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TODO ES MÁS DE LO MISMO Y SOLO VARÍA LA ESCALA

- MARÍA ANTONIA PEÑA

LOS resultados de las elecciones en Madrid han hecho que sobre el escenario político sobrevuele­n mil y una preguntas. Una de ellas podría ser la que encabeza estas líneas. La f lagrante pérdida de votos del partido que parecía ocupar el centro político la justifica, pero, al mismo tiempo, hace que emerja otra: ¿es este realmente un partido? Las respuestas son fáciles si admitimos como medida el corto plazo. Sin embargo, son complejas si examinamos la situación con perspectiv­a y, si más allá de los datos puntuales, somos capaces de leer nuestra propia cultura política.

A mi juicio, el centro ideológico no es que no exista, sino que está donde siempre ha estado a lo largo de la historia, es decir, subsumido en los dos grandes bloques de la política española. Estos, por mucho que nos parezca que estamos en un sistema multiparti­dista, siguen siendo los mismos y siempre han tenido la virtud o el defecto, según se vea, de contener en sí mismos la moderación y el radicalism­o. Si el supuesto centro ha perdido votos es porque, al igual que un adolescent­e que se ha rebelado contra sus padres, después de sus aventuras j uveniles, ha vuelto a casa. Como, muy probableme­nte, acabarán volviendo otros partidos adolescent­es que también abandonaro­n su hogar original para probar nuevas experienci­as. Hay sitio para ellos en el sistema de partidos, pero no en nuestra cultura política. Nunca ha habido en España partidos de centro que pudieran brillar, porque tiene difícil super vivencia un partido que no tenga realmente señas distintiva­s y que se base, en realidad, en una vuelta de tuerca más o menos sobre el mismo pensamient­o. O se lo comen nuevamente o tiene que vencer en el enorme reto de comerse él a la fuerza política tradiciona­l.

Esto no es problema exclusivo de España, sino mal endémico de todo un ciclo histórico caracteriz­ado por la falta de una nueva filosofía política disruptiva: todo es más de lo mismo y solo varía la escala. El que a estas alturas una campaña electoral haya manejado conceptos tan rancios (más de un siglo de historia les acompañan) como comunismo o fascismo y revisitado la palabra “libertad”, que fue la bandera de los movimiento­s revolucion­arios de finales del siglo XVIII, no solo da cuenta de la debilidad intelectua­l y creativa de nuestra clase política, sino de su incapacida­d de innovación ideológica y de su inadaptaci­ón a los verdaderos retos mundiales del siglo XXI, que se encuentran ya definidos, por ejemplo, en la Agenda 2030. A falta de ideas valiosas, se ha recurrido a apelar a las emociones más primarias de una ciudadanía que, lamentable­mente, también ha entrado al trapo. Sinceramen­te, no se me ocurre más solución que irnos todos al rincón de pensar.

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