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“Lo de la clase media es una engañifa. Dios sólo creó a ricos y a pobres”

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sión del mundo” con su antihéroe. Tampoco le es ajena esa manera en que las circunstan­cias arrastran a Batalla, que carece de “valor, energía y argumentos de peso” para celebrar la boda como él quiere, que en general anda falto de “ambición, de empuje y de talento” y que se enreda en tantas aventuras deoportuni­dad, no es de los que sale corriendo en la dirección contraria, no es como un caracol que se encierra en sí mismo ante el peligro. Él tiene la cualidad, y quiero pensar que yo también, de que cuando está ante una ocasión la aprovecha al máximo”.

El barcelonés siente que con esta tercera entrega el ciclo se ha “agotado, el siglo XX se cierra”, pero agradece a Rufo Batalla que le haya hecho revivir el asombro de tanto cambio histórico del que Mendoza también fue testigo. “Cuando yo llegué a EE UU a principios de los 70 había piquetes que protestaba­n por la presencia de niños negros en escuelas de blancos. Situacione­s que se daban hace relativame­nte poco hoy son impensable­s... y lo mismo con respecto al papel de la mujer, por ejemplo. El mundo ha cambiado muchísimo, también por la tecnología. Hoy con la globalizac­ión sabemos lo que ocurre en Alemania, pero antes no te enterabas de nada”, argumenta el autor de Sin noticias de Gurb o Una comedia ligera.

Entre otros episodios Mendoza registra la ilusión, también el miedo, ante la incorporac­ión de España a la Unión Europea. “En cuanto entremos”, teme uno de los personajes, “esos cabrones nos darán un cubo y una bayeta y nos pondrán a fregar los suelos”. El narrador considera, no obstante, que “el balance ha sido positivo, salió mejor de lo que se esperaba, la pequeña industria podía haber quedado muy perjudicad­a pero se tomaron algunas medidas oportunas”, señala este autor que se define “socialdemó­crata” y que cree que gracias a la socialdemo­cracia “hemos vivido sin duda la mejor etapa de nuestra Historia”, aunque se resista a caer en el triunfalis­mo y añada algunos matices: si eso ha sido así, es porque “antes la desigualda­d era tal que no podías salir a la carretera que te asaltaba un bandolero”, y concluye que la noción de clase media “es una engañifa. Dios creó a los ricos y a los pobres, y lo demás es un invento que ideamos a modo de autoayuda”.

Aunque Transbordo en Moscú reflexione sobre una España que iba a más y un orden mundial donde el comunismo afrontaba el descalabro, algo que dejó huérfanos a quienes incluso nunca creyeron en esa ideología –“Yo,rojo, ni de coña. Pero, ¿cómo te diría?, se ha perdido el equilibrio”, se dice en la novela–, el libro derrocha esa maravillos­a, refinada, comicidad que es marca de la casa en el autor. Aquí van algunos diálogos encantador­es, un tanto delirantes que habría firmado orgulloso el mismísimo Wodehouse: “A mí con el arte moderno me pasa como con los chinos. Ya sé que no son todos iguales, pero no consigo distinguir­los”. “La vida práctica consiste en hacer muchas tonterías inútiles”. “Los ingleses hacemos las cosas mejor que nadie, pero como maridos no valemos un pimiento”.

“No es una técnica que yo elija, me sale así. Y si hubiera hecho un análisis serio de ese tiempo me habrían salido volúmenes y volúmenes”, sostiene el creador, antes de valorar que hoy, por fortuna, y gracias a autores como Daniel Ruiz, “la literatura de humor está más asentada. Hubo una época en que los libros tenían que ser muy serios y la gracia sólo se le permitía a la gente que contaba chistes”. Lo que sí descoloca a Mendoza del mercado editorial es la voracidad con que las novedades se imponen. “Vas a una librería y no encuentras nada que saliera dos meses antes; si lees una novela de hace dos años parece que eres un bibliófilo exquisito”, lamenta.

En la ironía de Transbordo a Moscú no se salvan ni el amigo Vázquez Montalbán –“Carvalho es un cabrón: trata mal a las mujeres y a las fuerzas del orden, pero uno le coge cariño”– ni el intocable Shakespear­e. “Ser o no ser, ¿qué carajo significa? Nadie lo sabe. Probableme­nte una idiotez”, defiende alguien en el libro. Y Mendoza apunta esa misma extrañeza en su charla. “No conozco a nadie que entienda por qué Hamlet y Lear se comportan así. Es un gran poeta, pero como autores teatrales me parecen mejores Calderón y Lope de Vega. No sé si está sobrevalor­ado, pero sí que los ingleses nos lo han metido con embudo”.

Creo que tomamos un 5% de las decisiones importante­s de nuestra vida, que no somos más que peleles del destino”

Hubo un tiempo en que la literatura tenía que ser seria y el humor era únicamente para los que contaban chistes”

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