República
Venía contándole a mi padre que la rabia que le genera el término “república” está relacionada no tanto con su verdadero significado sino, más bien, con sus prejuicios heredados de acontecimientos y generaciones pasadas. Y no le culpo por ello. Todos somos hijos de recelos y suspicacias que se nos escapan al raciocinio. Sin embargo, ¿quién en su sano juicio querría que una persona, con su séquito y secuaces, ordenase, dirigiese, comandara o liderase en cuestiones tan imporantes como las del Estado por el impar caso de pertenecer a este o estotro linaje? ¿Quién en su sano juicio podría oponerse a la primera acepción del término “república” recogida en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia en la que se la define como “Organización del Estado cuya máxima autoridad es elegida por los ciudadanos o por el Parlamento para un período determinado”? No deja de ser llamativo que en los Estados Unidos de América sea el partido republicano, con el ex aclamado Trump a la cabeza, el más afín a lo que en España delimitaríamos como una política de derechas (más allá de las inexistentes semenjanzas que se puedan establecer entre ambos sistemas de gobernanza) y que el partido demócrata represente a sus posiciones más de izquierda (dentro del contexto norteamericano de escasez de derechos sociales). Esta bifurcación etimológica conduce irrevocablemente, corríjanme si me equivoco, a una simple y elemental conclusión: no es siempre el propio significado denotativo de los términos el que empleamos en las discusiones de casa, sino el legado heredado de nuestros antecesores el que enjuicia el valor de libertad de los ciudadanos que se asocia al derecho de ejercer el voto para elegir a los representantes de un Gobierno institucional. Y, por lo tanto, les digo: desprendámonos de todos aquellos lastres que limitan nuestra capacidad de decidir como ciudadanos adultos y responsables, y tomemos las riendas de nuestra vida. Sólo los más necios son incapaces de procurarse su futuro. Pablo S. Abascal