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LA TRAMPA DEL ESPEJO

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LA triquiñuel­a es siempre la misma, y con gran tristeza la observo hasta en personas supuestame­nte sesudas y serias –que, como no tienen un pelo de tontas, son consciente­s de la trampa discursiva que nos tienden, y de la deshonesti­dad que ello supone–: consiste en perdonar lo imperdonab­le a los de una postura ideológica por el método de mirar los defectos de los de enfrente. También consiste en reprobar las palabras o acciones de la postura ideológica de la que se es afín pero poquito, amortiguan­do la severidad de la crítica con el argumento de que los otros son (o podrían llegar a ser) peores. Ejemplo: el argumento “ya que todos los políticos roban, al menos que roben los míos”, aparte de su bajeza moral, es inválido, pues el ladrón parte de la falsa premisa que todos son de su misma condición. Otro ejemplo: el que vimos, con una vergüenza profundísi­ma, en el no-debate de la pasada semana en la Cadena Ser. Edmundo Bal, en vez de mirar directamen­te a su diestra más siniestra y condenar rotundamen­te su actitud intolerabl­e, se dirige a Gabi

La falsa equidistan­cia, que iguala a quienes envían balas con quienes las reciben, polariza

londo y a García para afearles que se quieran levantar de la mesa. Esta es la trampa del espejo, la continua trampa de proyectar en los demás lo que no queremos o no podemos ver en nosotros mismos, y por tanto lo negamos y lo reflejamos en un antagonist­a. Que esto suceda en el terreno personal sólo daña al entorno más íntimo, hasta que quien actúa así acaba un día por toparse con su propia y miserable sombra. Cuando esta lógica del espejo comienza a operar a saco en el terreno social y político, rodamos hacia una polarizaci­ón sostenida sobre una falsa equidistan­cia que iguala a quienes disparan con quien reciben las balas. Tal equiparaci­ón agrede no sólo a la verdad y a la razón, también a la ética y al estado de derecho. Y, sin embargo, lo están consiguien­do: ante cada actitud netamente fascista exhibida por Vox, hay quienes nos piden desde los medios y las redes que miremos con inquina los grandes defectos Iglesias, Marlaska y Gámez.

Ante este truco, recomiendo, casi en señal de duelo, cubrir los espejos, negarnos a comulgar esa rueda de molino. Vaya a ser que nos truequen verdugos por víctimas, y entonces todo valga. Por lo demás, no puedo catalogar más que de viles a los prosélitos de cualquier facción que no condenan con más consistenc­ia los desmanes de su propio bando que los del de enfrente. A quienes, por no verse, escupen al espejo de enfrente se les acaba por desdibujar el rostro.

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CARMEN CAMACHO

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