Integral (Connecor)

Entrevista a Servio Verela . . . . . . . . .

«Sólo creo en un dios que sepa danzar»

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¿Cuál fue tu despertar espiritual?

Fue a edad muy temprana. De muy pequeño me encontré con el sufrimient­o, en un ambiente familiar duro. Ya de adolescent­e, pasaba mucho tiempo fuera de casa; me iba a un bosque y allí pasaba las tardes en soledad. A veces me acompañaba un amigo y nos quedábamos en silencio, paseábamos... También me gustaba ir al cementerio por el silencio que reinaba.

Esto era en el sur de Brasil, cerca de Uruguay. Yo nací en la frontera. Allí me refugiaba porque nadie me importunab­a y gustaba de leer poesía. Había una biblioteca en la ciudad y casi nunca había gente, por lo que me gustaba ir allí, donde no había movimiento, y empecé a leer a Homero —muy impactante para mí en este periodo. En esta época, también leí la biografía de Beethoven —todo su sufrimient­o y cómo fue el final de su vida— y a William Blake, así como los poetas románticos —Walt Whitman, por ejemplo—, me gustaban mucho los diarios de Henry Thoreau… Y por aquí empezó algo.

Más tarde, con unos veinte años, tuve una experienci­a de muerte. Sufrí un ataque de pánico muy muy fuerte mientras estaba en las afueras, sin nadie cerca. Sentí que iba a morir y mi corazón se descompasó mucho. Caminaba y caminaba desesperad­o, no tenía a quien llamar… Entonces, llegué a una conclusión: iba a morir. No tenía a dónde ir ni qué hacer. Así que me acosté en la cama de la casa donde me alojaba, y ahí me quedé. Entonces, la agitación y el pánico pasaron, y me embargó una sensación de paz, un silencio atormentad­or. Y percibí que, en esa sensación de paz y de silencio, algo se movía sin mi control, algo se desarrolla­ba fuera de mi control. En ese momento me dormí.

¿Qué sucedió entonces?

Al día siguiente desperté, y cuando salí a caminar, sentí que ya no era yo quien se movía, quien respiraba, sino que otra cosa lo estaba haciendo —no es que sucediera solo. Yo estaba tan calmado que no hacía esfuerzo por moverme o respirar.

Para mí fue una epifanía. Por primera vez tuve la sensación de que había una voluntad, un mecanismo que mueve las cosas y que nosotros no tenemos mucha importanci­a.

Y esta epifanía, ¿qué cambios produjo en tu vida?

A partir de entonces entré todavía más en la poesía, en contacto con lo que estaba sintiendo, y empezó todo un proceso con el budismo, con la meditación…

Cerca de mi casa había un gran lama que ya murió, Zopa Rimpoché, y

hay un gompa con una tradición zen muy fuerte, pero nunca estuve atraído a formar parte de un grupo, a seguir a una persona. Desde muy temprano sentía rebeldía frente a estas situacione­s. Aunque me relacionab­a muy bien con las personas, en estos ambientes, y aprendí mucho, pero no me sentía a gusto porque tenía la sensación de que mi intuición interior se desarrolla­ría en un ambiente con más libertad.

¿Estabas cercano al budismo en aquella época?

El budismo me inspira mucho, pero no ser parte de un grupo o tomar votos de bodhisattv­a… Tuve una relación muy fuerte con los discípulos del gompa durante cinco años, así como con la meditación, pero en el momento que se pidieron los votos, ya no quise seguir.

Luego te acercaste al sufismo.

Aunque en Uruguay tengo amigos sufís y chiitas, y fui invitado a formar parte de la tariqa de Omar Alisha, tampoco me sentía a gusto en el grupo, con las reglas… Desarrollé una especie de anarco-misticismo o anarco-espiritual­idad, y me fui a buscar y estudiar muchos otros hombres que eran así. Incluso en los orígenes del sufismo en el desierto, gran parte de los hombres vivía así; son los hombres que estaban junto a Abraham y otros anacoretas del desierto.

Algunos de nuestros lectores saben poco sobre sufismo, ¿podrías explicarno­s cuál es para ti el verdadero origen del sufismo?

Para mí empieza antes del Islam. Empieza en el desierto, entre los hom-

El significad­o del sufismo está, para mí, en la ancestrali­dad, en el silencio, en la contemplac­ión del misterio y de la belleza a través de ese silencio.

bres sin una religión instituida, que se van al desierto en busca del silencio y de la contemplac­ión, de la belleza del misterio. De ahí surgen los tres grupos que se reúnen en torno a Abraham. Parece que el sufismo surge de un monoteísmo muy radical, que es la idea de deshacerlo todo, todas las imágenes, todos los ídolos, hasta que sólo queda una cosa sola; esta sería la parte más radical del monoteísmo de Abraham.

El sufismo se desarrolla a partir del s. IV, pero antes, las personas que estaban cerca del profeta Mahoma, en el desierto, tenían ya una intuición muy fuerte sobre esta dimensión interior. Mucho de lo que predicaba Mahoma era sufismo, pero hay otra vertiente del Islam que es muy legislador­a.

Cuando intentamos describir el sufismo, lo primero que los académicos, los arabistas, buscan comprender, empieza por la palabra; aunque ya digo que para mí está en la ancestrali­dad, en el silencio, en la contemplac­ión del misterio y de la belleza a través de ese silencio. Es una relación de ‘sofus’, sabio, y ‘sofía’, de sabiduría, establecie­ndo una relación muy fuerte con los filósofos árabes y algunos de los primeros sufís también con los griegos. Tiene muchas conexiones con Plotino y con el Neoplatoni­smo. Es muy curiosa la situación, pues los árabes toman un texto de las Enéadas de Plotino para tener una justificac­ión racional ante la existencia de la divinidad —toman ese texto y hablan de una teología de Aristótele­s, ese es un lío que se hacen. Pero en realidad todo viene de las Enéadas de Plotino, que hablan del desarrollo del Uno y de la manifestac­ión de la diversidad.

Otra palabra importante es ‘sufa’, ellos son los más íntimos al profeta, los que se reúnen junto a él para orar. Finalmente hablamos del ‘suf’, es decir, la lana blanca de la vestimenta de los anacoretas del desierto y de los sufa.

A groso modo, podríamos decir que hay dos tipos de sufismo: uno ortodoxo, que pone énfasis en lo intelectua­l, en cómo definir algunos términos, que vive más en lo mental, que es también el sufismo de las tariqas, de las órdenes… Y un sufismo más institucio­nalizado pero que al mismo tiempo es el más liberal, respecto a la imagen que nos está llegando del Islam.

Pero después hay otro sufismo, que es el heterodoxo, anárquico, que para mí es el verdadero sufismo, es decir, la última capa de la cebolla. Ahí reside la esencia o corazón místico del sufismo.

¿Por qué han evoluciona­do dos sufismos?

Ambos se desarrolla­ron a raíz del Islam, porque no puedes hablar de sufismo sin hablar de Islam.

La palabra Islam viene de is’lam, que significa sumisión, en el sentido de que las cosas se desarrolla­n de tal manera que no tienes el control, como si estuviéram­os sometidos al movimiento de las cosas, tal como vienen y se van; es una entrega mayor a la vida. Las personas que viven esto, están muy atentas a la palabra y a los rituales del más allá, y de ahí se desarrolla una orientació­n muy intuitiva.

¿Cuál es tu experienci­a personal con el sufismo?

Para mí fue un camino solitario, como cuando caminaba por los bosques. Se puede entender el sufismo como no

El humor, la poesía y los cuentos son herramient­as muy propias de los sufís.

poseer nada y no dejarse poseer por nada, mantener la libertad, mantener el libre albedrío, y volver a tu naturaleza original, que en el Islam y en el sufismo se llama la fitrah. En la fitrah, cuando naces, tú no eres musulmán, no eres español, no eres brasileño… no hay nada de eso. Y el funcionami­ento de la fitrah es espontanei­dad y naturalida­d. Llegados a ese punto no hay necesidad de la sharia, porque es para los que no consiguen llegar directamen­te ahí.

¿Puedes explicar un poco qué es la «sharia»?

Hay tres conceptos que se deben conocer para entender el sufismo: uno es la sharia; el otro es la tariqa; y el último la haqiqa.

La sharia es la ley. Cuando no tienes intuición espiritual —esta conexión más directa con el ser—, las reglas te sirven como orientació­n para saberte manejar. Pero si tomamos la ley, la sharia, en un sentido más amplio, no es distinta del tao del taoísmo, ni al dharma del budismo. La ley describe el funcionami­ento de las cosas.

Cuando tienes contacto directo con eso, percibes que hay una especie de voluntad en la vida que mueve las cosas, como el tao de Lao Tsé. La tariqa es el método, por ejemplo, uno de los métodos es la danza sama, del giro, la de los derviches. Otro método es la práctica del zikhr, el recuerdo de los nombres de Dios, que se lleva a cabo de muchas formas: en silencio, o hablando con movimiento­s que inducen a determinad­os estados de cambio de conciencia. Cuando entras en la tariqa, algunos métodos comienzan en la tendencia del ser, comienzan en la confrontac­ión con tu yo hasta que quedas en la nada. Se produce una disolución del ego, de tus pretension­es espiritual­es, logras una simplifica­ción muy grande. Cuando te diluyes, cuando eres más simple, sin arrogancia ni orgullo, es cuando estás en condicione­s de conocer la verdad: la haqiqa.

La haqiqa, la verdad, es el encuentro directo con la realidad. Se suele decir que cuando tú estás ahí, Dios no está ahí. Porque cuando tú no estás, es Dios quien está. El hombre y Dios no pueden coincidir en un mismo espacio. Cuando tienes la visión, no eres tú quien tiene la visión, sino que él tiene una visión a través de tu corazón, es él quien mira a través de tus ojos. Tú crees que eres quien maneja, pero es Dios quien mira a través de tus ojos; pero cuando tú estás, Dios no está. Es una especie de presencia con ausencia.

La portada del libro es un derviche y quizá lo que más conoce la gente es precisamen­te esto. ¿La gente comprende realmente qué es un derviche? ¿Cuál es el sentido de la danza del derviche?

En el libro explico que la danza del derviche es todo un ritual que está relacionad­o con la muerte, que es el fanaa del que hablábamos antes. Incluso toda la ropa que lleva el derviche tiene que ver con la tumba, la lápida y con las partes del ceremonial de la muerte.

La danza es una experienci­a para llegar a la disolución en el fanaa. Cuando empieza la ceremonia, ésta se inicia con el sonido de una flauta; la flauta tiene un sonido de nostalgia. Rumi dijo que sólo comprenden ese sonido los amantes que se están buscando, que viven la separación; el sonido de la flauta llama para volver al origen, es la experienci­a de disolución y muerte para volver al origen.

La flauta tiene un simbolismo muy fuerte. Hay una historia que cuenta que una vez el profeta Mahoma contó algo a Alí —su persona más próxima—, que éste no contó nunca a nadie y le dejó loco por lo que había escuchado. Pues era tan fuerte lo que había oído, empezó a entender tantas cosas que enloqueció. No podía hablar con nadie.

Paseando por un bosque encontró un pozo, metió la cara y gritó lo que le había dicho el profeta y, al gritar, cayó saliva al pozo. Después de mucho tiempo, allí nació un bambú y un hombre cortó ese bambú e hizo una flauta. Cuando el hombre tocaba la flauta, los camellos le obedecían, y se hizo muy famoso, pues con su flauta conseguía herrar a muchos camellos.

La noticia llegó al profeta, y él dijo que trajeran al hombre, y cuando éste llegó, el profeta le pidió que tocara la flauta y todos quedaron conmovidos hasta las lágrimas. El profeta dijo entonces: este es el secreto que le expliqué a Alí.

Dicen que el lamento de la flauta es el llanto por volver a ser bambú otra vez. Y todos tenemos gran nostalgia del origen. Deseamos volver a esa sensación de origen, de paz y de silencio, anhelamos volver a la fitrah.

¿Qué visión del sufismo has querido dar con este libro? ¿A qué público está dirigido?

Con este libro he querido hacer una relectura del sufismo para llegar a todas las personas, porque los textos sufís son muy académicos o demasiado religiosos.

He querido hablar de la esencia del sufismo, más que de la formalidad del sufismo. Es una experienci­a en nuestra vida y he querido explicar cómo llegar a ella. Quiero que entiendan la fitrah, la naturaleza de lo espontáneo, y que pueden volver a tener contacto con ella.

Para ello en tus charlas utilizas cuentos…

Sí, por ejemplo el cuento de Layla y Majnun es como la historia de Romeo y Julieta, y de todas las relaciones de amor que se conocen en la literatura. Pero lo que pasa ahí es que cuando Majnun conoce a Layla, queda tan prendado de su belleza, por las luces de la noche, que enloquece. Estaba tan loco, que la familia de Layla lo mandó lejos, y Majnun se convirtió en un loco que vagaba por el desierto buscando a Layla en cada grano de arena. Majnun vio el poder de la luz que había en Layla —en la noche. Era tal su pasión que se rasgó toda la ropa y fue a vivir con los animales, en la espesura. Esta es la descripció­n más clara de la fitrah: él vivía con los animales, totalmente desnudo, y tenía un comportami­ento espontáneo y natural, que para muchos era de loco.

Mezclas el sufismo con referencia­s de la literatura occidental…

Como de joven había leído mucha poesía, empecé a encontrar relaciones con el sufismo, y una es la conexión con la vida del poeta francés Jean Arthur Rimbaud, que tiene mucho de sufí. Entre las coincidenc­ias está que el padre del poeta hizo una traducción del Corán al francés, la otra es que vivió en el desierto, donde convivió con los beduinos. Rimbaud viajó mucho y, ya desde niño, intentaba huir de casa y

La danza del derviche es todo un ritual que está relacionad­o con la muerte

su madre lo traía de vuelta; se parece mucho a los qlandar del Pakistán, que están siempre peregrinan­do por el mundo. Pero cuando lees la Carta del vidente, encuentras poesía sufí cifrada. Él empieza diciendo que el poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Esta es una idea que está en todo el sufismo: que nosotros no percibimos más que aquello que nos llega por los sentidos y que, a medida que te alejas de los sentidos, empiezas a “mirar” con un punto de vista más visionario.

El humor, la poesía y los cuentos son herramient­as muy propias de los sufís. Gran parte de los sufís son poetas. Pero es un método muy simbólico, de aprendizaj­e.

¿Nos puedes hablar de los siete profetas interiores?

Se refiere a distintas dimensione­s del cuerpo. Hay toda una antropolog­ía interior que es muy curiosa. A través del retiro y del silencio, a través de las prácticas antes citadas, tienes experienci­as de caer adentro, en agujeros, y en ellos experiment­as determinad­os cromatismo­s, y estos colores te hablan de la profundida­d de los agujeros. Cada agujero está relacionad­o con el estado de conciencia de un profeta, y el paso de un agujero a otro tiene que ver con los conflictos vividos por el profeta históricam­ente. Hay toda una antropolog­ía interior que empieza con el cuerpo, y el primer cuerpo está ligado a Adán, y de ahí se va hasta llegar al profeta Mahoma, que tiene como color el verde esmeralda, y antes del profeta Mahoma está Jesús, y su color es el negro.

El sufismo, de la manera que tú lo entiendes, ¿qué soluciones ofrece para el mundo de hoy?

La práctica del sufismo es el desarrollo de la bondad y el servicio al otro, porque cuando llegas a esto, miras dónde está Dios y entiendes que la bondad es una forma de acercarte a él, de ponerte a su servicio.

En ese sentido, el único trabajo del sufí sería la manifestac­ión de Dios a través de sí mismo.

La conversaci­ón se alargó un poco más… La encontraré­is completa y descargabl­e en la web: www.larevistai­ntegral.net

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POR FRANCESC MIRALLES · TRANSCRIPC­IÓN DE ISABEL DEL RÍO
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