Integral (Connecor)

¿Trajeron las estrellas la vida a la Tierra? . . . . .

- TEXTOS DE LAURA TORRES, CON INFORMACIO­NES DE SUSANA MORALES, LUIS MEDINA Y REDACCIÓN.

Los seres humanos nos asombramos ante el mílagro de la vída: algo tan sorprenden­temente sencillo como un pequeño espermatoz­oide traspasa la barrera del óvulo y da lugar a un nuevo ser. Podemos verlo en un microscopi­o. Y en el telescopio (“macroscopí­o”) nos ha abierto horizontes del Universo y nos ha acercado a las estrellas. Entonces, ¿por qué no pensar que en ambos casos, el del micro y el macrocosmo, se producen fenómenos simílares como respuesta a las mismas leyes? ¡Un maravillos­o espectácul­o, el de un cometa fecundando a un planeta! Cómo empezó

Es algo que no dista mucho de ser un hecho real. Científico­s de todo el mundo –como el astrónomo británico Fred Hoyle (1915-2001), el astrofísic­o Chandra Wickramasi­nghe, o el químico sueco y nobel Svante August Arrhenius (1859-1927)– han intentado demostrar que la vida vino de las estrellas o, más concretame­nte, que los cometas son “espermatoz­oides cósmicos” responsabl­es de la vida en nuestro planeta.

Una teoría que filosófica­mente nos habla de nuestro planeta, la “Madre Tierra”, en femenino, y que con ella se llega a conclusion­es realmente interesant­es, porque aceptar esta relación viva entre cometas y planetas lleva, inequívoca­mente, a hablar del universo como una entidad biológica. Y la hoy conocida “Hipótesis Gaia” defendida por el químico James Lovelock y la bióloga Lynn Margulis –la Tierra como planeta vivo que, por ejemplo, “respira”– tendría sentido.

Con la panespermi­a, las fronteras que diferencia­ban y separaban la biología de la astronomía se desvanecen. La posibilida­d de que los ciclos de muerte de las estrellas, de renacimien­to y siembra con materia orgánica de los planetas, no obedezcan a las siempre oscuras y escurridiz­as fuerzas del azar.

Puede tenerse en cuenta la posibilida­d de que incluso las explosione­s de galaxias lancen ingentes cantidades de semillas interestel­ares a enormes distancias cósmicas. ¿Por qué pensar en el azar? ¿Por qué no pensar, en cambio, que estos granos estelares son las semillas de la vida, o quizá los equivalent­es cósmicos de la explosión de un hongo?

Todo ello supone pensar que somos parte constituye­nte de un organismo o ser superior, lo que nos acerca a una concepción del universo religiosa y biológicam­ente panteísta.

Pero antes de entrar en especulaci­ones, habría que preguntars­e lo que dirían las partículas elementale­s que componen nuestros cuerpos –nuestro universo interior– si supieran que forman parte de sistemas planetario­s agrupados en formacione­s moleculare­s de complejida­d creciente. ¿Qué sería para ellas el Universo?

Inteligenc­ia en acción

¿Tienen estas posibilida­des un soporte real, aunque éste se fundamente en la ignorancia de lo Absoluto, es decir, en la siempre incontesta­da pregunta acerca del Gran Principio?.

En las escrituras sagradas hebreas aparece un punto de partida: “Y al principio fue el Caos”.

Tenemos pues un rompecabez­as total y absolutame­nte desorganiz­ado. Universo, vida orgánica, inteligenc­ia, materia, energía... son palabras fáciles de escribir, pero difíciles de explicar, tanto en su contenido como en su contexto.

Llegados a este punto, puede hablarse de dioses y hombres para continuar hilvanando datos que ayuden a explicar el origen de la vida. Cuando Hoyle menciona la acción divina, se refiere a una inteligenc­ia exterior, a la que añade un dato importante, pues diferencia entre la concepción judeo-

cristiana de un dios que está fuera y, por tanto, por encima del Universo, de la Grecia clásica, en la que se concibe como una inteligenc­ia dentro de éste.

Esta interpreta­ción de los dioses griegos o, en todo caso, de dios como inteligenc­ia, permite a Hoyle encajar una pieza más del rompecabez­as: “en la Tierra habría reemergido una inteligenc­ia que, en otra parte del espacio interestel­ar, se encontró ante una catástrofe ambiental de dimensione­s cósmicas. Esta inteligenc­ia, para salvarse, se habría dividido en elementos básicos, que dispersado­s a través del espacio encontraro­n en la Tierra un ambiente adecuado para su desarrollo”.

Biología

Una vez introducid­a la teoría de la transferen­cia de la inteligenc­ia, ya se puede empezar a hablar de esos matices biológicos que tanto necesitan hoy las personas para construir sus certezas. “La cuestión es saber cuáles son los soportes orgánicos posibles para la vida. Es completame­nte coherente con lo que sabemos de astronomía el que la maquinaria básica que permite que el universo cambie con el tiempo o, lo que es lo mismo, que la estructura («hardware») en que se inscribe la inteligenc­ia («software») sea cambiante, aunque la inteligenc­ia básica sea la misma. Cuando decimos que la vida comenzó en la Tierra, queremos decir que la inteligenc­ia fue transferid­a a una forma previa de estructura”.

Todo ello viene a decir, en términos de lógica, que la inteligenc­ia que ensambló las enzimas no las contenía. Parece, pues, que llegamos a ese punto en que ha de hablarse de un planeta fecundado. Y esto no puede hacerse sin advertir que, para que se produzca el milagro de la fecundació­n, es necesario que existan simultánea­mente un emisor (el que llega del exterior) y un receptor (en este caso la Madre Tierra), sin los cuales esta comunicaci­ón existencia­l no sería posible.

¿Sopa primordial?

La teoría del biólogo ruso Alexander Oparin conocida como la “Sopa primordial” (1924), dista bastante de ser aceptada bajo este nuevo punto de vista. Oparin mantenía que los mares prehistóri­cos fueron la cuna de la vida, ya que en su seno existían grandes cantidades de compuestos orgánicos muy similares a los que forman parte de los actuales organismos vivos. Estas sustancias eran tan abundantes que constituía­n una verdadera sopa o, en términos más científico­s, un caldo de cultivo en el que, en un momento dado, llegaron a reaccionar e integrarse estructura­s de mayor complejida­d.

La teoría de Oparin encajaba perfectame­nte con la evolucioni­sta de Darwin, pero la mantenida por Hoyle, Wickramasi­nghe, Jaworsky, Pflug, Crick y otros, no mucho. Hoyle no comprende cómo, al margen de las razones puramente sociológic­as, el

fue aceptado, ya que la evolución no pudo dar lugar, según él, a las 200.000 cadenas de aminoácido­s, precisamen­te ordenadas de las que depende la vida.

Espermatoz­oides cósmicos

Ahora, lo que cuenta es que astrónomos y biólogos empiezan a estar de acuerdo –con timidez– con las teorías de Hoyle, cuyo punto de partida se encuentra en el análisis del polvo interestel­ar, para posteriorm­ente considerar esos supuestos «espermatoz­oides cósmicos» que son los cometas.

El físico y químico Arrhenius (nobel de Química en 1903), popularizó el término de panesperml­a, atribuyend­o el origen de la vida a una lluvia de esporas bacteriana­s venidas del espacio exterior. Francis Crick (nobel de Biología en 1962), en su libro “Llfe ltself, its origin and nature”, mantiene y trata de demostrar la insólita teoría de que inteligenc­ias extraterre­stres, también en un intento de superviven­cia, esparciero­n por el espacio bacterias y por consiguien­te informació­n genética, ya que son los únicos organismos vivos capaces de resistir la duración y las dificultad­es de los viajes interestel­ares.

Bacterias

El protagonis­ta de la panespermi­a sería una colonia de esos microorgan­ismos que despiertan la aprensión de los profanos: las bacterias. Se han localizado bacterias en reactores nucleares y algunos tipos han resistido, impasiblem­ente, a los rayos X, a los gamma y a los cósmicos, y se han encontrado en la estratosfe­ra bacterias de caracterís­ticas muy diferentes a las que pueden encontrars­e entre los 10 billones de toneladas de estos microorgan­ismos que pueblan la Tierra.

Hoyle pensaba que no existe un origen único de la vida y que las bacterias no han podido evoluciona­r hacia formas más complejas, pero ello no parece disminuir o minimizar la su importanci­a. Y Francis Crick esgrime, para apoyar sus conclusion­es, que el código genético de todos los seres vivos, sin excluir las especies ya desapareci­das, es el mismo.

Según Hoyle y Wickramasi­nghe, la mitad de la informació­n genética se encontraba en la Tierra desde el comienzo, y en este proceso de «fecundació­n cósmica» del espacio vino la otra mitad.

Cometas

Las teorías panespérmi­cas ponen sus esperanzas en las bacterias procedente­s del Cosmos, que viven en las frias temperatur­as de los cometas, en cuyo núcleo comienzan a desarrolla­rse durante la aproximaci­ón a cualquier estrella.

Hoyle ha probado que las moléculas orgánicas complejas precursora­s de la vida pueden desarrolla­rse en nubes de gas y polvo situadas en el espacio. Los radioastró­nomos, en su paciente e interminab­le exploració­n del Universo, han encontrado en las nubes interestel­ares moléculas orgánicas complejas tales como el formaldehí­do y el alcohol. Este hallazgo ha tranquiliz­ado notablemen­te los alterados ánimos de los biólogos, ya que albergaban ciertas dudas acerca de la explicació­n de cómo moléculas simples como el agua y el dióxido de carbono podían ser organizada­s para producir moléculas vivas (DNA), pues tal cosa sería mucho más sencilla si las materias primas fuesen el formaldehí­do y el alcohol.

La panespermi­a ofrece, pues, una imagen del espacio exterior llena de células vivas en estado de latencia entre las galaxias. Cuando se forman nuevos planetas, éstos se infectan de vida al descongela­rse las bacterias. Lo mismo sucedería cuando explotan viejas estrellas: se desparrama­n las semidarwin­ismo

de vida a través de las espirales de las galaxias.

La crítica a esta teoría se realiza en el sentido de que estas bacterias deberían poder detectarse en el espectro electromag­nético, es decir, por su absorción de la luz estelar o la «sombra» que producen. Pero Hoyle afirma que la extinción de la luz observada en las nubes interestel­ares constituye el mismo fenómeno que se produce al pasar la luz a través de las bacterias. Chandra Wickramasi­nghe, que lleva veinte años tratando de encontrar una forma de polvo que explique esta absorción de luz de las estrellas distantes, dice, no sin maravillar­se, que la teoría bacteriana ha resultado mejor que cualquier otra para explicar el espectro de absorción que daba el polvo interestel­ar.

Meteoritos

AI descubrimi­ento en la estratosfe­ra de tipos de bacterias distintos a los existerite­s en la Tierra, hay que añadir el del científico alemán Pflug, que ha encontrado células fósiles en los meteoritos caídos en la superficie de nuestro planeta.

Estos descubrimi­entos cobran gran importanci­a cuando se unen al estudio de los cometas, ya que éstos contienen una materia que se supone ha permanecid­o invariable desde el nacimiento de los planetas; lo que, presumible­mente, permitirá obtener indicios acerca del principio de la vida.

Los asteroides son simples pedruscos carentes de atmósfera y que sólo transitan por la eclíptica entre Marte y Júpiter. Los cometas aparecen esporádica­mente bajo la apariencia de grandes atmósferas que envuelven un núcleo sólido, sus trayectori­as son extremadam­ente variables y llegan a cruzar todo el sistema solar.

A caballo de los cometas, unos auténticos nómadas del espacio, pudieron llegar a la Tierra esas bacterias o unidades portadoras de inteligenc­ia, que fecundaron y dieron vida a nuestro planeta. Cuando un cometa se encuentra a una distancia del Sol superior a diez unidades astronómic­as (una unidad astronómic­a es la distancia del Sol a la Tierra), el cometa no recibe la energía necesaria para elevar la tempe- ratura del núcleo por encima de –200 ºC. con lo que permanece inactivo.

Sin embargo, a medida que se aproxima al Sol, la temperatur­a del núcleo comienza a elevarse hasta alcanzar la requerida para la sublimació­n de los compuestos más volátiles. En este momento, dichos compuestos se desprenden del cometa, disociándo­se y posteriorm­ente ionizándos­e. Esta es la cola del cometa: una pérdida de masa en forma de gases y granos de polvo, en la que se forman iones, átomos y moléculas.

Agua

Se ha encontrado agua y grandes cantidades de carbono en las investigac­iones llevadas a cabo sobre los cometas. El agua es la molécula principal y la que controla la evaporació­n de las demás moléculas, ya que tiene el calor latente de evaporació­n más elevado. Los componente­s de la cola del comellas

ta que contienen carbono constituye­n el 20% del total y algunos son similares a las primitivas moléculas, que, según Oparin, se cree que condujeron a la existencia de vida en la Tierra.

No es descabella­da, por tanto, la afirmación del doctor Jaworsky en el sentido de que los cometas son «espermatoz­oides cósmicos» que han diseminado las nubes de polvo interestel­ar o, dicho de otro modo, que han inseminado la Tierra como resultado de su desintegra­ción al entrar en contacto con la atmósfera terrestre. Una teoría que ha sido reafirmada por investigad­ores japoneses: consideran que los meteoritos continúan trayendo a nuestro planeta aminoácido­s y que éstos dan lugar a nuevas formas vivas.

Virus

Los virus son considerad­os como microorgan­ismos vivos, pero también como moléculas inertes. Por un lado, los virus requieren la maquinaria reproducto­ra de células de organismos superiores, ya que no pueden replicarse por sí mismos. Por otro, su composició­n molecular ofrece similitude­s asombrosas con el material genético de las células que invade.

Si, por una vez, se evita la peligrosa costumbre de pretender demostrar las teorías partiendo de que son ciertas, y se intenta lo que Hoyle llama la «tendencia a la evidencia», es posible que se llegue a conclusion­es calificabl­es de asombrosas. Así, se están publicando algunas teorías que mantienen que los virus no son organismos vivos, sino restos de informació­n genética de seres vivos, que los desechan a tenor de sus necesidade­s orgánicas, tanto circunstan­ciales como evolutivas.

Así pues, el darwinismo tendría, al final, algo de cierto; incluso en lo que se refiere a la procedenci­a o el origen extraterre­stre de la vida en la Tierra. Los fagos, los virus más infectivos, poseen una forma similar a algunos satélites artificial­es u otras naves lanzadas o procedente­s del espacio. Tienen una cápsula geométrica que transporta material genético simple; unos garfios de anclaje similares a los mecanismos de aterrizaje de estas naves, y una escotilla situada en la zona inferior central de la cápsula, por donde es inyectado el material genético a las células animales o vegetales.

¿Casualidad? Es posible, pero, además de ser un dató más que curioso, enlaza muy bien con una teoría del origen cósmico de la vida y con la concepción del Universo como una entidad biológica.

El instante en que todo empezó

La teoría no deja de ser atractiva. Sin embargo, no llega tampoco a ese instante en que todo empezó. Lo absoluto está lejos, y siempre lo estará, de la corta mano del hombre. Éste podrá elaborar teorías como la de la Gran Explosión, pero siempre habrá un instante anterior u otro origen del origen. No basta, pues, con explicar nuestro principio. Habría que encontrar también el principio del principio y así sucesivame­nte. Es la serpiente que se muerde la cola, la Gran Rueda en la que gira la historia de la creación.

No podemos pasar por alto que nuestro Universo está sujeto a las coordenada­s espacio-temporales, a las que el ser humano refiere todo lo que es capaz de percibir. ¿Cómo sería ese mismo universo, lejos de estas coordenada­s? Posiblemen­te, ese punto inicial al que se refiere el escritor Italo Calvino, anterior a la Gran Explosión, un punto en el que no existían ni el tiempo ni las dimensione­s espaciales, donde todo era consciente de Todo, donde, quizá, no había que preguntars­e nada porque se tenían todas las respuestas.

Hoy, en nuestro tiempo y en nuestro espacio, podemos pensar que la vida vino de las estrellas. Pero, ¿cómo llegó a ellas?

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Nebulosa Dumbbell
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 ??  ?? Galaxias en la constelaci­ón de la Osa Mayor
Galaxias en la constelaci­ón de la Osa Mayor
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Nebulosa Helix, en la constelaci­ón de Acuario
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Cometa Hale-Bopp (1997)
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Edmond Halley (1656-1742)
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Los virus son considerad­os como microorgan­ismos vivos, pero también como moléculas inertes. Aparte de su increíble parecido con los vehículos espaciales construido­s por el hombre , y sus formas angulosas y frias que recuerdan a industrias y chimeneas, se piensa últimament­e que pueden ser restos de informació­n genética desechada por organismos superiores.

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