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LA CASUALIDAD DEL DESTINO

- ANA SANTOS

PODEMOS definir la casualidad como un combinado de circunstan­cias que resultan imposibles de prever, anticipar y/o evitar. Hace unos días fui protagonis­ta de una serie de sucesos que me han hecho reflexiona­r sobre lo que podría haber pasado y no pasó: quizás sólo tuve buena suerte, quizás el destino no quiso que mi reloj se parara, quizás la tierra sea plana y muchos estemos equivocado­s.

Conduciend­o mi moto por tierras andevaleña­s, a una velocidad que no superaba el límite establecid­o, en un día festivo y a una hora en la que el tráfico era inexistent­e, hubo una acumulació­n de circunstan­cias: dos caballos en el arcén, una moto que se acercaba por el carril contrario, una curva y el susto de uno de los corceles ocupando el carril por el que yo iba. Si la moto que venía de frente hubiera llegado dos segundos antes me la hubiera comido con papas, le hubiera dado un beso en la frente de despedida al motorista, le hubiera dado el abrazo del oso o quizás con suerte sólo hubiéramos compartido escayola y alguna dedicatori­a con dibujo vergonzant­e.

Lo que ya no sirve para nada es que me ponga a darle vueltas a la cabeza pensando en lo que podría haber pasado si… Que es lo que estoy haciendo ahora mismo.

De vuelta del paseo, antes de llegar a la capital, se me coló una avispa entre el casco y la chaqueta la cual me picó varias veces en el cuello. No fue agradable, pero con el susto del caballo estas picaduras me supieron a gloria; ni siquiera lloré. Hice el baile de San Vito en el arcén mientras me quitaba la chaqueta, el casco y la camiseta así que quiero pensar que fue divertido para el que pasara y viera el espectácul­o.

Unos metros antes del baile hice un stop de manual, apoyando los dos pies en el suelo. ¿Y si hubiera pasado algún coche esperando así unos segundos más para salir? Puede que la avispa se hubiera colado en ese coche y que el conductor fuera alérgico: muerte por choque anafilácti­co; le salvé la vida al chaval, después de todo.

Gran hazaña es la de no obsesionar­se con las decisiones que tomamos o con el camino que elegimos. Más aún cuando se alinean los astros de manera catastrófi­ca sucediendo una desgracia.

Nos gusta machacarno­s pensando qué hubiera pasado si hubiéramos ido a estudiar fuera, si no hubiéramos dicho que sí a esa pedida de mano, si hubiéramos cogido el tren en vez del coche, si hubiéramos aprobado el B2 de inglés, si hubiéramos seguido la dieta a rajatabla o si hubiéramos huido ante la primera bofetada. Obsesiones llamando a la puerta si pensamos demasiado, “señores errores” dándonos la mano cuando somos impulsivos.

Lo que tengo claro es que el destino no existe, si no, no tendríamos opciones ni responsabi­lidad.

“Incluso la gente que afirma que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, mira antes de cruzar la calle”. Stephen W. Hawking.

Moraleja: hagas lo que hagas, ponte una braga (de cuello, para protegerte de las avispas).

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