucho más de todo esto, salvo que para la mayoría de los lectores es más fácil entender a Borges que a Einstein o a Heisenberg. El mundo moderno se caracteriz­a por la aceleració­n de la vida cotidiana. ¿Eso quiere decir que el tiempo va más deprisa? Lo que quiere decir es que en el mismo periodo de la vida de una persona ocurren muchas más cosas que antes, aunque impropiame­nte a eso le llamemos aceleració­n el tiempo. El confinamie­nto debido a la pandemia Covid-19, ha parado el mundo y obligado a dejar de hacer muchas cosas, pero el tiempo ha seguido implacable, tic tac, tic tac, aunque la percepción es que hemos desacelera­do el tiempo, reduciendo la entropía del mundo, ganando así una batalla (pírrica ciertament­e) a la segunda ley, esa que inexorable­mente nos anuncia, ahora sí, el fin del tiempo y de los tiempos. El Covid-19 pasará, pero no la amenaza del cambio climático asociado a la aceleració­n de la historia que ha tenido lugar desde el siglo XVIII. En el mundo industrial­izado actual las profecías sobre el fin del mundo vienen ahora revestidas por la pátina de la ciencia. El tiempo se agota, nos dicen los científico­s. Pero los científico­s aquí hablan del tiempo gramatical, de su propio tiempo, no del que les es propio por su condición de científico­s. Normal. Los científico­s son humanos y hablan de lo que sienten. Y como Caballero Bonald hablan del tiempo que nos queda, pues no es otra cosa lo que somos. Mientras llega el final de los tiempos los humanos contamos los días, como el que tiene los días contados, según se suele decir. Sentir el paso del tiempo no es normal. Vivir como si el tiempo no pasara, es vivir. Un minuto bajo el agua es toda una eternidad, nada que ver con un minuto con tus amigos o con tus personas queridas. Cuando el tiempo ha pasado solo podemos contarlo. Contar el tiempo no es medirlo es recrearlo. Y es aquí donde el arte, la literatura, la poesía, la filosofía, desempeñan su higiénica función. Solo la belleza, la bondad y el bien, liberan al tiempo de su despótica presencia. Solo el arte, la literatura, el cine, son capaces de detener, aunque sea imaginaria­mente, la f lecha del tiempo. Solo la filosofía puede traducir los enigmático­s mensajes con los que los científico­s creen poder desentraña­r la naturaleza del tiempo. Solo las humanidade­s pueden domesticar a aquel tigre que Borges, no sin cierto éxito, intentó cabalgar. Como dice E.O Wilson “con esta nueva alianza entre las ciencias y las humanidade­s no se trata de hacer preguntas ociosas, para que las respondan los habituales de los salones o los invitados después de la cena… Se plantean literalmen­te cuestiones de vida o muerte…” ¡De vida o muerte! Cuidado con los científico­s, esos agoreros que cada vez se parecen más a los fosores, esos monjes enterrador­es cuyo único lema y única conversaci­ón es el anuncio de la muerte. Pero los fosores tienen fe en la resurrecci­ón de los muertos y los científico­s o mejor, la ciencia, solo tienen esperanza en que sus profecías sean falsas. Y el resto, ¿qué hacemos el resto?. Al resto solo nos queda la caridad, esa virtud teologal que desprovist­a de su connotació­n religiosa podríamos asimilar al amor.

El Covid-19 pasará, pero no la amenaza del cambio climático asociado a la aceleració­n de la historia que ha tenido lugar desde el siglo XVIII

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