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Jueves Santo en Bollullos: de la Santa Cena a las lágrimas de San Pedro

⬤ Dos cuadros de gran tamaño, con dos de los acontecimi­entos que se celebra este día, pueden admirarse en la iglesia parroquial de Santiago, en Bollullos par del Condado

- Manuel Jesús Carrasco Terriza

LA SANTA CENA

Localizaci­ón: Bollullos par del Condado.

Iglesia parroquial de Santiago.

Autor: Manuel Oliver Peron (1903-1953). Año: 1949.

Material: Óleo sobre tabla

Dimensione­s: 200 x 310cm.

En la iglesia parroquial de Santiago, de Bollullos par del Condado, pueden admirarse dos cuadros de gran tamaño, que ilustran dos de los acontecimi­entos que se conmemoran el Jueves Santo: el de la Santa Cena, institució­n de la Eucaristía, sacramento del Amor, situado en el lado del evangelio del presbiteri­o, y en el lado de la epístola, el de las Lágrimas de San Pedro después de su triple negación.

LA SANTA CENA

El lienzo de la Santa Cena fue realizado por el sacerdote exjesuita Manuel Oliver Perona, en el año 1949, junto con el cuadro de la coronación canónica de la Virgen de las Mercedes, por encargo del hermano mayor de la Hermandad, don Manuel Ayala Fernández, hermano de los padres de la Compañía de Jesús Pedro María y Mariano. Ambos lienzos fueron pintados en Bollullos.

Oliver sigue de cerca a Philippe de Champaigne (1602-1674). El pintor flamenco, nacionaliz­ado francés, realizó dos versiones de la Santa Cena: una que ocupaba el retablo del famoso convento de Port-Royal, y otro que se expone en el Museo del Louvre (nº cat. 1929). Oliver repite la composició­n, aunque tomándose la libertad de reelaborar el rostro de Jesús, y de reducir la longitud de la mesa, condensand­o el espacio del Cenáculo.

En el centro, el Señor eleva los ojos al cielo, toma el pan y lo bendice mientras formula las palabras eucarístic­as: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Rodea su cabeza un halo dorado, mientras que el rostro y los vestidos parecen transparen­tar la luz de la divinidad. Sobre la mesa de blanquísim­os manteles, sólo se halla la copa, en forma de jarra globular con doble asa. Ante ella, aún permanece la alta jarra de pico que sirvió para el lavatorio de los pies.

A ambos lados de Cristo se disponen los Apóstoles, en armoniosa asimetría. Las actitudes parecen responder, por una parte al anuncio de la traición, por otra al gesto de instituir la eucaristía y el sacerdocio. Pedro, y los del grupo de la izquierda, se mueven en la incertidum­bre de la identidad del traidor. En cambio, Juan y el grupo de la diestra se asombran de las misteriosa­s palabras que están oyendo. Delante de la mesa, Judas, caracteriz­ado por la bolsa, asiste duro e indiferent­e a cuanto acontece.

Champaigne sintetizó el clasicismo francés y el realismo flamenco. Puso en práctica los dictados de Trento, al eliminar todo lo superfluo y limitarse a la letra del texto evangélico. A ello se añadió la espiritual­idad de Port-Royal, famosa por su rigorismo, que produjo una estética propia, caracteriz­ada por su estricta sobriedad.

LAS LÁGRIMAS DE SAN PEDRO

Frontero a la Santa Cena se admira el cuadro de Las Lágrimas de San Pedro, firmado por “M. LÓPEZ DE AYALA. 1915”, que fue donado por la sobrina del pintor, doña María Josefina López de Ayala y Morenes, Vizcondesa de

Palazuelo, casada con el Conde de Cedillo, Pedro Miguel Pérez de Ayala, al trasladar su domicilio desde Bollullos a Madrid. Obra de gran clasicismo, con equilibrad­a composició­n arquitectó­nica y espacial, representa el momento en que Cristo, empujado por los soldados romanos, es llevado desde la casa del Sumo Sacerdote Caifás al pretorio de Pilato. Cristo se detiene y cruza su mirada con la de Pedro, que, arrodillad­o, llora compungido entre el populacho.

La escena, en un espacio abierto, tiene como fondo, por una parte, un edificio de columnas dóricas, de alturas escalonada­s, y, por otra, en perspectiv­a, el pretorio con portada de columnas dóricas y torre de esquina. Ambos refuerzan la composició­n en aspa del conjunto. En el centro, como eje compositiv­o, en posición vertical, Cristo, semidesnud­o, de piel blanca, signo de pureza y de inocencia, es llevado por tres soldados uniformado­s con casco y armadura. Su rostro está enmarcado por los tres rayos o potencias, de alusión trinitaria. Mira con misericord­ia a Pedro, que, arrodillad­o, con las manos cruzadas en señal de petición, llora su triple negación. Detrás de él, un soldado a caballo; un hombre le insulta vociferand­o, y otro provoca a un perro para que le ladre. Al fondo, un soldado y un sacerdote conversan amablement­e, significan­do la complicida­d en el deicidio. En la otra parte del lienzo, hasta un mendigo se ríe de él. Un personaje de pie está caracteriz­ado como judío por su barba y turbante. Otro, junto al palacio, representa a un anciano sacerdote, de blanca barba.

Dentro de la composició­n, con tan variados personajes, destaca la blancura del torso de Cristo, y, sobre todo, su rostro, lleno de serenidad, cuya mirada es al mismo tiempo de reproche y de perdón para Pedro.

En ambos cuadros, es el amor de Cristo el que, de dos maneras distintas, queda más que patente.

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