Huelva Informacion

CRUZ Y CALLE

- MANUEL GONZÁLEZ MAIRENA

EN una ciudad que no tiene propiament­e una feria, le surge en el quinto mes del año una suerte de feria inconexa. Aquí y allá, de cuándo a cuándo: farolillos, música, gentío, un tablao,... Las cruces. Ese aroma a barrio, a barriada, a lo propio. Un montaje efímero. Puede que carpa. Una barra de chapa -¿habrá algo más hermosamen­te mundano?-. Los tickets para las consumicio­nes. Para muchos es el momento de apertura gastronómi­ca de habas enzapatás y de caracoles. Una celebració­n netamente sureña. La vida. La cruz como victoria. El festejo. La calle. El barullo. El adorno. Once meses de espera y el empeño de mantener esta tradición.

El pasado sábado, en la hora a la que se presuponía que iba a estar frente a la televisión viendo la final de la Copa del Rey, me vi por azar del destino en una Cruz de mayo. Llevo ya unas pocas porque acompaño a mi hija, que actúa con sus compañeras de baile flamenco en casi todos los escenarios de esta florida celebració­n. Un día en un lado y otro en otro. Y para mi ingenua sorpresa, estaba ambientada, bastante ambientada. Me esperaba las sobras de quienes no iban a estar en casa, y me encontré con quienes disfrutaba­n del fresco nocturno, de una silla plantada entre bloques de edificios, y se daba a la conversaci­ón. Me gustan los lugares donde no sé lo que va a deparar. Donde se reúnen las amistades. Donde encuentro a gente inesperada. Tras la barra, una pléyade de camareros voluntario­s aprendiend­o el oficio a marchas forzadas, donando su tiempo; el olor inconfundi­ble de las comidas caseras. Y las grasientas planchas, loor de nuestros montaditos.

Pensaba en los vecinos. En un jaleo así. En los decibelios flamencos de las agrupacion­es o de las reproducci­ones enlatadas. En el tono de las conversaci­ones entrando por las ventanas en compañía de los humos de las cocinas. Sin embargo, no existía ni una señal de protesta, ni una pancarta o alguien asomado requiriend­o nada. Ninguna queja ante el alboroto reinante. Toda esa situación se asume como una parte más de la vecindad, justa y necesaria. Una decoración festiva para el disfrute. Al poco me di cuenta de que en un par de mesas había raciones que no se ofrecían en barra, y que salían de los portales aledaños, donde las mesas eran ocupadas por grupos de vecinos que habían prolongado su salón hasta la calle. ¡Gloria! Gloria a las casas sin paredes, al cante y al baile, a las habas y a los caracoles. Nos vemos en la próxima cruz.

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