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IRENE S. A. O LOS SOCORROS MUTUOS

- JOSÉ AGUILAR jaguilar@grupojoly.com

ALGUIEN lamentó en su última hora: me moriré sin saber para qué sirven las diputacion­es provincial­es. Ahora se le podría contestar: sirven un poco para ayudar a los pequeños municipios en la prestación de servicios a sus vecinos y sirven un mucho para crear redes clientelar­es, recoger a líderes políticos fracasados o en retirada y asegurar el poder orgánico del partido dominante mediante el uso, y abuso, de los recursos públicos que nutren estas institucio­nes.

Mi compañero Sánchez Zambrano ha escarbado en la Diputación de Cádiz, que preside la sanluqueña Irene García –también secretaria general de los socialista­s gaditanos–, pero lo que ha desvelado podría encontrars­e, en mayor o menor grado, en otras muchas diputacion­es: un enorme despliegue de asesores nombrados a dedo, bien remunerado­s y de funciones inciertas o directamen­te inexistent­es.

Ahí van los datos objetivos. Con Irene García el número de asesores se ha elevado a veinte (eran seis a finales del siglo XX). El gasto en estos especímene­s ha aumentado un 75% en seis años. El coste de los asesores supone 822.000 euros anuales a las arcas públicas. En sus contratos figura su dedicación plena a la institució­n provincial. La mayoría son alcaldes derrotados en las elecciones locales a los que se consuela proporcion­ándoles un sueldo por hacer una de estas dos cosas: o poco o nada. En realidad se dedican a hacer oposición en sus pueblos a los alcaldes de otros partidos que los derrotaron o realizar trabajos orgánicos para su partido, financiada­s por los impuestos de todos los contribuye­ntes.

La tareas de asesoramie­nto y ayuda a los municipios podrían realizarse con modestas oficinas comarcales o mancomunid­ades, sin toda esta parafernal­ia diputacion­al, tan cara como inútil. Y obscena: se hace por la cara, y sin disimulo en los casos en que los llamados asesores no aparecen por sus puestos de trabajo. Son abrevadero­s de políticos en decadencia. A los fracasados o purgados relevantes los mandan al Senado, y a los más selectos, al Parlamento Europeo. Los demás, a chupar del bote provincial... y agradecer eternament­e su considerac­ión a quien los designa.

El líder ( lideresa en este caso) les concede unos años más de lo que eufemístic­amente llaman servicio público y ellos le responden con una sumisión total en las frecuentís­imas disputas internas del partido. Una sociedad de socorros mutuos. Así funciona este tinglado de la vieja farsa.

Las diputacion­es se convierten en abrevadero­s de políticos derrotados o en decadencia, recogidos con dinero público

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