F. A. Gallardo
El Gran Torino del detective Starsky era un “tomate a rayas” que aunque nos parecía de lo más molón a los espectadores españoles para muchos estadounidenses era un vehículo de ‘señoros’ reconvertido en excentricidad frívola. En la vida real durante los rodajes esos tomates a rayas había que sustituirlos cada día. Eran tan aparatosas las escenas de acción y persecuciones que los coches de la serie tenían que estar siempre en el chapista.
En aquellos momentos, a mediados de los 70, la serie Starsky & Hutch era trepidante. Demasiado. Se decía que era muy violenta. Los dos detectives de la ficticia Bay City, que en realidad patrullaban las calles de San Pedro, la zona costera de Los Ángeles, se metían en líos a las primeras de cambio. Eran contundentes con los traficantes y corruptos. Eran los profetas de la siguiente pareja de acción de la tele, Corrupción en Miami, y al público conservador, y a los críticos de la prensa, que eran también muy conservadores, el rubio y el moreno eran dos polícias que eran “muy amigos”, “demasiado amigos”. En la intro incluso aparecían en una sauna. Eran dos homosexuales latentes. Dos gays que empezaban a salir del armario. Y salían en la cadena ABC, que por entonces era considerada la más familiar y ‘decente’. Aquel canal terminó siendo comprando por Disney cuando era muy Disney.
Demasiado duraron aquellos dos detectives que se abrazaban, se preocupaban del otro y se querían con locura mientras no dudaban en sacar la pistola sin dilación. Y como tenían que elegir en atender a las críticas entre violencia o homosexualidad oculta, los productores prefirieron aligerar de lo primero para cargar sobre lo segundo. A fin de cuentas era bonito que dos hombres se sintieran muy amigos: así media historia de la literatura.
Starsky, aspecto canorro, con sus jerséis lanudos o sus camisetas sudorosas, era un veterano de guerra, un chico de la calle. Hutch era de clase acomodada, con chupa estilizada y a la moda. Refinado, como más remilgado. Una pareja complementaria, dos tipos diferentes. La fábrica habitual de justicieros. Nuestros abuelos ya leían los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín. Pero en Estados Unidos miraban entre líneas y a mucha audiencia no le gustaban esos afectos de camaradas mientras que millones de espectadores estaban encantados con ese descenso a los bajos fondos, con Huggy Bear de confidente y un comisario enfadado con sus expeditivos chicos. Huggy lo interpretaba un actor ‘chicano’ de Nueva York, Antonio Fargas.
Aaron Spelling era el productor de moda e igual montaba la comedia romántica coral Vacaciones en el mar, tan suave, como reclutaba a las policías de Los ángeles de Charlie, que fueron lo más erótico, veladamente, que vieron muchos yanquis en años en la pantalla de casa. En España los detectives de Bay Citiy aterrizaron en la franja de tarde de los miércoles del 78 y ya que hubo alguna protesta en pro de los niños encandilado con Mazinger Z y