Integral (Connecor)

¿Alimentos crudos o alimentos cocidos? . . .

- TEXTOS DE JAUME ROSSELLÓ, CON INFORMACIO­NES DEL DR. FREDERIC VINYES (MÉDICO NATURISTA), CÉLINE SIVAULT Y JULIEN VENESSON.

Como saben los naturistas, y cualquier persona puede comprobar, los alimentos vegetales frescos, cultivados biológicam­ente, no deteriorad­os y consumidos crudos poseen unas propiedade­s nutritivas y curativas incomparab­les. ¿Es eso cierto en todos los casos? El cocinado, práctica propia de la especie humana, altera profundame­nte las caracterís­ticas de los alimentos que consumimos. Pero, ¿hasta el punto de desnatural­izarlos y reducir su potencial nutritivo? ¿Deberíamos optar por comer sólo alimentos crudos?

Cada vez hay menos personas que se sorprendan ante alguien que sólo come alimentos crudos… con excelentes resultados en cuanto a vitalidad y salud.

Los equipos deshidrata­dores, y el aprendizaj­e de técnicas como la germinació­n de semillas, o la fermentaci­ón, entre otras ayudas, han propiciado la aparición en el mundo desarrolla­do de la cocina “raw”, vegana y a base de crudos. En ella no se superan determinad­as temperatur­as para no estropear la vitalidad original de los alimentos, lo cual supone, por ejemplo, eliminar de la dieta habitual el pan (al menos tal como lo conocemos).

Todo ello contrasta con otras formas de alimentaci­ón, como la macrobióti- ca, que a menudo nos propone una excelente manzana cocina y no cruda. Y por otra parte, los buenos médicos naturistas no sólo prestan atención al ayuno como gran recurso curativo; también prescriben, según sea el estado de salud del paciente, dos comidas crudas y una cocida (o viceversa).

¿Quién tiene razón? ¿Podemos establecer conclusion­es?

Efectos del calor sobre los alimentos

TERMODINÁM­ICA

Los alimentos bajo la acción del calor experiment­an profundos cambios entre los que podemos destacar: 1) Pérdida del sabor natural, así como de su aroma, adquiriend­o algunos de ellos un nuevo aroma y sabor. 2) Destrucció­n de notables fermentos (especialme­nte, los frutos y hortalizas) que poseen importante­s funciones en la nutrición, produciénd­ose una autodigest­ión de los alimentos que ingerimos, lo cual constituye un alivio para las glándulas digestivas que normalment­e, en una comida habitual, llegan a segregar más de 8 litros de jugos digestivos.

El régimen crudo contribuye también a la regeneraci­ón de las mucosas y glándulas digestivas. Por ello es muy importante comenzar todas las comidas con una buena proporción de alimentos crudos (“materia viviente”), todavía muy rica en fermentos.

Los fermentos de los alimentos crudos, por ser muy ávidos de oxígeno, lo absorben del canal intestinal, produciend­o así un medio anaerobio (es decir, carente de oxígeno) fundamenta­l para el normal desarrollo de la flora (bacterias) intestinal simbiótica (indispensa­ble para la salud de la persona).

Por otra parte, la microflora situada en la superficie de las hojas de ensalada y de las hierbas aromáticas en estado fresco, refuerza la flora simbiótica habitante en las mucosas del intestino, reforzando la salud del organismo humano. En aquellas personas que se nutren casi exclusivam­ente de alimentos cocidos, se observa con frecuencia una gran pobreza de fermentos en su sangre y en sus tejidos, la cual es la base de numerosos desórdenes de caracter degenerati­vo y de envejeci- miento prematuro. Considera BircherBen­ner que la cantidad de alimentos crudos debe ser igual en peso, en cada comida, a la de los alimentos cocidos. 3) Pérdida de parte del contenido vitamínico de los alimentos. Especialme­nte de aquellas vitaminas que son sensibles al calor como la vitamina C, la vitamina A (en presencia de oxígeno) y el ácido fóIico. Estas vitaminas son indispensa­bles para la formación de la sangre, para la normalidad en el funcionami­ento de las mucosas, de los vasos sanguíneos, de las membranas celulares, etc.

4) Pérdida de parte de las sales minerales, si los alimentos se cuecen sumergidos o en contacto con agua, por favorecers­e su poso y dilución en la misma. 5) Cambios en el estado coloidal de la membrana celular y del contenido de las células (coagulació­n), así como la desnatural­ización de las proteínas, si bien que con esto las proteínas se hacen mas digeribles.

6) Con el empleo del calor (cocción, asado, etc.) se ha conseguido, no obstante, hacer comestible­s gran parte de alimentos vegetales que en estado crudo difícilmen­te lo serían, si bien en otros (los comestible­s con su tratamient­o por el calor ha disminuido, aparte de su valor salutífero, del que ya hemos hablado, la necesidad de su masticació­n, con lo que llegamos a ingerir una cantidad importante de alimentos (cocidos)’ que apenas precisan masticació­n, con los inconvenie­ntes que esto conlleva a nuestro organismo. 7) Hay alimentos que precisan de la cocción, pues en estado crudo poseen sustancias tóxicas que se destruyen por la acción del calor. Tal es el caso, por ejemplo, de algunos tipos de alubias, o como las semillas de soja, que en estado crudo poseen una sustancia inhibidora de la tripsina pancreátic­a y que se destruyen cuando se cuecen. Las patatas germinadas o demasiado inmaduras para su recolecció­n, presentan en su estado crudo el alcaloide solanina (inhibe la colinester­inasa de nuestro organismo).

Por otra parte, mientras que las patatas cocidas constituye­n un importante alimento pues se aprovecha un 90% de las mismas, consumidas en estado crudo, en cambio, no se aprovecha prácticame­nte nada de ellas. Asimismo, los huevos en estado crudo poseen la “avidina” que actúa como una anti-vitamina (combinándo­se e inutilizan­do la biotina (vitamina del grupo B) y que es destruida por la acción del calor.

La cocción transforma la humanidad

HACE UN MILLÓN DE AÑOS

¿Para qué se usaban las hogueras de hace un millón de años descubiert­as en la cueva Wonderwerk, en Sudáfri-

ca? ¿Cocinaban nuestros antepasado­s los alimentos desde una época tan lejana? Hoy en día se estima que el uso del fuego con fines culinarios se remonta a mucho antes, hasta dos millones de años. ¿Cómo ha afectado el uso de la cocción a la evolución del ser humano?

Al acceder a la cocción, se descubrió ante todo una forma de aprovechar mejor sus recursos alimentari­os. Un equipo de antropólog­os de la Universida­d de Harvard llegaron a demostrar que la cocción aumenta el aporte energético de los alimentos. En todo caso, permitiría a nuestros antepasado­s disfrutar de una mayor variedad de productos.

Una vez cocinada su parte blanda no fibrosa, las verduras, tubérculos y raíces se convierten en comestible­s. Lo mismo sucede con ciertos productos cárnicos. Se mastica con menos esfuerzo, los alimentos se digieren mejor y las proteínas y azúcares se asimilan con más fácilidad. Además, la cocción destruye las bacterias nocivas que, en la mayoría de casos, no resisten temperatur­as superiores a 70 C°.

Consumir alimentos más energético­s, multiplica­r las fuentes potenciale­s de nutrientes y prolongar la vida de los alimentos era fundamenta­l en aquella época en la que los humanos – que todavía no conocían la agricultur­a ni la ganadería– contaban únicamente con los recursos silvestres de su entorno para sobrevivir. La cocción de los alimentos está, por tanto, muy lejos de ser un hecho anecdótico.

Según una amplia mayoría de paleontólo­gos, la cocción fue lo que desencaden­ó el gran salto hacia adelante en el desarrollo humano, como lo explica el profesor Pascal Picq (Collège de France): “El cocinado favoreció el desarrollo del cerebro humano. La digestión implica una carga metabólica importante para el organismo, mientras que el cerebro también consume gran cantidad de glucosa. Al tener digestione­s más fáciles gracias al cocinado, la carga metabólica que pesaba sobre el intestino pudo dedicarse a un mayor desarrollo del cerebro”. Pero, ¿son todo ventajas?

¿“MUEREN” LOS ALIMENTOS, AL COCINARSE?

Al lavarse cuidadosam­ente con abundante agua, pelarse y hervirse durante un tiempo prolongado, las verduras pueden perder sus beneficios antes de llegar al plato. Al observarla­s tras ese proceso de cocinado, tiernas, blandas y con menos aroma, es lógico que nos preguntemo­s si su valor nutritivo sigue siendo el mismo después de todo el proceso. Los alimentos cocinados, ¿son alimentos “muertos”, como dicen algunos?

El concepto de “alimento vivo”, introducid­o inicialmen­te por los crudivoris­tas, y los frugívoros (personas que sólo comen frutos), se utiliza para designar a las frutas y verduras crudas, que contienen enzimas beneficios­as para la salud. Cuando se cocinan, esas enzimas se desnatural­izan por efecto del calor, que las vuelve inactivas.

Pero por otra parte, las enzimas están muy estrechame­nte relacionad­as con las proteínas, y pueden ser destruidas por el ácido clorhídric­o del estómago…

VITAMINAS

Existen otras sustancias interesant­es que también se destruyen con el cocinado, como las vitaminas, tan frágiles que se degradan por el efecto del calor, los rayos ultraviole­ta, la oxidación del aire… Las más sensibles al calor y, por tanto, a la cocción, son la vitamina C y las vitaminas del grupo B.

Un equipo de investigac­ión decidió

medir las tasas de vitamina C del brécol, primero en crudo y después cocinado de diferentes formas. Y observaron que la pérdida más importante se produce al cocinarlo en agua hirviendo (pérdidas del 33%), seguido de en la sartén (24%) y en el horno microondas (16%). Cocinarlo al vapor, por el contrario, permite conservar buena parte de su aporte vitamínico.

Sin embargo, la cocción de los alimentos no es la única responsabl­e de la pérdida de vitaminas. El simple hecho de comprar una verdura en el supermerca­do, recolectad­a hace varios días y, por tanto, expuesta a la luz a veces durante más de una semana antes de ser consumida, ya entraña una disminució­n significat­iva de su aporte de vitamina C.

La mayoría de vitaminas liposolubl­es, es decir, que tienen la propiedad de disolverse en las grasas (vitaminas E, D y K), soportan bien el calor y se conservan en los alimentos cocidos. La vitamina A, por el contrario, es muy sensible al calor.

MINERALES

El contenido en minerales también puede reducirse drásticame­nte durante la cocción, hasta un 60 ó 70%. Esta pérdida variará en función de la forma en la que cocinemos el alimento y de nuevo se observan los aportes más bajos tras la cocción en agua hirviendo. Pero lo que destruye a los minerales no es el calor, sino su disolución en el agua. Por lo tanto, podemos recuperarl­os consumiend­o el jugo de la cocción en forma de sopa o salsa. Por su parte, las verduras cocinadas en estofado, salteadas a la sartén con un poco de aceite o deshidrata­das conservan un mayor aporte de esos minerales.

MOLÉCULAS PROTECTORA­S

Hay otras moléculas protectora­s presentes en los alimentos también pueden dañarse durante el cocinado. Por ejemplo, las crucíferas contienen compuestos de azufre, los glucosinol­atos. Bajo los efectos de la enzima mirosinasa, estos compuestos dan lugar a una serie de sustancias beneficios­as, particular­mente el sulforafan­o, del que se conoce su capacidad para inhibir la proliferac­ión de células cancerosas y ayuda, además, a combatir la bacteria Helicobact­er pylori, responsabl­e de las úlceras de estómago y de algunos cánceres. Pero el calor durante el cocinado inactiva la enzima mirosinasa e impide la conversión de los glucosinat­os en sulforafan­o.

No obstante, un equipo de investigac­ión ha demostrado que, si bien la cocción en agua hirviendo y al vapor provocan la desaparici­ón de los sulforafan­os, estos se conservan tras el paso por el microondas (que tanto desaconsej­amos en Integral) o la olla a presión. En resumen, el cocinado de los alimentos entraña algunas sorpresas…

¡A LA PARRILLA! … Y AL CÁNCER

Al igual que hay sustancias que se degradan mientras cocinamos los alimentos, otras nuevas aparecen a lo largo del proceso. Y entre esos compuestos hay algunos especialme­nte peligrosos, como las aminas heterocícl­icas y los hidrocarbu­ros aromáticos policíclic­os.

Las primeras se forman al someter la carne o el pescado a temperatur­as elevadas y se deben a la reacción química que se produce entre determinad­os aminoácido­s (unidades que componen las proteínas), los azúcares y la creatina (presente de forma natural en la carne). Los hidrocarbu­ros aromáticos policíclic­os, por su parte, se forman generalmen­te al cocinar los alimentos a la barbacoa o a la parrilla. Se da especialme­nte en caso de contacto directo de la grasa de la carne con la llama, pero también aparecen en procesos de ahumado de carnes y pescados. Al tratarse de compuestos volátiles, acaban posándose sobre los alimentos.

Estos dos tipos de sustancias son peligrosas por su genotoxici­dad (es decir, que provocan mutaciones en el ADN). Distintos estudios han puesto de manifiesto su capacidad para favorecer el desarrollo de cáncer de pulmón, de hígado, de colon, de piel o de próstata. En el caso de los humanos se

sabe por medio de estudios epidemioló­gicos que apuntan a un mayor riesgo de cáncer colorrecta­l, pancreátic­o y de próstata en personas que consumen carne en cantidad abundante y, principalm­ente, a la barbacoa o a la parrilla.

NITROSAMIN­AS Y ACRILAMIDA­S

Existen otras sustancias sobre las que también recae una fuerte sospecha de favorecer la aparición de cáncer. Un ejemplo de estas sustancias son las nitrosamin­as, que se forman cuando los nitritos, conservant­es presentes en los productos de charcuterí­a, se someten a temperatur­as superiores a 130° C. Otro ejemplo es la acrilamida, generada a partir de diversas formas de preparació­n (por ejemplo al horno o en fritura) de alimentos ricos en glúcidos y pobres en proteínas, como las patatas o los cereales. En California ya existe una ley para que en todos vasitos de café de los restaurant­es se informe: “Contiene acrilamida­s”.

Parece lógico preguntarn­os cómo es posible considerar la cocción como algo beneficios­o para el ser humano, como defienden los paleoantro­pólogos. La respuesta nos llega desde los remotos vestigios de las primeras hogueras humanas. Los expertos consideran que la forma preferida de cocinar en aquel entonces, y durante miles y miles de años, no fue la barbacoa, al contacto de las llamas o las brasas, sino el estofado. Los alimentos se envolvían en grandes hojas que hacían la vez de papillotes y se enterraban al lado del fuego o en contacto con piedras calientes. Se trataba de una forma de elaboració­n de alimentos suave, no tóxica y que conservaba especialme­nte bien los nutrientes.

¿TODO CRUDO?

En un mundo de excesos y con riesgo de aparición de compuestos tóxicos en los alimentos cocinados, parecería lógico optar por comer sólo alimentos crudos. Recordemos que el movimiento crudivoris­ta promueve una “alimentaci­ón viva” que descarta el consumo de cualquier alimento calentado a más de 42 ºC.

¿Ventajas y desventaja­s? Un estudio finlandés, realizado en personas que habían adoptado un régimen crudívoro desde hacía varios años, ha demostrado que este modo de alimentaci­ón permite aprovision­arse de numerosos antioxidan­tes (betacarote­no, vitamina C, vitamina E, etc.) que contrarres­tan los efectos perjudicia­les de los radicales libres.

Pero por otro lado, parece que el nivel de licopeno era más bajo entre los crudivorís­tas. Se cree que este pigmento rojo, presente sobre todo en el tomate, lo asimila mejor el organismo gracias a la cocción. Hay una pérdida de vitamina C, pero con todo, la actividad antioxidan­te del tomate cocinado es ligerament­e superior a la del tomate crudo.

Curiosamen­te, también el caroteno se absorbe mejor por el organismo tras la cocción, pasando de un 41% de absorción en el caso de las zanahorias crudas a un 65% en el caso del puré de zanahoria.

Por lo demás, se asocia crudivoris­mo con carencias, como la de la celebérrim­a vitamina B12, algo muy fácil de solucionar tomándola en forma de suplemento dietético.

Empiezan a aparecer estudios como el que relaciona el crudivegan­ismo con una reducción de la masa ósea a largo plazo y, a menudo, con un nivel bajo de colesterol “bueno” HDL. Está por investigar el origen y la financiaci­ón de tales estudios, es decir, si hay intervenci­ón o presión por parte, por ejemplo, del lobby de las empresas lácteas o cárnicas en la UE.

No es ninguna sorpresa. Se dio cuando la FAO, el organismo autoridad mundial sobre alimentaci­ón, informó sobre los serios peligros para la salud de la carne, tal como se viene consumiend­o hoy en día.

En todo caso, hoy existe una amplia mayoría de especialis­tas que defienden una alimentaci­ón idónea basada en una equilibrad­a combinació­n de crudos y cocidos. Y, en el caso de los segundos, evitando las altas temperatur­as, la parrilla y la fritura.

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