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Juan Luis Muñiz Pérez es la memoria viva de Galaroza a sus 90 años

● Este cachonero de gran cultura y que ha dedicado su vida a multitud de actividade­s es capaz de relatar hechos históricos del último siglo de su pueblo con todo lujo de detalles

- Antonio Tristancho

En prácticame­nte todos los pueblos pervive alguien que recuerda lo que nadie sabe. Son vecinos o vecinas con una mente prodigiosa que mantienen vivos los hechos del pasado, que son capaces de explicar lo que pasó hace décadas o las transforma­ciones de algún lugar concreto, sin tener que recurrir a fotografía­s o a viejos documentos.

Juan Luis Muñiz Pérez es una de estas personas, es la memoria viva de Galaroza. Nacido el 11 de octubre de 1932, por sus ojos han pasado más de nueve décadas de episodios de la historia cachonera, que recuerda con gran lujo de detalles.

La conversaci­ón con este cachonero es fluida, a pesar de su edad, sucediéndo­se anécdota tras anécdota, historia tras historia, hasta conformar el constructo de la vida cachonera del último siglo. Un rato con Juan Luis nos retrotrae hasta décadas pasadas, habiendo sido fuente importante para cronistas locales, como Emilio Rodríguez Beneyto, y para estudios e investigac­iones más recientes.

Hombre de gran cultura, ha sido ávido lector de todo cuanto caía en sus manos, desde poesía hasta filosofía. Su lectura era “de catálogo”, según le gusta decir, ya que compraba libros de editoriale­s que le informaban de sus fondos, como Aguilar, y adquiría obras de autores poco frecuentes, como el poeta y filósofo Charles Péguy. La afición le venía de ascendenci­a familiar, ya que su abuela leía el periódico con 20 años, y su abuelo Francisco, su tío Ovidio, su tío Antonio, su tío Manuel Arellano y su hermano Francisco fueron maestros.

Su padre, Francisco Muñiz, tuvo primero una tienda de tejidos y luego de calzados, pañuelos, medias y otras prendas. Le compró en 1912 el inmueble y la tienda a Zacarías, padre del poeta Luis Pérez Infante, explotando el negocio su abuela, Visitación Muñiz Muñiz.

De profundas raíces religiosas, ha estado siempre ligado a la iglesia, con especial amistad hacia la comunidad capuchina que se estableció en Galaroza a partir de 1950. De esta forma, se relaciona con responsabl­es como Fray Damián de Cogollos, con quien merendaba cada tarde en la casa-convento que legó a la Orden María Teresa Vázquez de Prado, viuda de Osborne.

Fue muy amigo del párroco Fernando Vázquez, a quien visitaba en la iglesia cada vez que podía. Reconoce que tuvo un papel destacado en la represión que ocasionó la Guerra Civil y que se fue de Galaroza porque lo nombraron Canónigo de la Catedral de Huelva, en diciembre de 1955. Por supuesto, Juan Luis recuerda el homenaje que se le brindó, con un programa que incluía la inauguraci­ón de un azulejo en una calle con su nombre, un acto público en el Paseo del Carmen al que asistió el Obispo de Coria (Cáceres), y una misa en la que se ordenó sacerdote un capuchino y otros religiosos.

Desde hace unos años, su relación con este estamento ha decaído mucho, “porque la iglesia no da ejemplo de santidad ni de solidarida­d”.

A pesar de su corta edad entonces, mantiene frescos los acontecimi­entos de la Guerra Civil, aportando datos de la gestión republican­a, del alcalde Luis Navarro o de la represión que sufrieron muchos cachoneros. Sin embargo, el relato de aquellos años truculento­s adquiere en sus palabras una dimensión también entrañable y anecdótica, como su amistad con el secretario del Ayuntamien­to, el culto Francisco Criado, o el episodio del tesoro que se descubrió en las obras del Ayuntamien­to. Refiere que en aquellos trabajos, “en unas gradas, los albañiles encontraro­n un tesoro de monedas de oro y decidieron quedárselo. Para ser más a repartir mandaron a por mucha agua al muchacho que se encargaba de esas tareas, pero no picó el anzuelo. Saturio Santiago, maestro de obras municipal con una impresiona­nte historia que le costó la vida al estallar la Guerra Civil, negoció el tesoro y se quedó con la mayor parte. Precisamen­te, el zagal al que querían dejar fuera del negocio fue el único que invirtió bien su parte”, finaliza la moraleja de Juan Luis.

Recuerda también a otros personajes destacados del pueblo, como Fernando Márquez Tirado, tanto en su trayectori­a teatral como familiar. Este fundador de ‘La Alcancía’ cambió su vida acomodada en Galaroza por otra totalmente distinta en Madrid, donde ocupó un puesto en el Ayuntamien­to mientras que trataba de triunfar como dramaturgo. De hecho, Juan Luis recuerda de inmediato el nombre de la comedia que escribió su paisano, ‘El cortijo de las Matas’, así como sus costumbres disolutas y el gran cariño que le tenía su hijo Fernando.

Ha tenido también incidencia en la vida social del pueblo, ya que desempeñó puestos importante­s para las pequeñas localidade­s, como ser miembro de la directiva del Club Recreativo y Cultural, el antiguo casino.

Es un espectácul­o ver fotos con Juan Luis. Recuerda amigos, parientes, sucesos, lugares… Es un conversor de las imágenes en la historia que encierra cada una.

Casado con Damiana González, viven ahora un momento de orgullo, ya que su ahijado Jesús Sánchez ha impulsado junto a otros jóvenes una asociación cultural en su aldea que tiene al pueblo ilustrado y revolucion­ado.

Esta es la memoria viva de Galaroza, Juan Luis Muñiz, un hombre de 90 años que mantiene frescos los recuerdos del pasado para todo aquel que quiera mantener un rato de conversaci­ón sobre historias y vivencias.

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ANTONIO TRISTANCHO Juan Luis Muñiz posa frente a un cartel con el nombre de Galaroza.

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