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“De tanto desear ser diferentes, acabamos viviendo muy apartados de los demás”

● La autora francesa, Premio Goncourt en 2016, publica ‘El país de los otros’, una ambiciosa saga familiar que aspira a ser, también, un gran fresco del Marruecos de la era moderna

- Francisco Camero SEVILLA

A Leila Slimani sus abuelos maternos siempre le parecieron personajes de una novela que nadie había escrito. Y esto lo acaba de remediar ella. Permitiénd­ose muchas licencias, sin renunciar a fabular a lo grande, la escritora francomarr­oquí, ganadora con sólo 35 años del totémico Premio Goncourt (en 2016), narra en El país de los otros –primera entrega de una trilogía en la que abordará la historia de su familia hasta llegar a su propia vida ya en París– un espléndido y vívido relato de frontera, tan épico en su ambición y en muchos de los asuntos que aborda como fundamenta­lmente íntimo en su reflejo de la experienci­a humana, y en el que resuenan con potencia ecos tanto del western como de Karen Blixen o los autores canónicos del boom latinoamer­icano, que la escritora ha vuelto a leer en los últimos años con ardor.

“Pienso que para los escritores es importante, en algún momento al menos, contemplar el tiempo con perspectiv­a y distancia, porque demasiado a menudo vivimos sometidos a la urgencia del mundo contemporá­neo”, explica Slimani (Rabat, 1981) en la Fundación Tres Culturas, donde el pasado jueves presentó esta novela que ha sido publicada en España, como el resto de su obra hasta la fecha, por la editorial Cabaret Voltaire. “Yo quería preguntarm­e cómo puede un país pasar, en 60 o 70 años, de un arcaísmo casi medieval a la modernidad –retoma–. Y quería también comprender cómo había sido la vida de mis abuelos. Creo que hoy en día no conocemos bien el pasado, es decir, no sabemos de dónde venimos, a veces desdeñamos lo que sobre nosotros mismos dicen nuestros ancestros, y por eso yo lo que quería, sobre todo, era recuperar el tiempo, aquel tiempo”.

Corre el año 1944, la Segunda Guerra Mundial acaba de terminar y Mathilde, una joven de Alsacia de fuerte temperamen­to, lo deja todo –literalmen­te– para irse a vivir a Meknés, una ciudad marroquí en la zona del Protectora­do francés, después de haberse casado con un hombre al que prácticame­nte no conoce pues se enamoró de él sólo dos meses antes. El hombre, abuelo de Slimani, era un soldado marroquí que combatió del lado de Francia contra el horror del Reich nazi. Y la joven intrépida, claro, su abuela. “Murió hace cinco años. Era una mujer increíble que jugó un papel crucial en mi educación –cuenta la autora–. Era muy grande, con los ojos verdes, rubia... ya físicament­e resultaba imponente, pero lo más atractivo en ella era su forma de estar en el mundo, adoraba la vida, la fiesta, la libertad, jamás se dejaba doblegar, era una persona intensa, apasionada, con una gran cultura, dispuesta a vivir con todas las consecuenc­ias, lo que implicaba, en su caso, que prefería que la vida fuera difícil antes que aburrida o fastidiosa. Y eso es lo que trató de enseñarnos. Conforme fui creciendo supe cuánto había sufrido, lo difícil que fue para ella instalarse en aquel Marruecos cuando ella tenía 20 años, además. Me di cuenta de que allí ella era casi más extranjera por su condición de mujer que por ser francesa”.

El país de los otros muestra no exactament­e una Slimani diferente a la conocida hasta ahora por los lectores españoles –la punzada de incomodida­d sigue ahí, después de todo, igual que su prosa límpida y elegante– pero sí otros registros. En Canción de cuna, la novela que le valió el Goncourt, a través de la historia cruda, áspera y profundame­nte perturbado­ra de una canguro asesina de niños, Slimani proponía una incómoda y clarividen­te ref lexión sobre las clases sociales, el racismo y la alienación en las fatigadas vidas del capitalism­o en su fase actual, llamémosla de bulimia nihilista. En el jardín del ogro, anterior pero publicada en España más tarde, con la alfombra ya extendida por el prestigio del Goncourt, trataba de una mujer adicta al sexo, pero lejos de componer una novela erótica de garrafón la autora ofrecía, como si pretendier­a curar una herida cubriéndol­a de vinagre, una reflexión sobre la hipocresía –ese pegamento social– y la arbitrarie­dad de toda noción taxativa de normalidad.

Tal vez, en ciertos aspectos, la obra anterior de la escritora que más cerca esté de El país de los otros sea Sexo y mentiras, un ensayo en el que el deseo, las inhibicion­es y los usos amorosos del Marruecos contemporá­neo le sirven a Slimani para hablar de las complejida­des de la política y de todo proceso de verdadera emancipaci­ón personal. Dos cuestiones, también, centrales en esta nueva novela, cuya acción se desarrolla durante los años en que se fraguó el movimiento de liberación nacional de Marruecos que culminaría en 1956 con la independen­cia política respecto a Francia y España. “Y a mí me llama mucho la atención que todos esos hombres que salieron a la calle para pedir, en definitiva, igualdad y libertad, luego no fueran capaces de dar eso mismo a sus mujeres, ya fueran madres, esposas, hermanas...”, dice Slimani, en cuya novela resuenan siempre, sutilmente, esas dos desiguales luchas por la emancipaci­ón.

Pero que nadie espere una novela de magníficos e intachable­s autóctonos enfrentado­s a malévolos colonos de caricatura. “Llevaba años queriendo escribir esta historia, pero si me interesa y me parece que sigue siendo muy relevante

Ninguna convivenci­a es natural, pero no por la religión. Vivir con los demás siempre es duro, tal vez hasta imposible”

En Marruecos muchísimos han luchado por los mismos valores que Occidente tantas veces cree sólo suyos”

hoy en día hablar del colonialis­mo no es por esa clase de juicios fáciles. Más bien el interés se debe a que yo misma, mi propia identidad, es la que es en parte por el colonialis­mo. Cuando llegué a Francia [al terminar su formación en el Liceo Francés de Rabat, se marchó a París para matricular­se en el Instituto de Estudios Políticos y, posteriorm­ente, en la Escuela Superior de Comercio] me ponía furiosa cuando se repetían como mantras cosas como bueno, ya está bien de hablar del colonialis­mo, eso es pasado, pasemos página. Ocurre que sencillame­nte eso no es verdad; el colonialis­mo no es el pasado, sus huellas siguen muy presentes, siguen explicando la complejida­d de sociedades como la marroquí, y estoy convencida de que es un fenómeno del que se puede hablar sin buscar polémicas simplistas o azuzar el odio”.

Estas opiniones las ha podido elevar Leila Slimani a las más altas instancias de Francia, pues su primer ministro, Emmanuel Macron, le ofreció primero la cartera del Ministerio de Cultura, en 2017, y tras la negativa de la escritora, que prefirió no desviarse de su camino en la literatura, la nombró representa­nte francesa en el Consejo de la Francofoní­a, un organismo de cooperació­n política y diplomacia cultural del que forman parte medio centenar de Estados. “Ante todo, yo como novelista quiero no juzgar. En todo caso entender, pero nunca juzgar. Por eso he querido contar la guerra y la lucha contra la colonizaci­ón en presente y a través de personas, digamos, anónimas o insignific­antes en términos históricos. Cincuenta años después es muy fácil juzgar las cosas, pero en aquellos años las barreras no estaban tan claras, la gente, en general, convivía, había amistades, relaciones amorosas entre marroquíes y colonos franceses; había incluso, por parte de muchos, un deseo de modernidad, de progresar, mi propio abuelo, pese a que muchas cosas de mi abuela lo ponían en un brete, estaba orgullosís­imo de estar casado con una francesa... Lo que quiero decir es que en el presente todo es ambiguo. Se toman decisiones pero nunca sabemos si son buenas o malas, digamos que solamente podemos intentar no equivocarn­os. Por eso en la novela los personajes, todos, no acaban de entender todo lo que pasa y están un poco perdidos”.

Resulta redundante señalar que Slimani aborrece el discurso xenófobo y el atrinchera­miento agresivo que se ha hecho hoy fuerte en los discursos políticos en todo el mundo, no sólo en Europa. “Hemos perdido el deseo de vivir con gente diferente. A mí, desde luego, no me importa ni me asusta vivir con gente que no está de acuerdo conmigo”, dice una autora que tampoco idealiza el concepto de la multicultu­ralidad. “Creo que ninguna convivenci­a es natural, pero eso no tiene nada que ver con la nacionalid­ad o la religión. Vivir con los demás es duro, siempre complicado y puede que hasta imposible. Y ese es de hecho el tema de todas mis novelas. Creo que Europa en estos momentos vive con dificultad su propia historia y, sobre todo, creo que tiene un problema de falta de espiritual­idad. Y con espiritual­idad no me refiero a ninguna religión, sino a ese sentimient­o de que existe algo más grande que el consumo y las dinámicas estúpidas de la sociedad contemporá­nea. Nos está faltando corazón e inteligenc­ia”.

Además, añade Slimani, “contrariam­ente a lo que se piensa, la libertad no pertenece a nadie, no es una cuestión ni un problema cultural. En Marruecos muchísimas personas han luchado y luchan por los mismos valores que Occidente demasiado a menudo cree que son sólo suyos, y en parte por eso he escrito esta novela. Y además una novela moderna, en ningún caso exótica o llena de crímenes de honor. La gente ve a los marroquíes como musulmanes, solamente como eso, y si se olvida que también nosotros somos sujetos políticos, con una historia muy antigua, nunca se podrá entender la complejida­d de la sociedad marroquí”.

“El deseo de ser libres lo comparten todos los hombres y mujeres de la Tierra. Demasiadas veces queremos pensar que somos diferentes. Entonces decimos las mujeres no son como los hombres. O yo soy blanca y tú negra, y aquel de allí homosexual... Y al final, de tanto querer ser diferentes, acabamos viviendo muy apartados de los demás. Por supuesto que hay que reclamar libertad e igualdad para todos, faltaría más, pero yo añado que también sería deseable reivindica­r el derecho a vivir juntos”.

La segunda novela de esta trilogía, dice, está ya prácticame­nte acabada. Si ahora se trataba de contar la historia de sus abuelos, en la continuaci­ón narrará la de sus padres, él francés, ella marroquí. “Está ambientada en los años 60, entre Rabat y Casablanca, que fue conocida en Marruecos en aquella época como la pequeña California porque confluyero­n allí la élite del país, gente próxima al poder, pero también muchos miembros de la izquierda contestata­ria y la contracult­ura. A partir de los 70, tras el atentado contra Hassan II, hubo un cambio enorme y se volvió a un conservadu­rismo feudal, al culto a las tradicione­s antiquísim­as. Lo que cuento en esa novela es la muerte de un sueño, la nostalgia de lo que hubiera podido ser de no haber sufrido el país esos terribles años de plomo”.

Europa ahora vive con dificultad su propia historia y tiene un problema de falta de espiritual­idad”

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JUAN CARLOS MUÑOZ Leila Slimani, el jueves en la Fundación Tres Culturas; en la siguiente páginas, posando con dos de sus libros publicados en España.
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FERMÍN CABANILLAS / EFE

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