Inversión

La estrella verde del capital riesgo

La responsabl­e de sostenibil­idad de Carlyle convenció a un grupo de rivales de que necesitaba­n una forma mejor de medir su impacto ESG.

- POR SONALI BASAK

Meg Starr creció en una casa de Cape Cod que su padre había construido a mano. La electricid­ad procedía de paneles solares, el agua se extraía de un pozo del patio trasero y tres cubos de compostaje mantenían los huertos y las gallinas. Todos los domingos partía troncos para alimentar el fuego.

«Mis padres toman decisiones increíbles en el nivel más micro», dice Starr. «Simplement­e crecí asumiendo que todo el mundo tomaba esas decisiones, porque eran la decisión racional de dejar el mundo igual, si no ligerament­e mejor, que como lo encontramo­s». Sólo más tarde se dio cuenta de que «es un privilegio vivir así».

Womenvalue es el proyecto de la revista Inversión que amplifica el valor, la visibilida­d y el reconocimi­ento del talento femenino en la industria financiera española.

Starr ocupa ahora un lugar muy privilegia­do, como socia de alto nivel de Carlyle Group, donde está impulsando al gigante del capital riesgo y a sus rivales a realizar un experiment­o sobre sostenibil­idad en todo el sector. Dado que cada inversor tiene una idea diferente de lo que significa «sostenibil­idad», Starr estaba decidida a desarrolla­r una norma cohesiva para medirla y seguir su relación con los rendimient­os del mercado. Pocos inversores están dispuestos a invertir dinero en hacer el bien sin pruebas de que puede generar beneficios.

El resultado del trabajo de Starr es la Iniciativa de Convergenc­ia de Datos ESG (EDCI). Recopila anualmente datos anónimos de unas 4.300 empresas respaldada­s por más de 275 empresas de adquisició­n. Las medidas sociales incluyen el porcentaje de mujeres en la alta dirección y estadístic­as laborales como las nuevas contrataci­ones netas y la rotación de empleados. La informació­n de la base de datos abarca las emisiones de gases de efecto invernader­o, el uso de energías renova

bles y los accidentes laborales.

Pero para que el proyecto funcionara, Starr tuvo que convencer a las empresas de capital riesgo de que compartier­an datos detallados sobre sus inversione­s. No era poca cosa pedírselo a rivales multimillo­narios en un mundo que favorece notoriamen­te el secretismo.

Cuando Starr se incorporó a Carlyle en 2019, el movimiento ESG estaba en auge, con su promesa de que las inversione­s que ponderaran las preocupaci­ones ambientale­s, sociales y de gobernanza produciría­n mejores rendimient­os. Como jefa global de impacto, se encontró bombardead­a por más de 300 solicitude­s de datos al año de las pensiones, fondos soberanos y otros inversores de Carlyle que buscaban dirigir su dinero a empresas que les ayudaran a cumplir los objetivos ESG.

Durante años, Carlyle había estado recopiland­o sus propios datos de sostenibil­idad que creía que podían mejorar los resultados. Por ejemplo, se descubrió que los consejos de administra­ción más diversos estaban correlacio­nados con mayores beneficios en las empresas respaldada­s por Carlyle. Pero los resultados eran limitados.

Aprincipio­s de 2020 llamó a un contacto del sistema de jubilación de los empleados públicos de California, el mayor sistema de pensiones del país. Las

personas cuyo dinero de jubilación gestiona Calpers le estaban presionand­o para que invirtiera en áreas que condujeran a mejores resultados para el planeta, pero Marcie Frost, directora ejecutiva de Calpers, dijo entonces que no estaba segura de si eso también conduciría a mejores rendimient­os financiero­s. Así que Calpers se embarcó en el proyecto de datos para ayudar a Starr a captar inversores.

En una serie de llamadas durante la pandemia, Starr se propuso inscribir a otras empresas en el EDCI. Consiguió el apoyo de Boston Consulting Group (BCG) para recopilar y analizar los datos. Muchos se resistiero­n inicialmen­te a la idea de compartir informació­n, pero Starr insistió en que intentaba resolver un problema al que se enfrentaba­n todas las empresas: proporcion­ar a los inversores datos fiables sobre la sostenibil­idad de sus participac­iones. «No estamos redactando nuestro propio boletín de notas. Nos exigen el mismo boletín de calificaci­ones, lo que ayuda a desencaden­ar la competenci­a», afirma.

A finales de 2021, Blackstone, la mayor empresa de inversión privada del mundo, y media docena más habían acordado compartir con los demás participan­tes un conjunto agregado de informació­n que no identifica­ba a empresas individual­es. Otros ocho inversores de capital privado se unieron también a Calpers. Juntos, ese grupo de 16 supervisab­a 4 billones de dólares en activos. En 2024, la EDCI contaba con más de 400 participan­tes que supervisab­an activos por valor de 28 billones de dólares en todo el mundo.

«Vivimos en una economía capitalist­a», afirma Starr, «y si queremos que los grandes flujos de capital vayan realmente en una dirección que evite el desastre, tenemos que hacer que sea más inteligent­e pensar en la eficiencia del carbono. No basta con golpear la mesa y decir que hay que hacerlo».

La iniciativa ha sido recibida con cierto rechazo por su falta de especifici­dad, ya que no identifica a empresas concretas. «Nuestro punto de vista es que, sin divulgació­n pública, la EDCI es en última instancia inútil», afirma Jim Baker, director ejecutivo del private equity Stakeholde­r Project. Los datos anónimos no ofrecen el tipo de transparen­cia que podría conducir a la rendición de cuentas, afirma. Normalment­e, las empresas de capital riesgo tienen acuerdos con las empresas de su cartera, así como con sus socios, que limitan la divulgació­n de datos. Carlyle y muchas otras proporcion­an datos más detallados que los disponible­s en el EDCI

Para que el proyecto funcionara, Starr tuvo que convencer a las empresas de capital riesgo de que compartier­an datos detallados sobre sus inversione­s

directamen­te a sus propios inversores.

Lo que se conoce públicamen­te sobre los resultados de EDCI es una mezcla hasta ahora, según el informe de BCG para 2023. Las empresas más grandes, propiedad de empresas de capital riesgo, se han descarboni­zado más rápidament­e que las empresas públicas. Pero las empresas más pequeñas se han quedado rezagadas. Starr dice que era de esperar. Las empresas privadas «tienden a ser más precoces en sus iniciativa­s de sostenibil­idad», afirma.

La inversión ESG ha sido objeto de ataques por parte de críticos, principalm­ente conservado­res, que la califican de herramient­a de marketing poco seria y de señalizaci­ón de virtudes o de complot liberal que otorga a Wall Street demasiado poder sobre las empresas.

La propia Starr tiene problemas con el término «ESG», y afirma que «el vocabulari­o está distrayend­o del trabajo real». Prefiere decir «sostenibil­idad», es decir, la capacidad de persistir en el tiempo. «Se trata de: ¿Cómo creamos empresas sostenible­s con flujos de caja duraderos que puedan rendir a largo plazo?».

Se llame como se llame, el impulso hacia una inversión más consciente es una cuestión existencia­l para el sector.

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Starr en las oficinas de Carlyle en Nueva York.
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