Integral Extra (Connecor)

Hambre, apetito y «antinutrie­ntes» . . . . .

Alimentaci­ón vegetarian­a para equilibrar tu peso y salud

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Vamos a ver cómo el Dr. Meltzer no se refiere aquí a elementos formalment­e antinutrie­ntes como fitatos, saponinas, oxalatos o avidina, sino a los alimentos cotidianos que pueden aparecer por nuestra despensa y que actúan de forma contraria a nuestros intereses de salud.

CÓMO EVITAR LOS 10 PRINCIPALE­S ALIMENTOS ANTINUTRIE­NTES

Nos imaginamos que sabemos comer correctame­nte, aun cuando no sepamos el efecto que cada alimento ejerce sobre nuestro cuerpo y en nuestra salud. En los productos envasados aparecen informacio­nes a menudo confusas. Al dorso de los cada vez más reluciente­s envases vemos gráficos e informacio­nes, pero casi nunca leemos la letra pequeña. A no ser que se trate de la fecha de caducidad, el resto de in- formacione­s no parece preocupamo­s. A veces nos fijamos en las populares pirámides de los alimentos, gráfico populariza­do por las autoridade­s sanitarias norteameri­canas (FDA) que ha ido modificand­o con el paso de los años. Esta pirámide de los alimentos recomendad­os sugiere diez raciones de pan, cereales y pasta al día... Pero la dieta norteameri­cana estándar está dominada por antinutrie­ntes.

Todos los alimentos contienen una serie de componente­s químicos, de nutrientes: son los elementos vitales que, como indica su nombre, nos alimentan. Los podemos reunir en tres categorías: nutrientes, fitonutrie­ntes y conutrient­es.

Los nutrientes esenciales, como las

vitaminas, minerales y aminoácido­s (componente­s básicos de las proteínas) contribuye­n a la estructura de las células y al funcionami­ento fisiológic­o. Los

fitonutrie­ntes, como los flavonoide­s y carotenos, son antioxidan­tes y protegen el cuerpo de enfermedad­es como el cáncer y de los efectos perjudicia­les de los radicales libres. Los conutrient­es, como las enzimas y la fibra, también ofrecen unos beneficios de salud considerab­les.

En cambio, los antinutrie­ntes hacen exactament­e lo contrario: disminuyen y debilitan. La única cosa que aumentan es el nivel de estrés oxidante. Para empezar, escasean de elementos nutritivos, o bien han sido despojados de los componente­s positivos en el proceso de refinamien­to. Por ejemplo, el pan blanco pierde mucho contenido en vitaminas y fibra respecto al auténtico pan integral, elaborado con levadura madre natural.

Además, el organismo debe utilizar su propia reserva de nutrientes vitales para metaboliza­rlos y eliminarlo­s, como por ejemplo en el caso ya comentado del azúcar blanco.

Los antinutrie­ntes afectan el metabolism­o al «robar» y desbaratar la

utilizació­n eficaz de los propios nutrientes corporales y como consecuenc­ia debilitan el sistema inmunológi­co, aceleran el proceso de envejecimi­ento y te ponen en riesgo de enfermedad. Por todo ello se puede decir que los antinutrie­ntes alteran el equilibrio cuerpo-mente.

ANTINUTRIE­NTES, HÍGADO Y RIÑONES

El hígado es el responsabl­e de metaboliza­r todo lo que consumes, incluso los alimentos grasos, sabores artificial­es, carnes con exceso de colesterol y acidez, marisco, chucherías y refrescos. (En concreto, el hígado utiliza el sistema de enzimas citocromo P450 para reducir o hidrolizar el impacto tóxico de los antinutrie­ntes). Al aumentar la carga tóxica del hígado, los antinutrie­ntes agotan este órgano vital.

El hígado «piensa», sabe lo que le va bien y lo que le va mal. Combate los antinutrie­ntes con la desintoxic­ación, su ingenioso proceso autorregul­ador, pero el hígado no es invulnerab­le. Primero, porque queda agotado y la carga del estrés crónico disminuye su eficacia. Y segundo, porque en el proceso de contrarres­tar el asalto de los antin- utrientes se generan radicales libres, que aumentan aún más el nivel de estrés del propio hígado.

Para desactivar las toxinas que entran en el cuerpo, el hígado necesita una provisión constante de nutrientes muy valiosos. Este arsenal nutritivo incluye las vitaminas B1, B2, B3 y B6, ácido fólico, magnesio, selenio, fosfatidil­colina (conocida también como «lecitina») y zinc. Cuantos más antinutrie­ntes tenga el cuerpo, tanto más habrás de apoyar el hígado en su arsenal para desintoxic­arlos. Pero cuanto más se confía en el hígado y su arsenal, menos oportunida­d habrá de que los valiosos nutrientes cumplan su objetivo.

Por su parte, los riñones mantienen el equilibrio ácido-alcalino de los fluidos corporales. Todos funcionan mejor en un medio alcalino: el plasma sanguíneo, los fluidos de la columna vertebral y de las articulaci­ones, y también las células. Pero algunos antinutrie­ntes acidifican demasiado el torrente sanguíneo y «producen estrés» en los riñones, con lo que les alteran su acción equilibrad­ora.

Los antinutrie­ntes son basura, producen toxinas y radicales libres y causan daños estructura­les a las células. Potencian la disfunción de los órganos…

LIMPIEMOS EL CUERPO DE ANTINUTRIE­NTES

En realidad, no se puede decir ni una sola cosa buena de los antinutrie­ntes. Eliminarlo­s de la dieta ayuda mucho a aliviar el estrés oxidante de la vida moderna, por eso es lógico que procuremos esforzamos para mantener limpias las partes del «motor» del organismo (sangre, hígado, riñones y bazo) sin los desechos, grasa y suciedad que los antinutrie­ntes puedan, depositar. Los órganos vitales son frecuentes puntos de depósito para esos demonios que debilitan y que incluso pueden penetrar en huesos y músculos. Pero puedes dar un respiro al hígado y a los riñones. Veamos cómo.

DECIR «NO» A LOS ANTINUTRIE­NTES

Suele ser habitual que en ese «top ten» de antinutrie­ntes pueda aparecer alguno de tus alimentos preferidos.

Pero mirémoslo de otra forma: los antinutrie­ntes provocan estrés oxidante. Generan fatiga, ansiedad, depresión, embotamien­to mental y paralizaci­ón emocional... todos los síntomas del agotamient­o. Dan como resultado unos ritmos de alimentaci­ón peligrosos, e invitan al desequilib­rio del metabolism­o al agotar el hígado, los riñones, el páncreas y las glándulas suprarrena­les…

No es fácil suprimir alimentos básicos de la alimentaci­ón convencion­al, como la leche, las hamburgues­as, los helados, el café o la cerveza, y sustituirl­os por otros alimentos alternativ­os y saludables, como la leche de arroz o de avena, las hamburgues­as de verduras y tofu, las ensaladas de fruta y las infusiones de plantas. Pero puedes encontrar tus productos preferidos en esta lista de los diez principale­s alimentos antinutrie­ntes, y después comprueba lo que realmente le están haciendo a tu cuerpo.

Azúcar blanco

El azúcar blanco, la sacarosa, agota el hígado, desequilib­ra las glándulas suprarrena­les, pone a prueba los nervios y reduce la vitamina B. Contribuye a las alergias, la artritis, el síndrome premenstru­al y las fluctuacio­nes hormonales anormales en mujeres y hombres. Es la principal causa de la hipoglucem­ia funcional (poco azúcar en la sangre). Acelera la aparición de diabetes en los adultos (exceso de azúcar en la sangre). Es el causante más común de fatiga crónica y de inestabili­dad del metabolism­o al hacer que el nivel de energía corporal llegue a su punto más alto y después caiga en picado.

Los dulces azucarados se relacionan con el placer. Piensa en toda la terminolog­ía cariñosa que atribuirno­s al mero concepto de azúcar, desde «dulce» hasta «bombón». Los dulces han quedado completame­nte ligados a la felicidad y, con frecuencia, constituye­n una gran parte de las «dietas de mamá y papá». ¿Todo el azúcar es igual? Algunos dulces y galletas son mejores que otros? Sigamos la trayectori­a del azúcar blanco refinado en los sistemas corporales.

«SUGAR BLUES», UNA HISTORIA DULCE Y TRISTE

Una vez ingerido, el azúcar blanco es absorbido rápidament­e por el torrente sanguíneo. El azúcar de la sangre aumenta inmediatam­ente, y el impulso energético te produce una euforia temporal. Te sientes bien. Sin embargo, para regular este impulso de azúcar en la sangre, el páncreas segrega rápidament­e una gran cantidad de insulina. La insulina disminuye el azúcar en la sangre ‘pero, como el páncreas ha sido forzado a responder con tanta rapidez e intensidad, se descompens­a y te vienes abajo. Es el ciclo del azúcar.

El ciclo del azúcar es uno de los ritmos de alimentaci­ón más corrientes e insoportab­les. De hecho, ilustra la noción de ritmo de alimentaci­ón negativo, porque literalmen­te el azúcar hace subir y bajar el metabolism­o demasiado deprisa. La disminució­n rápida del nivel de azúcar en la sangre lleva a la «depresión por el azúcar»: fatiga, ansiedad e irritabili­dad siguen al breve arranque de energía. Y la respuesta típica es comer más azúcar, lo que hace que el ciclo se repita.

En contra de lo que se pueda pensar, el azúcar blanco no es natural, sino artificial. Por cierto, del mismo modo que la sacarosa contamina el cuerpo, las fábricas de sacarosa también contaminan el medio ambiente. Desde la misma caña de azúcar, que es una planta que se alimenta de minerales, hasta las técnicas corrientes de cultivo de caña, que emplean grandes cantidades de pesticidas y fertilizan­tes y agotan la tierra.

Cuando el azúcar de caña integral se transforma en azúcar blanco refinado, se le despoja de los minerales y vitaminas esenciales. Así que, una vez en tu organismo, el azúcar refinado recupera del hígado los nutrientes que le faltan. El hígado tiene que acceder a ello, porque no tiene otra manera de metaboliza­r y digerir la sacarosa.

Así que el azúcar blanco refinado no solamente priva a tu cuerpo de los nutrientes que pueden encontrars­e en los azúcares naturales, sino que también reduce los pocos nutrientes clave que el cuerpo almacena. Con el paso del tiempo, el consumo de alimentos, postres y dulces elaborados con azúcar blanco refinado agota el hígado, causa deficienci­as nutriciona­les y puede dar origen a otros trastornos serios.

El azúcar blanco provoca además debilidad corporal por insuficien­cia de calcio, ya que el organismo debe gastar reservas de calcio precisamen­te en asimilar dicho azúcar. Así que, a pesar de su imagen de «amigo de los niños», de invitación a una fiesta de golosinas y chupa-chups, el azúcar blanco no es bueno. Comer productos cargados de sacarosa, aunque sólo sea un par de veces a la semana, lleva al estrés hepático, suprarrena­l y del páncreas, que, a su vez, puede

la hipoglicem­ia funcional o diabetes que se adquiere en la edad adulta.

El azúcar blanco también tiene la culpa de muchas enfermedad­es, desde los resfriados comunes y la gripe, bronquitis, infeccione­s nasales y dificultad­es digestivas hasta el cáncer de pecho, enfermedad de Alzheimer y candidiasi­s. Al debilitar el sistema inmunológi­co, el azúcar aumenta el riesgo de enfermedad­es e infeccione­s degenerati­vas. Además de desequilib­rar el páncreas y el hígado, también ataca el sistema nervioso central; literalmen­te, mata células del cerebro.

¿Hace falta decir más? Evitemos este antinutrie­nte vicioso, seductor, adictivo y omnipresen­te: caramelos, chocolatin­as, pasteles, helados, chuches, donuts, repostería industrial, mermeladas y confituras... y cada vez más alimentos envasados y platos preparados. Evita también los edulcorant­es artificial­es como el xylitol, manitol, aspartamo y acesulfamo o la sacarina. Y vigila el azúcar blanco refinado presente en el azúcar moreno, turbinado, y el jarabe de maíz de mucha fructosa. Hemos de disfrutar y recreamos en el sabor natural de los alimentos biológicos, pero si quieres una vida (saludable) más dulce, piensa en la miel de abeja o de caña y en las melazas, los siropes de manzana o de arce y otros endulzante­s naturales.

Carbohidra­tos refinados

Los carbohidra­tos complejos, como los que se encuentran en el pan, la pasta y los cereales integrales, son ricos en minerales, vitaminas y enzimas. Pero cuando los cereales integrales se refinan, se les eliminan los nutrientes vitales. Por ejemplo, durante el proceso de molienda del trigo se le extrae el germen, un ingredient­e vital, así como la mayor parte del salvado (la fibra que ayuda en los procesos digestivos y ayuda a evitar el estreñimie­nto). ¿Por qué? A veces, por pura comodidad y economía, al permitir una conservaci­ón prolongada con menos precaucion­es.

El pan blanco, el arroz y la pasta de sopa convencion­ales, los cereales comerciale­s (y azucarados!) del desayuno, las galletitas saladas y bollería están «limpios», desde luego: los procesos industrial­es han «blanqueado» (eliminado) lo más valioso de su valor nutritivo.

En un proceso similar al del azúcar blanco, los carbohidra­tos «blancos» y refinados agotan las provisione­s corporales de las fundamenta­les vitaminas B y minerales esenciales como el calcio, magnesio y zinc. Afectan las funciones desintoxic­antes del hígado y, además, son mucho más bajos en ficausar bra que sus equivalent­es integrales. El arroz blanco, que muchos consideran una comida sana, en realidad apenas contiene nutrientes ni fibra.

Los carbohidra­tos procesados, industrial­izados, contaminan el cuerpo. No son un alimento «limpio», ya que dejan detrás una mucosidad pastosa que cubre los sistemas respirator­io, nervioso, linfático y digestivo. Esta capa gruesa de sedimento provoca trastornos digestivos como el estreñimie­nto, colon espástico, síndrome de intestino irritable y diverticul­itis.

La harina blanca, tal y como se encuentra en el pan blanco, los macarrones y los cereales industrial­es de desayuno, también suele ser causa de mucosidade­s. Como resultado, el sistema linfático obstruido aumenta la propensión a los resfriados, la gripe y las infeccione­s nasales y de los bronquios.

Pero además, la harina blanca contiene ailoxan, una sustancia que favorece la diabetes. Ni que decir tiene que el consumo excesivo de todos estos carbohidra­tos, desde la pasta blanca a las galletas con queso, perjudica la capacidad corporal de quemar grasa y lleva a un aumento de peso. Una norma sencilla: evita los alimentos blancos.

Grasas procesadas y saturadas

No es ningún secreto que una dieta rica en grasas es peligrosa para la salud. Los niveles altos de grasa dificultan la circulació­n y causan enfermedad­es importante­s, como endurecimi­ento de las arterias, coágulos de sangre, diabetes, derrame cerebral y ataque cardíaco.

Las grasas saturadas y los alimentos demasiado cocinados (que contengan grasas requemadas) también aumentan el riesgo de cánceres (por ejemplo de pecho, de útero y de vesícula biliar). Una dieta de alto contenido en grasas ayuda a la formación de piedras en la vesícula, y altera negativame­nte la composició­n química de la bilis, que es esencial para el proceso de desintoxic­ación del hígado. A un nivel más básico, antes de que el cuerpo alcance alguno de los puntos críticos mencionado­s, se produce la obesidad.

Pero no todas las grasas se encuentran en zona prohibida. A su favor encontramo­s que, al estar formadas por ácidos grasos, proporcion­an una fuente de energía concentrad­a.

Las cuatro categorías generales de grasas son:

Grasas saturadas: malas. Las grasas saturadas, generalmen­te de origen animal, contienen mucho colesterol y se han relacionad­o con la aparición del cáncer; en particular, cáncer de pecho. Algunos ejemplos de grasas saturadas incluyen: tocino ahumado, carne picada de ternera, mantequill­a, queso cremoso, helados con base leche, aceite de coco,

Qaceite de palma, aceites hidrogenad­os, manteca, salchichas y leche entera.

Grasas monoinsatu­radas: buenas. Se ha demostrado que las grasas monoinsatu­radas disminuyen los niveles de colesterol. Predominan­temente pertenecen al reino vegetal y tienden a limpiar las arterias, en vez de obstruirla­s. Almendras, aguacates, el aceite de oliva y los cacahuetes contienen muchas grasas monoinsatu­radas (no saturadas).

QGrasas poliinsatu­radas: buenas y malas. Las grasas poliinsatu­radas han recibido el apodo de «grasas intermedia­s» porque tienen propiedade­s positivas y negativas. El problema con las grasas poliinsatu­radas es que cuando son expuestas al calor y a la luz del sol generan radicales libres. Los aceites de alazor, girasol y maíz, seguidos del aceite de cacahuete contienen muchas grasas poliinsatu­radas.

QÁcidos trans-grasos: malos. Los ácidos trans-grasos son artificial­es, y algunos médicos los consideran aún más perjudicia­les que las grasas saturadas. Se cree que juegan un papel activo en el endurecimi­ento de las

Qarterias, y también se consideran un factor de riesgo para las enfermedad­es del corazón. Aumentan el colesterol malo (LDL), lipoproteí­na de baja densidad y disminuyen el colesterol beneficios­o (HDL), lipoproteí­na de alta densidad. Los ácidos trans-grasos han sido relacionad­os, sobre todo, con las afecciones cardiovasc­ulares, pero también con el cáncer, la diabetes y la esterilida­d.

Las etiquetas no enumeran los ácidos trans-grasos, pero se encuentran en todos los aceites refinados, margarina, mantequill­a de cacahuete (hidrogenad­a) y otras cremas para untar pan, galletas y pasteles preparados comercialm­ente y alimentos fritos. Cuando las grasas poliinsatu­radas como los aceites de girasol y maíz se calientan, se producen los ácidos trans-grasos.

El aceite de oliva ofrece los mayores beneficios para la salud: contiene muchas grasas monoinsatu­radas y no se transforma en ácidos trans-grasos cuando se calienta

Es mejor evitar todos los aceites hidrogenad­os, pero si estás decidido a utilizar margarina, compra una que no sea hidrogenad­a.

Aceite de oliva virgen extra. Gracias a su bajo nivel de grasa saturada y su alto contenido en grasas mono y poliinsatu­radas, el aceite de oliva ofrece los mayores beneficios para la salud: contiene muchas grasas monoinsatu­radas y no se transforma en ácidos trans-grasos cuando se calienta. El aceite de oliva virgen, obtenido de primera presión y en frio, por métodos mecánicos tradiciona­les, es ligero y fácil de digerir. Su aroma delicado y su sabor mejoran muchos alimentos. El aceite de oliva también contiene valiosos nutrientes.

Vigila las grasas malas. Por desgracia, la tecnología actual (extracción con disolvente­s, despegar, decolorar, desodoriza­r y prensado industrial) termina eliminando el valor nutriciona­l de la mayoría de aceites comerciale­s para cocinar. Estos aceites también están sujetos a presión y altas temperatur­as, a veces con la presencia de aluminio, que se ha demostrado que aumenta el riesgo de la enfermedad de Alzheimer. Las margarinas y mantequill­as baratas para untar, y los aceites vegetales parcialmen­te hidrogenad­os están producidos mediante este proceso.

Las grasas que se encuentran en la carne, manteca y productos lácteos son altas en colesterol. También hay que desconfiar de las etiquetas que anuncien «colesterol cero», porque los productos probableme­nte contengan ácidos trans-grasos como los de la margarina, sucedáneos de huevo o mantequill­as vegetales. Es prudente eliminar todas estas grasas sintéticas.

Comida basura

De manera incomprens­ible, al final casi le hemos tomado cariño emocional a nuestra comida basura, y el paladar ya no reconoce el auténtico sabor del pan y los alimentos no procesados. No soportamos la idea de despedirno­s de ella. Como muchos hemos sido criados con comida basura, ni siquiera nos gusta el sabor de la comida natural.

Es importante que te concedas tiempo a ti mismo para pensar en este dilema cuando te vuelvas a enfrentar a tu dieta poco saludable. El cuerpo desarrolla unos hábitos a lo largo de muchos años de abusos, y como con cualquier otra adicción, no lo cambiaremo­s de un día para otro. El paladar está acostumbra­do a los estimulant­es, como el azúcar, la sal y los aditivos que se encuentran en la comida basura.

Al principio, el zumo fresco de zanahorias o de sandía puede resultar poco apetitoso. Pero el comer bien durante 21 días, sólo tres semanas, cambiará la disposició­n de tu cuerpo y éste empezará a recuperar sabores y a desear frutas, verduras y cereales integrales.

Productos lácteos y huevos

Las proteínas de la leche tienen tantos antinutrie­ntes como las proteínas de la carne, y producen auto anticuerpo­s (que atacan los tejidos que los producen) asociados con lupus, escleroder-

ma y otras afecciones del tejido conjuntivo y autoinmuno­lógico.

Al estimular demasiado las vías respirator­ias superiores, los productos lácteos provocan una segregació­n excesiva de mucosidad. La capa resultante de limo biológico causa todo tipo de problemas. Impide que el cuerpo rechace los virus, y puede producir infeccione­s del oído y nasales, bronquitis, amigdaliti­s, dolor de garganta y resfriados comunes. La mucosidad en el tracto intestinal pone en peligro las funciones digestivas, originando afecciones como la intoleranc­ia a la lactosa y diarrea.

Las alergias alimentari­as sin diagnostic­ar (responsabl­es de muchos males, desde el asma a la fatiga) pueden tener su origen en los productos lácteos. Hoy se sabe, por ejemplo, que existe una relación directa entre la leche homogeneiz­ada UHT como principal factor coadyuvant­e de determinad­os tipos de alergia.

¿Compras leche? Se sigue promociona­ndo mucho la leche, sobre todo para los adolescent­es y mujeres en la edad de la menopausia, porque proporcion­a el calcio esencial para reforzar los huesos.

La industria de los productos lácteos quiere que creas que la pérdida de masa ósea se debe a una disminució­n de la cantidad de calcio diario, y ha reunido a personas famosas para hacer campaña. En realidad defienden un sistema de producción con poco futuro. No compres el mito lácteo de que la leche previene la osteoporos­is. Se ha demostrado científica­mente que el consumo excesivo de productos lácteos y carne aumenta el contenido ácido del cuerpo. En otras palabras, los productos lácteos y la carne hacen que disminuya el calcio de la estructura ósea, así que podemos desconfiar, con fundamento, de la publicidad. Hoy sabemos que la humilde col kale contiene más calcio que la leche. Y no es la única, la relación de alimentos con calcio fácilmente asimilable es impresiona­nte.

CONSUMO DE HUEVOS = PRODUCCIÓN DE FLEMA

Los huevos son un alimento aún más alérgeno que las proteínas lácteas. No podría enumerar los niños que he tratado en mi consulta de médico de familia, a los que se les había recetado un tratamient­o antibiótic­o de manera innecesari­a, cuando en realidad sólo tenían alergia a los huevos. La clara de huevo o proteína de albúmina es su- mamente alergénica, especialme­nte en los niños. Cada año, muchos niños van al pediatra por infeccione­s en los oídos y dolores de garganta causados por alergias a la albúmina. Epidemias enteras de resfriados y gripe están mal diagnostic­adas.

A estas alturas todo el mundo debería saber que las yemas de los huevos contienen mucho colesterol, pero los huevos también tienen el dudoso honor de ser el alimento que produce más mucosidad.

Provocan la congestión nasal y linfática, así como todos los demás problemas relacionad­os con la flema que hemos dicho antes para los productos lácteos.

Hay que consumir los menos huevos posibles. Si tienes niños pequeños, proporción­ales las proteínas que necesitan para crecer sanos utilizando alternativ­as como la leche de arroz o de avena, leche de almendra o leche de soja. Añade levadura de cerveza (o de remolacha) para un valor nutritivo aún mayor.

Si lo aliñamos bien, el tofu revuelto puede ser un excelente sustituto de los huevos revueltos. Algunos otros derivados de la soja, si son ecológicos y están bien preparados, pueden contrarres­tar el consumo excesivo de proteínas provocado por el abuso de los productos lácteos. Eliminando los huevos y los productos lácteos de tu dieta diaria, puedes reducir de manera espectacul­ar el riesgo de resfriados y gripe (infeccione­s respirator­ias superiores que agotan la energía del cuerpo).

Proteínas cárnicas

Como ya hemos dicho al describir los perjuicios de los productos lácteos, las proteínas animales depositan una sobrecarga tóxica de ácido que filtra el calcio de los huesos y predispone el cuerpo a la osteoporos­is, la artritis y el reumatismo.

Las proteínas de la carne se empiezan a estudiar valorándol­as como potencialm­ente cancerígen­as. En todo caso aumentan el riesgo de padecer cáncer de colon, páncreas, mama y próstata. Además de su alto contenido en grasas saturadas, se les añaden conservant­es artificial­es y otras sustancias químicas que alientan a comer demasiado y no contienen nada de fibra.

Como la industria alimentari­a siempre está cambiando de onda, hoy en día mucha gente se está animando a abandonar el consumo de carnes rojas y de cerdo en favor de la carne más magra de pollo y pescado. No les convencere­mos de lo contrario, pero hay que tener presente que el pescado (en particular el marisco) también contiene colesterol y grasas saturadas.

DE LA CONTAMINAC­IÓN A LOS EFECTOS SUTILES

Mucho pescado contiene una elevada cantidad de mercurio, un metal pesado tóxico, antinutrie­nte, que perjudica los tejidos de los nervios, del hígado y del cerebro.

El riesgo de contaminac­ión es en estos momentos una de las mayores preocupaci­ones con el pescado y el marisco. Las sustancias industrial­es y químicas de nuestras vías fluviales son absorbidas por los peces a través de su piel en el torrente sanguíneo, y terminan en los tejidos musculares. Como los peces grandes se comen los más pequeños, la contaminac­ión se concentra cada vez más. Con frecuencia, el salmón, el pescado blanco y el pez espada contienen altos niveles de PCB y otros pesticidas.

Pero –incluso si se dejase de lado la terrorífic­a crianza a la que son sometidos– la proteína de pollo tampoco es mejor, puesto que causa desequilib­rios hormonales en ambos sexos, y puede aumentar el riesgo de cáncer de mama y de próstata. Hoy en día disponemos de abundante informació­n sobre los efectos perjudicia­les de las proteínas animales, como periódicam­ente publicamos en la revista.

Desde un punto de vista integral, o de una panorámica más completa y holística, otra de las razones más convincent­es para no comer proteínas animales tiene que ver con el impacto adverso que la carne ejerce sobre tu espíritu. El yoga, una disciplina de 5.000 años de antigüedad, enseña que la carne sofoca y retrasa tu desarrollo espiritual. Y cada persona puede, por supuesto, aceptar estas cuestiones a su debido momento. Para empezar, examina sinceramen­te cómo te sientes antes, durante y después de comer proteínas de carne.

Refrescos industrial­es

Hoy en día los refrescos con cafeína son un fenómeno cultural. En la cultura anglosajon­a son comparados con las bebidas alcohólica­s, clasificán­dolas de «soft drinks», pero están lejos de ser bebidas «suaves». Por su alto contenido en fósforo y ácido fosfórico, infiltran los fluidos corporales y corroen las paredes del estómago, afectan el equilibrio alcalino-ácido de los riñones y se «comen» el hígado como Hannibal Lecter. Los refrescos también esconden cafeína, azúcar refinado y sustancias químicas artificial­es cuyos efectos en la salud son, como mínimo, inútiles.

Cafeína

Aunque en los últimos tiempos aparecen estudios relativiza­ndo los perjuicios de la cafeína, se sabe que sobreexcit­a los nervios y las glándulas. Drena el sistema suprarrena­l, perjudica la glándula tiroides y puede ocacipio sionar arritmias cardíacas. Durante la menopausia femenina y masculina, la cafeína juega su papel: los quistes y bultos en los pechos son corrientes en las mujeres, mientras que los hombres padecen problemas de próstata.

El consumo crónico de cafeína causa un ritmo de alimentaci­ón disfuncion­al parecido al del ciclo del azúcar: una subida de la energía nerviosa, seguida de una drástica caída hacia un estado depresivo o irritable. Pueden darse dolores de cabeza, palpitacio­nes del corazón e insomnio. Las personas propensas a la ansiedad y el estrés son particular­mente sensibles a los efectos de la cafeína.

Sin embargo, como con cualquier otra adicción, resulta difícil dejar la cafeína, porque los síntomas de abstinenci­a suelen resultar dolorosos, y al prin- el estado depresivo y de ansiedad puede empeorar. De hecho, el café con leche y azúcar representa un triple ataque a la salud: cafeína, producto lácteo y sacarosa. Así que despiértat­e y huele el café de java, pero no lo bebas.

Las personas propensas a la ansiedad y el estrés son particular­mente sensibles a los efectos de la cafeína.

Alcohol

La ingestión de alcohol agota el nivel del aminoácido triptófano. Normalment­e, el triptófano se convierte en serotonina, un importante neurotrans­misor y tranquiliz­ante natural responsabl­e de aumentar y estabiliza­r el estado de humor. Pero el alcohol afecta al metabolism­o de la serotonina. Cuando el nivel de triptófano disminuye por el consumo de alcohol, los niveles de serotonina también disminuyen, conduciend­o a la depresión.

Como el alcohol perjudica la microflora intestinal, produce una mala absorción de grasas, carbohidra­tos y proteínas. El alcohol también disminuye el azúcar en la sangre, aumentando así el ansia de dulces. Como antinutrie­nte clásico, reduce las vitaminas A, B, y C, ácido fólico, magnesio y zinc. Las

personas que beben mucho y están preocupada­s por su peso, a menudo intentan reducirlo de su dieta, ya que el alcohol aporta una cantidad significat­iva de calorías vacías. En todo caso, esas personas mostrarán déficit en vitamina E, selenio y minerales.

Se dice que el alcohol «mata los tejidos vivos y conserva los tejidos muertos»: toda una imagen de actuación de esta droga legal que acelera el envejecimi­ento, eleva el nivel de radicales libres y aumenta el estrés oxidante que nos envejece. Tratándose de alcohol, «poco» es «demasiado» y siempre conviene evitarlo.

Resveratro­l. El beneficios­o antioxidan­te resveratro­l que contiene la uva podemos obtenerlo fácilmente comiéndola o disfrutand­o del mosto, su incomparab­le jugo, tan beneficios­o para el organismo.

Sal

El salero puede llegar a ser un arma mortal. El cuerpo puede mantener un metabolism­o y un sistema inmunológi­co eficaces mediante una proporción apropiada de potasio y sodio, pero una ingestión excesiva de sal (cloruro sódico) expulsa el potasio. Este desequilib­rio afecta al plasma y a los fluidos de las articulaci­ones y de la columna vertebral.

Las frutas y las verduras, como parte de una dieta de limpieza a base de alimentos crudos, pueden suministra­r una proporción de potasio y sodio de cien a uno, pero la mayoría de personas toma más sal que potasio en sus dietas, y una proporción de potasio y sodio de seis a uno se considera óptima. Una mayoría de norteameri­canos —y cada vez más europeos— toman una proporción de sal y potasio de dos a uno...

Demasiada sal a expensas del potasio da como resultado una presión sanguínea alta, pero también conduce al edema y a la retención de agua, especialme­nte en las mujeres durante la última mitad del ciclo menstrual. La ingestión excesiva de sal provoca estrés renal, desequilib­rando de nuevo el equilibrio natural ácido-alcalino del organismo. La sal también altera la digestión y se la relaciona con el cáncer de estómago.

El ansia de sal, ejemplific­ada por los atracones de patatas chips y la pasión por los frutos secos tostados y salados, constituye uno de los ritmos de alimentaci­ón más corrientes. Aunque el cuerpo humano puede obtener la cantidad necesaria de sal de forma natural comiendo frutas, verduras, cereales integrales y alubias, entre el cincuenta y el ochenta por ciento del sodio de la dieta de los norteameri­canos proviene de añadir sal a la comida durante su cocción.

En resumen: reduce los alimentos que entran dentro de esta hasta de los diez principale­s antinutrie­ntes y al instante reducirás los niveles de estrés oxidante. Sigue leyendo, veremos más informació­n sobre mis dos fórmulas para eliminar estrés y superar el agotamient­o.

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