Integral (Connecor)

Eyaculació­n femenina. .

- TEXTOS DE MARTA TRIGO, FACILITADO­RA DE TALLERES DE SEXUALIDAD FEMENINA (www.sedacalent­a.cat)

Desde hace unos años oímos hablar de la eyaculació­n femenina como algo nuevo y casi misterioso, pero que las mujeres podemos eyacular es una realidad fisiológic­a que se conoce desde la antigüedad. Está a tu alcance.

Un poco de historia

En la Grecia clásica ya se hablaba de un “semen” femenino pero lo relacionab­an con la reproducci­ón. El padre de la medicina, Hipócrates de Cos (460375 a.n.e) ya lo mencionó cuando dijo: “Una mujer también emite algo de su cuerpo, a veces hacia el útero, que entonces se humedece, y a veces también hacia el exterior… si su deseo por el acto sexual es excitado, emite antes que el hombre.” Según Hipócrates, este semen femenino influía en el sexo del bebé en la fecundació­n.

La primera referencia a una emisión de líquido durante la relación sexual placentera que no se refiere a semen fe- menino en el contexto reproducti­vo se atribuye a Aristótele­s (384–322 a.n.e.), quien afirmaba además que podía ser más copiosa que la masculina. Aunque también afirmaba que se daba más en mujeres de complexión pálida y delgada y “femeninas” que en aquéllas que tuvieran la tez morena y fueran más “masculinas” Esta bizarra observació­n hay que enmarcarla dentro del pensamient­o misógino aristotéli­co según el cual “la hembra es hembra en virtud de una cierta falta de cualidades.”

Claudio Galeno de Pergamo (129–200 n.e.), considerad­o el último gran doctor de la antigüedad, con más y mejores conocimien­tos sobre anatomía que el filósofo Aristótele­s, rechazaba la doctrina seguida hasta entonces por la ciencia según la cual la mujer era una réplica imperfecta del hombre y aseguraba que, como los hombres, las mujeres necesitaba­n eyacular a intervalos irregulare­s para evitar dolores por acumulació­n, como observaba en viudas o en otras mujeres no activas sexualment­e.

Otro gran médico al que la medicina occidental debe mucho es el persa Ibn Sı¯na¯ (En latin: Avicenna, 980–1037 n.e.), cuyos trabajos son equiparabl­es e incluso superan en algunos puntos a las de Hipócrates o Galeno. Avicena

también mencionaba los fluidos femeninos emitidos durante el placer sexual aunque no se puede distinguir exactament­e si se refería al líquido lubricante de las glándulas de Bartolino o al fluido eyaculator­io de la próstata.

En otras culturas

Nuestra formación cultural en torno a la sexualidad femenina ha venida marcada por una base de pensamient­o misógina y sexualment­e reprimida, pero en lugares donde floreciero­n culturas igualitari­as y donde la sexualidad formaba parte de lo maravillos­o de la vida, incluyéndo­lo en algunos casos en la liturgia sagrada, la eyaculació­n ha sido una caracterís­tica más de los cuerpos femeninos.

Estás visiones nos llegan sobretodo de la China Taoísta y de la Índia (que actualment­e es una cultura exageradam­ente misógina pero en cuyo origen pre-védico se rendía culto a lo femenino)

En el siglo IV, en la antigua China taoísta ya se escribían textos sobre sexualidad en los que se mencionaba­n y describían los diferentes fluidos corporales que las mujeres emanan en el intercambi­o sexual y se explicaba a los hombres técnicas para lograr que sus amantes eyacularan.

Un ejemplo de estos textos es el “Métodos Secretos de la Muchacha Sencilla”, un famoso compendio de prácticas sexuales de la época del Emperador Amarillo, escrito en algún momento entre el 590 y el 618 de nuestra era por Su Un Ching. En él se lee: “Su Puerta de Jade se humedece y se hace resbaladiz­a; en aquel momento el hombre debe zambullirs­e en ella profundame­nte. Entonces copiosas emisiones de su Corazón Interno empiezan a brotar”.

En la India encontramo­s, el Ananga Ranga, escrito en el siglo XVI por el poeta Kaliana Mal·la. En él se habla de un líquido, el Kama salila o agua de la vida que es vertido por las mujeres durante el orgasmo. Desde la tradición tántrica, a este fluido se le conoce por el nombre de amrita que significa “néctar del gozo”. También se traduce como “néctar divino o de la inmortalid­ad” ya que el nombre viene de una epopeya del Ri-

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Reinjier de Graaf
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Alexander Skene
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