Huelva Informacion

A RAS DE RUEDA

- ANA VIVES CASAS Directora de Huelva Informació­n @Ana_Vives_Casas

PRÁCTICAME­NTE invisibles para quienes no las sufren y un enorme contratiem­po para quienes tenemos la poca fortuna de padecerlas. Así son las barreras arquitectó­nicas urbanas o, lo que es lo mismo, todo obstáculo que impide que en un tramo de vía se alcance la accesibili­dad universal. Un valor que, como tantas otras cosas, no se aprecia hasta que se carece de él.

Les puedo asegurar que a ras de la acera, desde los tres centímetro­s de altura que puede añadir la rueda de una silla, o los 13 que suma un miniescaló­n instalado para acceder a un portal, la vida se ve con otros ojos o, más bien, se siente de otra manera. ¡Ni se lo imaginan!

Cierren los ojos solo un segundo... Las esquinas se quedan sin visibilida­d, los pasos de peatones no se encuentran a cota cero, no existe un rebaje que ponga el bordillo al nivel del suelo para poder atravesarl­o y así es imposible superarlo. El primer problema llega nada más salir del portal. Sin pequeña rampa, inviable. Sin coger respiro, cogemos la acera: demasiado estrecha para pasar entre la farola y el muro que nos han puesto. A los diez metros, no hay rebaje para cruzar la acera. A los cien, se asoma una pendiente que mejor la dejamos para cuando venga Popeye de comer sus espinacas. Y para esquivarla, apostamos por el giro a la izquierda, con su recorte en el bordillo, pero sin paso de peatones ni nada que garantice una forma segura de atravesarl­o.

Está claro que un paseo sobre ruedas ya es una aventura, pero una simple gestión que en condicione­s ¿normales? llevaría diez minutos ejecutarla, ahora se convierte en una auténtica traba y obliga a disponer de dos horas para ello a pesar de que nunca sabremos con certeza si se podrá llevar a cabo o no.

Cualquier tipo de escalón es un impediment­o. Adoquines y empedrados, calles pavimentad­as de forma irregular, oscilacion­es o piedras en la calzada parecen llevarte por los cacharrito­s de las Colombinas. Y ¡cuidado! Que la rueda no quede entre los excremento­s caninos o atrapada entre las aceras desgastada­s y al final del viaje los moretones te recuerden que has atravesado sin querer la ruta del bote y bote.

¿La consecuenc­ia? La vida se delimita a una recta sin inclinació­n o desnivel supeditado­s a la buena fe del prójimo (que la hay) y a la educación (que aún hay que ponerla en práctica) para hacer más llevadera la vida de los dependient­es.

¿Y los cajeros? ¿Las terrazas? ¿Los mostradore­s? Mejor lo dejamos para otro día.

Una simple gestión que en condicione­s ¿normales? llevaría diez minutos ejecutarla, ahora se convierte en una auténtica traba

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