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El PAPA SANTO en EL ROCÍO

● Treinta aniversari­o La visita del vicario de Cristo a la Blanca Paloma es un hecho histórico y trascenden­tal que hoy se recordará en la misa de Pentecosté­s en la aldea almonteña

- EDUARDO J. SUGRAÑES

EN el santuario del Rocío, convertido en un mosaico de devoción y color con los simpecados, todos esperábamo­s con inquietud a Juan Pablo II aquella tarde del 14 de junio de 1993. Qué emoción cuando se escuchó: ¡Ya está aquí!

Un papa peregrino por las arenas. “El que quiera ir al Rocío que vaya por las arenas, que no sea malaje de ir por la carretera”, eso se canta en El Rocío.

Le vimos ‘acalmao’ por el calor como aquí decimos-, con todos sus achaques, andando por las arenas cual peregrino que hubiese hecho el camino para la romería. Como a todos se le veía en el rostro reflejado el cansancio, pero le movía la devoción mariana. Porque lo de ser peregrino rociero no se puede ocultar y queda reflejado en nuestro rostro, pero también en nuestro corazón y eso se notaba en la alegría que compartía.

En la aldea había una inquietud por la llegada del papa, tras clausurar en la Eucaristía en la avenida de Andalucía de Huelva, que presidía la Virgen de la Cinta, los actos del V Centenario del Descubrimi­ento y Evangeliza­ción de América; no olvidando recorrer los Lugares Colombinos, visitando Moguer, rezando ante la Virgen de Montemayor, en Palos de la Frontera y en La Rábida coronando a la Virgen de los Milagros.

En El Rocío, en el interior de la ermita, se vivía con ansiedad ese instante. Un silencio absoluto.

Una espera como una vigilia mirando a la Virgen en inquietud desmesurad­a como cada año ocurre delante de Ella en el momento de su eclosión devota.

Sí, vivíamos algo íntimo y especial en el interior de la ermita. Sentimos la presencia de la cercanía de Juan Pablo II en la emoción de la gente que le esperaba.

Por las arena venía, peregrino de la Virgen desde Roma a El Rocío. Por la puerta de la Marisma entró a la Casa de la Virgen.

Esa es una imagen para la historia que se suma a la de la bienvenida en el interior de la ermita. Una alegría para el pueblo de Almonte recibir a Su Santidad Juan Pablo II.

Y El Rocío se hizo silencio, santuario de emociones, catedral del sentimient­o, basílica y mirada del mundo cuando el Santo Padre se arrodilló delante de Ella, la Virgen del Rocío, y del tabernácul­o de Dios que tenía a sus pies. Allí rezó.

Es una emoción que vive aún dentro de todos los que estuvimos en ese momento. Se convirtió en un encuentro único, compartir con Juan

Pablo II su oración ante la Virgen del Rocío, la meditación en silencio, que llegaba a nuestros corazones.

Qué alegría más inmensa para todos los devotos de la Virgen: ¡El papa en El Rocío!

Juan Pablo II invitaba a una oración profunda ante la Blanca Paloma, a una mirada en cercanía, a escucharla, a tener un diálogo reposado.

Por la nave de la iglesia fue bendiciend­o a todos los Simpecados de las filiales camino del balcón de las marismas, desde donde se dirigió a los peregrinos de este Rocío tan especial.

El papa tuvo unas hermosas palabras en El Rocío con un mensaje profundo de renovación espiritual.

Las palabras del Santo Padre en

El Rocío fueron claves, no solo para definir la importanci­a de esta romería universal y la devoción a María, sino para profundiza­r en la religiosid­ad popular y en lo que es y deben ser las hermandade­s.

A la luz de María, el papa dijo que “las hermandade­s tienen mucho de positivo y alentador, pero se le ha acumulado también, como vosotros decís, polvo del camino, que es necesario purificar”. Invitaba a ahondar en los fundamento­s de la devoción para descubrir “las raíces profundas de la presencia de María en vuestras vida como modelo en el peregrinar de la fe”.

Alertaba en ese momento, a todas las hermandade­s, al señalar que desligar las raíces evangélica­s de la religiosid­ad popular es reducirla a mera expresión folklórica o costumbris­ta y fue contundent­e: “Sería traicionar su verdadera esencia”.

En referencia directa a la dimensión universal de la romería

El papa caminó por las arenas como un peregrino más que se acerca hasta la Virgen

Desde el balcón del santuario invitó a ¡Que todo el mundo sea rociero!

almonteña, hizo una invitación muy directa, la de “hacer de este lugar del Rocío una verdadera escuela de vida cristiana, en la que, bajo la protección maternal de María, la fe crezca y se fortalezca con la escuela de la Palabra de Dios”.

Habló de dinamismo apostólico, que llega de la mano de la formación en las hermandade­s, lo que hoy viene siendo uno de los objetivos principale­s en el desarrollo de los planes pastorales de la Diócesis.

San Juan Pablo II, al que ya tenemos en los altares, manifestó sentirse feliz aquella tarde entre nosotros y convencido de los valores de la religiosid­ad popular, dijo que le había pedido a Ella, nuestra Madre celestial, la Virgen del Rocío, “en la alegría de vuestra forma de ser”, “la firmeza de la fe”.

“¡Que por María sepáis abrir de par en par vuestro corazón a Cristo, el Señor!”

El papa se despidió de todos entre una salva de aplausos, con un: ¡Que todo el mundo sea rociero!

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E.J. SUGRAÑES
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