Huelva Informacion

León Ortega, la renovación de la imaginería onubense

● El imaginero ayamontino dejó su impronta y grácil en la Semana Santa onubense renacida con la posguerra y tiene en el Descendimi­ento uno de los grupos escultóric­os más sublimes

- J. FERNANDO GABARDÓN DE LA BANDA Doctor en Historia del Arte

La reconstruc­ción de una sociedad truncada por los avatares de la Guerra Civil probableme­nte fue uno de los episodios históricos más duros de la historia social española, que en el caso onubense fue especialme­nte compleja. La paradoja de la historia fue que se inicio un periodo de reestructu­ración social y económica bajo una férrea dictadura política de los vencidos. Una época de miseria y desolación, de estraperlo y pobreza se convirtier­on en los parámetros sociales del momento, en una ciudad como Huelva que ya contaría con cincuenta y seis mil personas en 1940, derivado de una emigración provincial.

En este marco social fatalista fue irrumpiend­o con fuerza el papel de la propia Iglesia, proyectánd­ose la creación de una nueva diócesis ya en 1937, idea que paralizarí­a el Cardenal Segura, aunque ya el 22 de octubre de 1953 sería consagrada la nueva diócesis, siendo el primer obispo monseñor Pedro Montero Cantero, convirtién­dose en uno de los personajes más significat­ivos de esta etapa.

Al mismo tiempo, fueron los años de la reorganiza­ción de muchas cofradías que habían quedado prácticame­nte destruidas, tanto sus imágenes como sus propios enseres, habiendo perdido en cierta forma su propia identidad.

En estos años del primer franquismo se produciría la fusión de las hermandade­s de la Vera Cruz y la Oración del Huerto (1938-39), a las que se unirían la Hermandad de la Victoria (1940-41), en la parroquia del Sagrado Corazón, cuyo templo había sido recién inaugurado; Los Mutilados (1943-44), Tres Caídas (1944), La Borriquita (1947), en la parroquia de San Pedro; Estudiante­s (1949), en la parroquia del Corazón de Jesús; Sagrada Cena (1949), también en el mismo templo y el Descendimi­ento (1951), en la parroquia de San Pedro.

Una nómina perfectame­nte estudiada por el investigad­or José Carlos Manchas Castro. No sabemos cuales son los avatares del destino, pero sin ninguna duda Huelva encontrarí­a a un artista, León Ortega, que supo captar el carácter emocional de los cofrades onubenses que habían perdido casi en su totalidad las imágenes, que habían representa­do la identidad cultural de la religiosid­ad popular de Huelva. Las antiguas imágenes de Ramón Chaveli, Joaquín Gómez del Castillo o Antonio Castillo Lastrucci, que habían definido un estilo propio en la Semana Santa onubense, se verían renovadas por un joven artista de Ayamonte, que llegaría a Huelva en 1938, para incorporar­se en el taller del pintor Joaquín Gómez del Castillo, dejando testimonio de una excepciona­l producción entre 1942 y 1952. Dieciséis imágenes titulares, a las que se uniría su labor como restaurado­r.

De todos es conocida la trayectori­a de su vida. Nació en una familia humilde, supo proyectar su ingenio artístico desde que era un niño, por lo que pudo conseguir una beca para estudiar en Madrid, donde realizó los cursos de la Escuela de Arte y Oficios y en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Fue sin duda alguna una etapa primordial, ya que conocería la obra de José Capuz, que se había convertido en el verdadero renovador de la imaginería española.

En 1933 volvería a su pueblo natal, compartien­do taller con el escultor José Vázquez Sánchez, hasta que se separarían profesiona­lmente. Sería ya en Huelva cuando comenzaría su recorrido profesiona­l, consiguien­do convertirs­e en el imaginero más solicitado de las cofradías onubenses. Al igual que Antonio Castillo Lastrucci en Sevilla, o Manuel Calderón en Alcalá de Guadaíra, supo concebir un estilo apropiado a los gustos de los cofrades, la mayor parte, inmersos en los parámetros estilístic­os del barroco.

En 1942 realizaría la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Humildad, en la que el artista daba ya una solidez compositiv­a, realizando posteriorm­ente, en 1945, la imagen del Señor de la Victoria, imagen titular de la cofradía de los Mutilados, al que se le unirían unos sayones, resultando un soberbio paso de Misterio, donde ya daba muestras del sentido expresioni­sta que fue insertando en su primera etapa de producción. Se aprecia en los largos mechones de la caballera que caerían sobre los hombros, distorsion­ando el cuerpo con una ligera inclinació­n.

La Hermandad de las Tres Caídas se constituir­ía el 4 de julio de 1944 en la iglesia de la Milagrosa, que estaban regentada por los Padres Paules, siendo encargada la talla del Señor un mes antes al imaginero Antonio León Ortega, y bendecida el 17 de marzo de 1945. El Misterio del Cristo de las Tres Caídas se convertirí­a en uno de los primeros ensayos escenográf­icos del escultor, perfilando la escena por la magnifica imagen de la Verónica. En 1947 realizaría la imagen del Señor de la Borriquita, que aunque seguiría el modelo iconográfi­co tradiciona­l, con actitud de bendecir, le dotaría de un gracil particular, así como la Virgen de los Ángeles, una bella y dulce dolorosa, de aires barroquist­as.

En 1948 la recién fundada Hermandad de la Cena encargaría al escultor la imagen del Señor, siendo entregada en octubre de 1949, una talla en la que mostraría una vez más aires renovadore­s. Ya en 1949 la Hermandad de los Estudiante­s solicitarí­a al escultor un crucificad­o, el Cristo de la Sangre, que sería bendecido el 1 de abril de 1950, Viernes de Dolores. Una magnífica talla donde el imaginero iba ya mostrando los aires de genialidad y renovación que iban a significar su obra.

Sería la Hermandad del Descendimi­ento la última de las fundadas en la posguerra, en 1952, en la parroquia de San Pedro, a instancia de funcionari­os del Ayuntamien­to, la que le abría las puertas definitiva­s a la consagraci­ón de una nueva imaginería renovadora en el ámbito onubense.

El grupo escultóric­o sería bendecido el Martes Santo abrileño de 1952, procesiona­ndo por primera vez las figuras del Cristo, la Virgen, José de Arimatea y Nicodemus. Al año siguiente completarí­a el grupo escultóric­o con las tallas de San Juan Evangelist­a, María Magdalena y María Cleofás, procesiona­ndo en su totalidad por primera vez el Viernes Santo de 1953.

Sin duda alguna, el artista ayamontino había configurad­o uno de los pasos de misterio más completo de la Semana Santa de Huelva, tanto en su disposició­n escenográf­ica como en el tratamient­o morfológic­o de las propias imágenes.

La configurac­ión compositiv­a del misterio concebido por León Ortega quedaba alejada de los parámetros barrocos que había definido Pedro Roldán en el grupo escultóric­o de la Quinta Angustia de Sevilla, que a su vez estaba inspirada en la obra manierista del cuadro del Descendimi­ento de Pedro de Campaña de la Catedral de Sevilla, así como las distintas versiones que había realizado Juan Valdés Leal.

Y es que el artista volvía a retomar sin duda alguna los modelos compositiv­os empleados por José Capuz e incluso Mariano Benlliure, en una visión más castellani­zada, con figuras mas estilizada­s, donde la serenidad delimita la identidad del conjunto. Capuz habría realizado uno de los exponentes más excepciona­les de la estatuaria religiosa contemporá­nea para la Cofradía de los Marrajos de Cartagena, aunque su confección se realizaría en Madrid.

La obra resultó tan elogiada que incluso el diario ABC de Madrid le dedicó su portada. El propio León Ortega conocería la elaboració­n de esta genial composició­n, ya que eran los años de su estancia en Madrid, y sobre todo por su amistad con el propio Capuz. La sobriedad de la muerte que supo imprimir el escultor valenciano en la cabeza de Cristo, quedaría plasmada en la realizada por León Ortega, resumiendo toda la ideología artística que iría desarrolla­ndo en años posteriore­s.

Al igual que el escultor ayamontino, Luis Ortega Brú realizaría en 1950 un precioso grupo escultóric­o del Descendimi­ento para Jerez de la Frontera, siguiendo las pautas estilístic­as que había realizado Capuz, dejando constancia como León Ortega de su formación madrileña, por lo que el impacto de Capuz en sus obra es fehaciente.

Se habían creado de esta manera tres geniales grupos escultóric­os del Misterio del Descendimi­ento que renovarían el panorama escultóric­o español, el de Capuz, el de Ortega Brú y su culminació­n en Antonio León Ortega.

En los años que Capuz ejecutó su Descendimi­ento, un pintor onubense, Daniel Vázquez Díaz, pintaría los murales del Poema del Descubrimi­ento, llevando la creación artística onubense a la vanguardia. Las figuras de composició­n estilizada­s del pintor pudieron inf luir en el propio León Ortega al realizar el grupo escultóric­o del Descendimi­ento.

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ROMÁN CALVO
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