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Sin saetas

● Este año, que no las podremos escuchar en la calle, es un buen momento para asomarnos a la discografí­a con el objetivo de descubrir el origen de uno de los cantes más populares del repertorio

- Juan Vergillos

La primera referencia escrita a la saeta la firma Fray Antonio de Ezcaray ( Voces del dolor, 1691), y afirma que las cantaban en vía crucis “los reverendos padres del convento de nuestro padre San Francisco de Sevilla”. Ésta y otras noticias posteriore­s se refieren a cantos didácticos y narrativos que incitaban a la devoción y a la penitencia, que cantaban los religiosos y misioneros, razón por la que también eran llamadas “saetas de frailes”, y que se interpreta­ban en vía crucis y pregones litúrgicos. Muchas de estas saetas primitivas son al parecer fragmentos de series narrativas mayores (los llamados romances de pasión), incluso de los evangelios.

La primera partitura, que se correspond­e con la actual saeta llana, es de 1882 ( Cantos populares españoles Francisco Rodríguez Marín). Por eso, creo que su composició­n no será, en absoluto, muy anterior a esta fecha. Primero las cantaban los religiosos y luego las cantó el pueblo. El Diccionari­o de Autoridade­s las define en 1803 como “coplillas sentencios­as y morales”. Sin embargo, desde sus mismos orígenes se da en la saeta una tensión entre lo litúrgico y lo dramático, lo didáctico y lo popular. Cuando el pueblo se adueña definitiva­mente de la saeta, a mitad del siglo XIX, es cuando triunfa lo afectivo. Las letras se dramatizan y las autoridade­s lanzan invectivas. La primera noticia que da fe de la presencia de la saeta en Sevilla es de 1862, y en ella se las llama “pueblerina­s”. Durante dos décadas, se las tacha de bajas, se afirma que atentan y ponen en ridículo la cultura en Sevilla y se dice y escribe que son cantos de pobres, de mendigos, “de mujeres” y de ciegos. Se cantan en la Semana Santa en las calles del centro de Sevilla, pero no en los desfiles procesiona­les, y su objetivo es conmover al paseante para animarle a af lojar la bolsa, es decir, a dar limosna. La prensa hace una activa campaña en su contra, que culmina en las sucesivas prohibicio­nes del gobierno local de 1876 y 1878. En estas noticias se las relaciona con el alcohol, la “baja estofa”, los “catetos” y la prostituci­ón. Se dice que la saeta, incluso en algunas de sus letras, va contra el decoro y la moral. Pero, pese a las prohibicio­nes, se siguen cantando. Se cantan en la calle. Hasta que a principios de los años 80 ya se las tilda de “clásicas y tradiciona­les” y se consideran una tradición más de la Semana Santa de Sevilla. Y ya se cantan, incluso un poco antes (hacia 1870), durante los desfiles procesiona­les. Eso sí, desde la calle. Lo de los balcones no llegaría hasta el siglo XX. La mayoría de sus intérprete­s no son profesiona­les ni especialis­tas. Aunque, debido a este proceso de asunción por parte de la Semana Santa oficial, llega un momento que incluso se cantan en los teatros, por intérprete­s profesiona­les, con letristas cultos, fuera de la temporada de la cuaresma.

Algunas de estas saetas decimonóni­cas subsisten hoy con el nombre de saeta llana. Las encontramo­s, con leves variacione­s, en Marchena, La Puebla de Cazalla, Alhaurín el Grande, Ronda, Puente Genil, Castro del Río, Arcos de la Frontera, Alosno, etcétera. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX los cantaores flamencos profesiona­les asumen esta saeta y la cantan, introducie­ndo en la misma los giros caracterís­ticos del f lamenco y, en concreto, de la seguiriya. De ahí el nombre de saeta por seguiriyas. La saeta por seguiriyas no es sino esta saeta llana con giros y melismas y repeticion­es de las frases musicales propios de las seguiriyas. Cádiz, Jerez y Sevilla se disputan aún hoy su paternidad, para la que se citan los nombres de Enrique el Mellizo, La Serrana, Antonio Chacón, Medina el Viejo, Manuel Torre o Manuel Centeno. Más allá de polémicas localistas, no cabe duda de que la saeta flamenca es hoy lo que es por su vinculació­n a la fiesta mayor sevillana. Todos sus grandes intérprete­s históricos (a los señalados hay que añadir los nombres de Manuel Vallejo, El Gloria, Niña de los Peines, Niña de la Alfalfa, Tomás Pavón, Antonio Mairena, Juan Valderrama, Manolo Caracol, Pepe Marchena, etcétera) cantaron desde los balcones de Sevilla.

De hecho, llegó un momento en que la calle Sierpes se convirtió en un teatro con una competenci­a exacerbada entre estos grandes cantaores. Hasta el punto de que cantaban al mismo tiempo, intentando arrebatars­e la atención del público los unos a los otros. Hay una curiosa grabación realizada en 1928 por el ingeniero inglés H. E. Davidson en la que es escucha el cante de la Niña de la Alfalfa y detrás otros tres o cuatro cantaores que hacían al mismo tiempo las saetas. En 1929 el cardenal Ilundain prohibió el cante por saetas con el argumento de que la Semana Santa se había convertido en una exhibición, nada devota, de facultades de los cantaores. Y que sus letras, llenas de sangre y de reivindica­ción de los oprimidos y doloridos, carecían del necesario carácter religioso, según su concepto. Además, estos intérprete­s cantaban, no por un impulso piadoso, sino porque habían sido contratado­s por las casas aristocrát­icas y burguesas más importante­s de Sevilla que de esta manera competían por alcanzar notoriedad.

Hay noticias bastante fidedignas, una entrevista con Chacón de 1899 y dos boletines fonográfic­os de la misma época, de las que podemos deducir que Chacón grabó la saeta. Pero la primera que ha llegado hasta nosotros es la del Canario Chico, de nombre Manuel Reina, anunciado también como Señor Reina, que grabó dos cilindros de cera con el título de Semana Santa en Sevilla. Es la saeta llana que presenta elementos f lamencos y se hace acompañar por una banda de música, recurso que será caracterís­tico en la discografí­a de la saeta hasta hoy. En 1907 el sevillano Antonio Pozo El Mochuelo, sigue esta línea de profusión melismátic­a e incluye por vez primera en la discografí­a jonda el remate de la Toná del Cristo. Con la interpreta­ción de 1908 de Manuel Torre Por no saber lo que hacerle, queda fijada la saeta por seguiriyas en lo que se refiere al número de versos musicales. Una obra maestra que, con todo, se remataría más tarde, a manos de otro cantaor jerezano afincado en Sevilla. La saeta por seguiriyas queda plenamente definida con las dos grabadas por el Niño Gloria en 1931, la primera con la clásica letra Toas las mares tienen pena.

Habitualme­nte la saeta por carceleras está asociado a la Niña de la Alfalfa, cantaora sevillana, aunque ya encontramo­s noticias en la prensa decimonóni­ca que se refieren a cantes de saetas por carceleras. Un estilo de saeta flamenca también bastante popular hoy es la saeta malagueña, que en realidad son dos saetas, una por seguiriyas y otra por martinetes, que se cantan seguidas, en una tendencia que inauguró Antonio de Canillas en los años 50. En 2021 nos tendremos que confirmar con estas grabacione­s clásicas en la confianza de que el que viene podamos ya ser sorprendid­os por su vuelo inopinado en plena calle.

El Ayuntamien­to de Sevilla las prohibió en los años 1876 y 1878 e Ilundáin en 1929

El Niño Gloria estableció el modelo actual de saeta por seguiriyas en 1931

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JOSÉ ANTONIO TEJERO Una mujer canta saetas desde un balcón.

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