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El adviento hacia Pentecosté­s

La festividad trasladada al VII Domingo de Pascua abre un tiempo nuevo a la venida del Espíritu Santo, al Pentecosté­s que celebrarem­os en El Rocío ●

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Ado por los persas en el 614. Los cruzados levantaron un grandioso santuario, del que con el retorno musulmán, permanece solo la actual edícula octogonal en el entorno de una mezquita.

Aunque el control de edificio continúa en manos musulmanas se permite el acceso al mismo, en gesto de buena sintonía entre religiones pero igualmente como una fuente de ingresos por los peregrinos que lo visitan.

El edificio cilíndrico en su interior, con cúpula puesta por los musulmanes con lo que no se puede ver el cielo, y así tampoco lo que le dijo a los apóstoles: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo”. Aparece en el centro de un espacio abierto, en cuyos alrededore­s hay sillares y ruedas de molinos que sitúan puntos para el descanso y la oración.

Se accede al interior por una pequeña puerta tras la larga fila que provocan los peregrinos que bajan de los autocares. Así que todos desean arrodillar­se, tocar y/o besar la piedra donde la tradición cristiana habla de que es

Una de las fiestas más importante­s junto a la Resurrecci­ón y Pentecosté­s

aquí donde está la última pisada del Señor antes de ascender a los cielos.

Está impregnada de aceite aromático con olor a rosas, junto a ella un recipiente rectangula­r con tierra sobre la que poner unas velas altas y finas, como las que vemos en los templos ortodoxos.

El tiempo es breve para facilitar el acceso de todos los peregrinos, que luego comparten ese momento especial vivido, reunidos en espacios de descanso. Tiempo de meditación, de un Jesús que permanece presente en el mundo, el Resucitado. Él que ascendió al cielo ofrece a los cristianos la fuerza, la perseveran­cia y la alegría, como dice el papa Francisco.

Llegada la fiesta de la Ascensión, cuarenta días después del Domingo de Resurrecci­ón, en la edícula se permite a los cristianos la celebració­n y hay una vigilia con rezos hasta el amanecer, en la que se vive junto con los franciscan­os de Tierra Santa un momento muy espiritual.

Tras su marcha dejará el Espíritu Santo, que aquí recibiremo­s como cada año en el Pentecosté­s que se vivirá en la aldea marismeña presididos por la Virgen del Rocío.

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