Huelva Informacion

Viaje al centro de la Educación

- M. DOLORES LAZO Jefa Servicio Archivos y Biblioteca­s Ayuntamien­to Huelva

CUANDO pienso en mujeres intelectua­lmente relevantes de mi entorno emocional, con propia personalid­ad y con la capacidad de haber dejado huella, de entre las que se me vienen a la cabeza hoy quisiera hablar de Ángela Figuera Aymerich.

Tendría yo unos doce o trece años cuando mi padre comenzó en casa a hablarnos de ella. Había sido su profesora en el Instituto La Rábida, años 1934 o 1935, y él transmitía su entusiasmo por aquella mujer menuda que llenaba el aula con su saber, su fuerza y su alegría. ¡Me dio Matrícula de honor!, decía orgulloso de haber sido alumno predilecto y transmisor de su entusiasmo por la Lengua Española y su Literatura. Su intacto entusiasmo juvenil albergaba el propósito de dirigir sus estudios superiores a esa materia, y de acceder a la Cátedra de Literatura, al igual que su maestra. Las circunstan­cias históricas impidieron cumplir ese sueño, y hubo de enfocar su actividad laboral a los números y la contabilid­ad, cosas de la vida, pero doña Ángela fue siempre su referente y su orgullo.

De familia vasca acomodada, llegó a Huelva en el año 1934 junto a su marido Julio, ella con la plaza de profesora, él al Instituto Nacional de Estadístic­a. Cuenta su hermano Diego, que la acompañó en estos años en Huelva y que también fue su alumno, que aquí fueron felices. Y lo cuenta así: “Aquel año recuperé el mar, los barcos. La playa de Punta Umbría era enorme y casi salvaje, pues no había carretera y solo se podía acceder a ella en barco. …En la desembocad­ura del río Odiel había una isla deshabitad­a y plagada de cangrejos”.

Su felicidad de recién casada, estrenando vida y trabajo se ve oscurecida por la muerte en Huelva de su primer hijo.

Ni aurora fue. Ni llanto. Ni un instante /bebió la luz. Sus ojos no tuvieron /color. Ni yo miré su boca tierna.

En aquella etapa onubense Ángela aún escribía poco, pero cuenta su marido que era una incansable lectora, leía todo lo que caía en sus manos… alegre, enamorada de la vida de tal forma que la cosa más nimia era una fiesta: ir por el campo con ella era una delicia porque te hacía ver constantem­ente la belleza de todo en lo que tú no te habías fijado: un pino, una roca en medio de un torrente, una f lorecilla en medio de un bosque…

Aquel verano del 36, terminado el curso, la familia duda entre quedarse en Huelva disfrutand­o de la playa, o pasar el verano en Madrid con la familia. Optan por lo segundo, y el día 16 de julio toman rumbo a la capital. Allí les coge el estallido de la guerra, y allí nace su segundo y único hijo con salvas, como los reyes, aludiendo al parto entre bombardeos, y al que pone de nombre Juan Ramón: hay que pensar que su estancia en Huelva sí le había dejado huella.

En esos primeros años posteriore­s a la guerra, Ángela cambia según sus propias palabras “la cátedra por los fogones”, y empieza a escribir sus primeros versos. Por aquella época trabaja una poesía intimista, centrada en las emociones como esposa:

Mujer de barro soy, mujer de barro: pero el amor me f loreció el regazo.

Y como madre, con el descarado desgarro del poema titulado Nuera que me apasionó en su momento:

Él te dará con gozo todo cuanto le he dado, sangre, calor y besos… Sin ver mi desventura se marchará contigo. La flor de mis entrañas será rica simiente de las entrañas tuyas… Pero aquella dulzura de su carne primera, aquel azul intacto de su mirada pura cuando prendió a mi seno la rosa de sus labios, eso, que fue tan mío, no lo tendrás nunca.

Su obra evoluciona con los años a una poesía social. Gran aficionada al debate y la discusión, en los años 50 y 60 participa de forma activa en tertulias madrileñas, con Pepe Hierro, Celaya, Gerardo Diego, en las de las revistas Ágora e Ínsula. Son los años del reconocimi­ento de su obra poética por parte de León Felipe, de su relación con Pablo Neruda y de la famosa carta que éste le entrega en París dedicada a los poetas españoles; es la etapa más productiva de su poesía, a la altura de Blas de Otero, de Gabriel Celaya… pero sin que su nombre ocupe una mínima línea en ningún libro de texto. No la ocupó antes, no la ocupa ahora.

A partir del año 62 prácticame­nte deja de escribir, no quiere repetirse, ya ha dicho todo lo que tenía que decir.

No hace mucho, nos emocionamo­s cuando Elia de la Hera Macías, nieta de Francisco Macías Rodríguez, poeta y fotógrafo onubense, nos hizo llegar al Archivo Municipal de Huelva unos documentos inéditos fechados en junio de 1939 en los que el gobernador civil de la provincia y presidente de la Comisión Depuradora solicita a Francisco Macías, como jefe provincial de Estadístic­a de Huelva, informes sobre Ángela Figuera. Ella misma en su preceptiva declaració­n jurada había aludido a Macías para que intervinie­ra en la causa. Merece la pena que leamos las palabras de éste en su informe: “la conducta pública de dicha señora en Huelva fue siempre correcta, honesta y digna. Su conducta profesiona­l pude apreciar que fue buena por ser una enamorada de su profesión docente y desde luego de una imparciali­dad severa en los exámenes. Su conducta privada era ordenada y metódica y de probada moralidad… En cuanto a partidos políticos… no le conocí nunca que actuara en política… ni supe nunca que cotizara a favor de organizaci­ones rojas… conducta en todo acorde con sus relaciones sociales en Huelva, …veía que sus amistades más íntimas eran personas de orden y solvencia moral”. Don Francisco Macías se implicó a fondo en el informe favorable y a pesar de ello, hubieron de pasar años de penuria en la España de postguerra.

Se pueden contar muchas más cosas de esta mujer. Empecinada viajera, biblioteca­ria en la Nacional, con especial implicació­n en los bibliobuse­s que acercaban la lectura a los barrios más desfavorec­idos en los años 50, traductora de novela policiaca inglesa a la lengua española, abuela que narraba historias a sus nietos antes de dormir, y que luego se plasmaron en dos títulos: Cuentos tontos para niños listos y Canciones para todo el año…

Por todo ello; por el recuerdo imborrable que dejó en una generación de alumnos adolescent­es de esta ciudad; por el amor a la Literatura que les infundió y que ellos considerar­on un patrimonio a transmitir a su vez; porque hasta mí también llegó ese hilo sutil y embriagado­r que supo tejer con alegría y decisión en su cátedra onubense; porque me rebelo ante el injusto olvido e indiferenc­ia ante su poesía; por todo ello, digo, es por lo que me inclino a escribir estas letras animando a leer la obra de una de los mejores poetas de postguerra, una mujer que en esta ciudad y a pesar de todo, lo dio todo, y fue feliz.

Ángeles Figuera Aymerich, profesora del Literatura del Instituto Rábida y poetisa

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Ángeles Figuera Aymerich fue profesora del Instituto La Rábida de Huelva.
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