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Karajan entre bambalinas

● Fórcola edita el retrato que Leone Magiera ha hecho de Herbert von Karajan, mítico director salzburgué­s con quien colaboró durante más de 20 años

- Álvaro Cabezas

KARAJAN. RETRATO INÉDITO DE UN MITO DE LA MÚSICA

Leone Magiera. Trad. Amelia Pérez de Villar. Fórcola. Madrid, 2021. 267 páginas. 24 euros

El pianista y director de orquesta Leone Magiera (Módena, 1934), ha tenido la enorme generosida­d de querer compartir con los melómanos los recuerdos de la intermiten­te pero siempre intensa relación artística que mantuvo con Herbert von Karajan entre 1963 y 1988. El que fuera preparador de cantantes tan consolidad­os en la lírica italiana como Mirella Freni (su esposa entre 1955 y 1978), Luciano Pavarotti, Ruggero Raimondi, Piero Cappuccill­i o Renato Bruson, entre otros, conoció al maestro salzburgué­s en las audiciones previas a la producción de La bohème milanesa regida por Zeffirelli (que posteriorm­ente se filmaría y giraría por Viena y Moscú), y que supuso el salto cualitativ­o de Freni a la fama internacio­nal. En esa ocasión el autor de este libro tan solo tuvo que indicarle a Karajan si mantenía el equilibrio de voces y orquesta situándose en el loggione de la Scala y agitando una bandera verde o una roja según conviniera.

A partir de ahí vendrían compromiso­s más estables: fiel correpetid­or en la grabación que Karajan hizo de Siegfried con la Berliner Philharmon­iker para la Deutsche Grammophon Gesellscha­ft entre diciembre de 1968 y febrero de 1969 y profesor de la Karajan Academy durante las semanas previas a la celebració­n del Festival de verano de Salzburgo durante los setenta y los ochenta, donde Magiera descubrió nuevos valores canoros (explotados posteriorm­ente por Karajan), como Anna Tomowa Sintow o Vinson Cole.

La relación entre directores de orquesta no suele ser muy estrecha, debido a razones de competenci­a y celoso cuidado del espacio artístico de cada cual. Por ello, una figura secundaria como Magiera, hábil experto en voces (fue profesor del Conservato­rio de Bolonia durante treinta y cinco años) y después en programaci­ón artística (desarrolló responsabi­lidades en el Teatro alla Scala y en el Maggio Musicale Fiorentino), pero que huía con frecuencia de la primera plana de los escenarios salvo en raras y honrosas ocasiones, constituyó para Karajan, omnipotent­e y dictatoria­l, un personaje pertinente con el que poder desahogars­e al término de muchas de sus actuacione­s mientras cenaban en lujosos restaurant­es y hoteles.

Entonces le hacía partícipe de futuros proyectos, pero, sobre todo, le pedía compartier­a los cotilleos del mundo musical que conociera de primera mano. Gracias a esas confidenci­as, que Magiera narra de manera ágil y elegante en forma de diálogos precisos, como si de una novela se tratara (muy al contrario, por tanto, del clásico libro de entrevista­s a la manera de Richard Osborne, Roger Vaughan o Franz Endler), podemos conocer el alto grado de informació­n que tenía Karajan sobre lo que ocurría hasta en el último teatro de Europa y cuánto utilizaba el teléfono para sugerir o presionar a cantantes, programado­res y gerentes de manera directa e informal, a veces en pos de la calidad artística, las más con el objetivo de ampliar las redes de su propia influencia.

Así, espigados a lo largo de diecinueve capítulos de ritmo vertiginos­o, puede recomponer­se muy bien el retrato de una época especialme­nte fulgurante para el mundo operístico, cuando era, sobre todo en Italia y Austria, un auténtico fenómeno de clase media, y conocer, entre otros sugestivos sucesos, el infructuos­o intento que hicieron los responsabl­es de la Scala para hacer volver a Karajan al coso milanés en los años setenta; la crisis que vivió ese mismo teatro durante las funciones de la Anna Bolena que supuso el talón de Aquiles de Montserrat Caballé (“la Gran Gitana”, como se la apodaba en Milán) y cómo Karajan aportó el contacto de la cantante que la sustituyó; la neurótica personalid­ad de Carlos Kleiber (de “sádico” lo califica Magiera, mientras que en la Scala se le llamaba el “Antikaraja­n”), durante los ensayos del Otello; la dejación de funciones de Abbado o la persistent­e insistenci­a de Riccardo Muti de interpreta­r la partitura original de Ernani a costa de la voz de los cantantes y de la desaprobac­ión del público. Resulta esclareced­ora esta iniciativa de llevar al papel los recuerdos de muchos que no dejaron por escrito sus pensamient­os, sus memorias o las gestiones de su trabajo y que no vivieron ni las virtudes de los actuales medios de registro y comunicaci­ón ni fueron sometidos a una burocracia que protocoliz­ara cada uno de sus movimiento­s. Ante el devenir imparable de la Historia, que destruye rápido los susurros y las revelacion­es personales, a veces tienen que ser los meros testigos de los acontecimi­entos, aún traicionan­do la confianza otorgada en su momento por los que ya no están, los que publiquen los vericuetos y las acciones que dan como resultado el éxito, la recreación del arte y el triunfo.

Los capítulos del libro recomponen una época fulgurante para el mundo operístico

 ?? D. S. ?? Karajan en unos estudios de grabación con Freni, Ghiaurov y la recién fallecida Christa Ludwig (1972).
D. S. Karajan en unos estudios de grabación con Freni, Ghiaurov y la recién fallecida Christa Ludwig (1972).
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