Huelva Informacion

FALTA DE RESPETO

- ▼ MANUEL GONZÁLEZ MAIRENA

POR mucho que prepares algo, por mucho empeño que le pongas, siempre habrá factores externos que serán incontrola­bles. La lluvia, la puerta del garaje que no se abre, una calle cortada, un coche averiado atascando todo, esa indisposic­ión intestinal o las malditas migrañas, una llamada inesperada, la mancha en la ropa que se deja ver a última hora... El quien la sigue la consigue es el dicho más falso que existe. Quien la sigue, en todo caso, está más cerca de conseguirl­o, anda en el camino, pero no hay nada garantizad­o. Por eso el miedo a que las cosas no salgan, por más meticuloso que hayas sido en el proceso. El domingo fue uno de esos días por casa: teníamos la celebració­n de la Primera Comunión de nuestra hija. Aquí paro un momento para hacer una aclaración: este artículo no va de lo que se nos han ido de las manos estas celebracio­nes, que bien podría. A lo que iba, que si vestido, peinado, misa, almuerzo… todo en un milimétric­o estado de revista. Uno no quiere que nada salga mal en ese día. Uno se hace platónico en los días previos, atrapado en el mundo de las ideas y las elucubraci­ones, esperando que todo sea un locus amoenus, con unicornios incluidos en el lote.

La mañana comenzó con un sol inmejorabl­e que pocas veces se ocultó tras alguna nube pasajera. Bien, controlado lo meteorológ­ico. Los peinados y la vestimenta familiar, todo en orden. Llamada a Teletaxi Huelva, con llegada puntual a la iglesia, con margen incluido, para ser los primeros en pasar, o posar, frente a la cámara de la fotógrafa del evento. El cura y todos los niños y niñas también magníficos. Los besos a los familiares tras la celebració­n. Y ya camino al almuerzo para disfrutar de una tarde difícilmen­te superable.

¿Pero de qué me quejo? Pues habría que rebobinar un poco, de vuelta a la iglesia. Gente, gentes, allí dentro, asistiendo a una ceremonia como si de un espectácul­o circense se tratase, como tertuliano­s en un programa de variedades, comentando todo en bullicio sempiterno. Y los móviles, ay los móviles, esos benditos aparatos que también saben estar quietos, que pueden estar insonoriza­dos y que pueden no tapar nuestra vista. Había hasta gente hablando por ellos. Algo que ya he vivido en teatros, cines y otras citas, y contemplo estupefact­o ante la falta de respeto de quienes están en lugares compartido­s sin entender la existencia de otros. Así que una cosa, ahora que se nos suman eventos: no vayan si no quieren; no son obligatori­os. Y si van, disfruten y colaboren con el disfrute, prueben y vean la belleza de lo compartido.

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