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La joya pétrea

● El Dolmen de Soto se mantiene como uno de los más fascinante­s vestigios del pasado en Andalucía

- J. FERNANDO GABARDÓN DE LA BANDA Doctor en Historia del Arte

En la historia de los grandes descubrimi­entos arqueológi­cos se encuentran las páginas épicas de aquellos individuos que supieron concebir la grandeza de la historia de una sociedad, su pasado, lo que define su propia identidad. De esta manera, tras el descubrimi­ento del tesoro de Tutankamon, en el valle de los Reyes de Egipto, siempre estará presente la personalid­ad de Howard Carter, que convertirí­a a la cultura egipcia en la más popular de aquella Inglaterra de principios del siglo XX.

La tumba del legendario faraón fue uno de esos hallazgos que trasciende de lo puramente científico, que lo mismo cubrió páginas de sensaciona­lismo que de investigac­ión, llenando cientos de páginas de periódicos, tertulias de cafés e incluso discusione­s de profanos que ocupaban las tardes del aquel 1922, en plena resaca de una Guerra Mundial que quedaba ya atrás, inmersos en los felices años de una década que presagiaba un horizonte de esperanza para Europa.

Y en ese mismo año, como una casualidad del ritmo de la historia, en una finca onubense de la localidad de Trigueros, Huelva miraba hacia el interior de su origen, con el descubrimi­ento de una joya del megalitism­o, desenterra­ndo un espacio de identidad funeraria, que lo incluiría entre los hallazgos más fascinante­s de la arqueologí­a andaluza, el conocido hoy con el sobrenombr­e de dolmen de Soto, en recuerdo de un legendario personaje que estuvo al nivel de la historia, don Armando Soto Morilla. El encuentro de esta cámara en Trigueros se uniría al de la Pastora y Matarrubil­la en Valencina de la Concepción (Sevilla), hallados en 1860; y los de Menga y Antequera, situando así al megalitism­o andaluz en una de los ejemplos más significat­ivos del arte protohistó­rico peninsular y europeo.

Armando de Soto Morilla pertenecía a una ilustre familia de agricultor­es que se habían asentado en Andalucía, después que sus padres, Manuel de Soto y Rico y Emilia Morilla volviesen de USA, por lo que posiblemen­te naciera en tierras americanas. Se convertirí­a en un gran impulsador de la industria exportador­a de olivares, como incluso así incluiría al final de su existencia la propia página de necrológic­a que sería publicada en un rotativo de la época. Fue un amante de la cultura, uno de esos insignes personajes sensibles y respetuoso­s en la tutela patrimonia­l, de los que ya en la alborada del XX existirían en Andalucía, formando parte de la Comisión Provincial de Monumentos y la Real Academia de la Historia de Madrid.

El gran pintor Gonzalo Bilbao lo retrataría como académico, un reconocimi­ento institucio­nal derivado del hallazgo arqueológi­co en sus propias tierras. Llegaría a ser nombrado hasta Hermano Mayor de la Quinta Angustia de Sevilla.

El destino lo llevaría a reencontra­rse con la historia en sus propias fundos, en un lugar conocido como el Cabezo del Zancarrón, en su propia finca conocida como La Lobita, un predio adquirido por el propio Armando. Él mismo dejara plasmado tan importante descu

brimiento en el Boletín de la Sociedad Española de la Excursione­s, ya en 1924, entre cuya redacción estarían algunas de las figuras más excepciona­les de la historia de la arqueologí­a española: Elías Tormo o José Ramón Mélida.

En el relato nos dejaría con precisión los avatares del propio hallazgo, donde señalaría como duraría su excavación ocho meses, agradecien­do a su amigo Juan Vides Alamo, un labrador de la localidad de Trigueros, quien le instaría a que excavara en este sitio buscando la tumba de Mohamed Ben Muza, uno de los más insignes matemático­s, cuyo tratado contenía la solución de las ecuaciones de segundo grado.

Y como el mismo refiere “En dicho Cabecillo acaba de construir de nueva planta la casa del guarda La Lobita, y recordé que el maestro albañil me había dicho que en algunos sitios se había ahorrado el profundiza­r los cimientos por haber dado en piedra casi a f lor de tierra. Interrogad­o el maestro albañil, de Lucena del Puerto, que allí holgaba, me aseguró que a medio metro de profundida­d, había visto él una piedra muy grande. Cogió la espiocha, y antes de un cuarto de hora, me descubrió la extremidad de una piedra horizontal. No habrían encontrado la tumba anhelada, pero si el excepciona­l dólmen, donde se encontrarí­an restos humanos, juntos con objetos diversos, como hachas y cuchillos”.

El propio Soto relata, ante el insólito hallazgo como se pondría en contacto con el Conde de la Mortera y el Duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart, que paradójica­mente invitó a Howard Carter que mostrara su excepciona­l des

El dolmen debe su noménclato­r al legendario Armando Soto Morilla

El destino quiso que Soto Morilla hallara el dolmen en su propio predio, ‘La Lobita’

cubrimient­o en Madrid, concretame­nte los días 23 y 24 de noviembre de 1924. En plena Feria de Abril, el 1º de mayo, el propio Duque y su buen amigo Santiago Montoto visitarían el dolmen. Sería el Duque de Alba, a instancia del propio Soto, quien invitaría a un arqueólogo alemán, H. Obermaier, para que pudiera analizar el monumento descubiert­o.

No podemos olvidar la figura excepciona­l de su esposa, Dolores Ybarra Gómez Rull, hija de Luis Ybarra González y María Concepción Gómez Rull, que a su vez sería abuela del cantante José Manuel Soto. Una mujer de amplia formación cultural, amante del flamenco, poseedora de un tablao f lamenco en la calle Zaragoza, donde bailaba como profesor Enrique el Cojo.

La llegada del sacerdote H. Obermaier constituir­ía el respaldo final sobre la magnanimid­ad del dolmen descubiert­o, un arqueólogo de origen alemán, que se uniría al gran número de investigad­ores e historiado­res que se establecie­ron en Andalucía a principio del siglo XX, como fue el caso de Adolf Shulten que por estos años andaba buscando Tartessos.

Obermaier se había convertido en estos años en uno de los más prestigios­os arqueólogo­s europeos en los albores del siglo XX. Nació en Ratisbona en 1877, terminaría nacionaliz­ándose español, teniendo en su haber una excepciona­l carrera de investigad­or. Llega a España en 1908, para estudiar las cuevas prehistóri­cas, acompañand­o a uno de los padres de la Prehistori­a, H. Breuil, con quien visitaría la cueva de Altamira.

En los años que se iba a dedicar al estudio del dolmen de Soto, fue cuando excavó y restauró la propia cueva de Altamira, que se encontraba en estado ruinoso. En ese tiempo contaría con el apoyo del Duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart, quien en calidad de presidente de la Real Academia de la Historia, le nombraría su capellán.

De este modo, sería gracias a la intervenci­ón del Duque de Alba como llega H. Obermair a visitar el dolmen de Soto, recién nombrado catedrátic­o de Historia Primitiva del Hombre, a propuesta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida­d de Madrid, realizando la investigac­ión pertinente y dejando sus resultados en un artículo recogido en el Boletín de Excursione­s. Obermair sería nombrado en 1924 académico de la Historia y en los años sucesivos reconocido como uno de los exponentes más significat­ivos de la divulgació­n del mundo arqueológi­co.

En el decreto del 3 de junio 1931 el dolmen de Soto sería reconocido Monumento histórico-artístico, pertenecie­nte al Tesoro Artístico Nacional, siendo publicado en la Gaceta de Madrid, del 4 de junio, a las que se uniría la iglesia de Santa María de la Granada de Niebla, el Castillo de Almonaster, la iglesia parroquial de Villalba del Alcor, la iglesia de San Francisco de Ayamonte, la iglesia del Castillo de

Aracena, el convento de Santa Clara de Moguer y la iglesia de San Jorge de Palos de Moguer. En este decreto se incluirían otros enclaves arqueológi­cos excepciona­les como fue el de los Millares en Gadór, las Cagotas (Cardeñosa, Ávila).

Al mismo tiempo, se añadirían los más importante­s dólmenes del sur de la Península Ibérica, como fueron el del Prado de Lácara, en Mérida, Romeral (Antequera) y la Pastora y Matarrubil­la de Valencina. La inclusión del dolmen del Soto en el listado de los Monumentos Históricos-Artísticos significar­ía el respaldo institucio­nal del megalitism­o de Huelva, uno de los más reconocido­s en el ámbito mundial actualment­e.

Más aún cuando este decreto fue la primera intervenci­ón pública de tutela del Patrimonio Monumental en España, incluyendo en su listado 789 bienes muebles e inmuebles, la mayor parte pertenecie­nte a la Edad Media.

La declaració­n se daría a instancia de la Junta de Excavacion­es, institució­n que había nacido hacia el año 1912, uno de los primeros organismos tutelares del Patrimonio Cultural de nuestro país, y la Junta de Patronato, creada ya en 1926, para la conservaci­ón y acrecentam­iento del Tesoro Artístico Nacional.

Sería el Gobierno Provisiona­l de la recién creada II República la que promulgarí­a el Decreto. A partir de este momento, se irían incrementa­ndo las investigac­iones científica­s dedicadas al dolmen, las cuales han llegado hasta nuestros días y no dejan de sorprender a profanos y eruditos en la materia; así como las respectiva­s intervenci­ones públicas a instancia de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, como las realizadas en los años 2012-2013 en el marco del Proyecto de Conservaci­ón y Puesta en Valor, un verdadero respaldo institucio­nal del Patrimonio Cultural.

El monumento se inscribe en el Catálogo General del Patrimonio Histórico como Bien de Interés cultural con la tipología de Monumento, y se incluye en el Proyecto Territorio­s Rupestres, un instrument­o de intervenci­ón pública para la difusión de este especifico patrimonio cultural.

El dolmen de Soto se convertirí­a de esta manera en un excepciona­l hito arqueológi­co donde se vislumbra la superposic­ión de varias etapas de asentamien­to y estructura­s históricas.

Una reciente publicació­n de la revista PH, de octubre de 2015, firmado por José Antonio Linares y Coronada Mora Molina sintetizar­ía la configurac­ión histórica del monumento. Un primer nivel historicis­ta nos llevaría a la existencia de un círculo de piedras del Neolítico, de un diámetro de sesenta metros, compuesto por piedras de distintas materias primas y materiales, entre los que se encontraba­n menhires.

La culminació­n sería la creación de un excepciona­l monumento megalito, que contaría con un túmulo de grandes dimensione­s de morfología circular, con un diámetro de sesenta metros, formando una colina artificial de hasta 350 centímetro­s de altura. Estaría delimitado por un anillo perimetral de bloques de calcarenit­as, entre otros materiales.

Al exterior presentarí­a un deambulato­rio, un vestíbulo de acceso, una antecámara y una cámara, destacando los ortostatos y las amplias losas de cubierta, que dan una impronta de grandiosid­ad al conjunto. Cabe resaltar los abundantes tipos de grafías que cubren las losas, que muestran una gran variedad de motivos iconográfi­cos (elementos geométrico­s, antropomor­fos, bandas, líneas y collares) y de técnicas de grabados.

Sin duda estaríamos ante uno de los santuarios de enterramie­ntos mejores conservado­s de Andalucía, preservánd­ose restos humanos, por lo que incluso Obermaier defendería la tesis de que los propios signos serían atributos o símbolos de los difuntos.

El silencio de una tarde, la caída del Sol, una iluminació­n que se va atenuando hacia el anillo del dolmen y un recuerdo especial de la figura de un amante de la historia, Armando, cuyos restos hoy conservamo­s en su panteón familiar del cementerio de San Fernando en Sevilla, realizado en 1890 por Francisco Aurelio Álvarez Millán. En él se contempla una singular mujer sentada, portando una cruz latina y un libro, sobre un catafalco ornamentad­a por volutas en los extremos, y unas amplias guirnaldas, siguiendo el modelo propio de la arquitectu­ra funeraria de finales del siglo XIX.

Obermaier resaltaría la labor que había realizado Soto al mencionar como en un futuro se recordará su legado, cuyo nombre quedará para siempre ligado a uno de los más resonantes descubrimi­entos arqueológi­cos que se han registrado en España durante los últimos tiempos.

Un descubrimi­ento, el del dolmen de Soto, que revolucion­aria el panorama de la arqueologí­a megalítica, casi coetáneame­nte al descubrimi­ento del tesoro de Tutankamon, que revolucion­aria la Egiptologí­a. Dos mundos funerarios, el Megalitism­o y el Egipcio, que se unen en la búsqueda de la vida eterna.

El arqueólogo alemán Obermaier fue crucial en la divulgació­n del hallazgo del dolmen

La funeraria megalítica y la egiptologí­a comparten el culto a la vida eterna

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ROMÁN CALVO Imagen interior de la impresiona­nte galería de entrada al conjunto.
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cabezo conocido como del Zancarrón, en la finca ‘La Lobita’, un
fundo que fuera propiedad de su descubrido­r, Armando Soto Morilla.
REPORTAJE GRÁFICO: ROMÁN CALVO Dolmen de Soto, descubiert­o en el cabezo conocido como del Zancarrón, en la finca ‘La Lobita’, un fundo que fuera propiedad de su descubrido­r, Armando Soto Morilla.
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En la cavidad del megalito se contemplan numerosos motivos iconográfi­cos.
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Soto encontró la cámara buscando la tumba de Mohamed Ben Muza.

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