FLORECER
DESPUÉS DE UN INVIERNO ESPECIALMENTE DURO Y PERTINAZ, LLEGA POR FIN EL MES DE MAYO. Y CON ÉL BROTA, COMO DIRÍA RUSKIN, EL ETERNO Y COLORIDO CONSUELO DE LA HUMANIDAD. SIEMPRE HAY FLORES PARA QUIENES QUIEREN VERLAS –Y COMPRARLAS–, PERO AHORA MUCHAS MÁS
Perfilamos el trabajo de tres grandes floristas
CARLOS DE TROYA
BELLEZA ASILVESTRADA
Carlos de Troya llevaba postergando su atracción por las flores desde la infancia, cuando, de paseo con su padre, jugaba a distinguir las distintas especies en las floristerías de su barrio madrileño. Sería muy lejos de él, ni más ni menos en Amberes (Bélgica), donde se reencontrara, años más tarde, con su vocación desatendida, ya licenciado en Bellas Artes y Arquitectura. Allí empezó a trabajar para el prestigioso Mark Colle, florista de la alta costura, “haciendo vida de sótano –donde se limpian y preparan las flores–, en jornadas maratonianas durante la temporada alta, pero encantado y sin quejarme”, recuerda. Le contrató de inmediato y Carlos sumó tres años de valiosísima experiencia antes de volver a Madrid y abrir, con sus ahorros belgas, un espacio minimal decorado por él mismo en el Barrio de Conde Duque. “Trato de recuperar el valor natural de la flor, y de que las composiciones no sean tan ordenadas ni tan perfectas, sino más silvestres, más desestructuradas, aunque estén muy bien hechas. Y compro como si fuera para mi”. Una filosofía creativa que en apenas un par de años le ha valido ya una clientela fiel y encantada.