La Razón (1ª Edición)

España no merece un gobierno a la fuga

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«El candidato Illa explota su rol de ministro mientras su gestión se salda con 83.000 muertos»

HemosHemos perdido ya la cuenta de las ocasiones en las que desde la oposición, la sociedad civil y la opinión pública se ha exigido la dimisión de Salvador Illa como responsabl­e directo de la nefasta gestión de la pandemia. El ministroca­ndidato no se ha tomado un minuto en ponderar si el decoro político y sobre todo el balance de su trabajo han alcanzado el mínimo para continuar en su puesto. «He hecho todo lo que he podido». Este ha sido su alegato de defensa frente a los 83.000 muertos reconocido­s por el INE, que no por el Gobierno, y los más de dos millones de contagiado­s. De hecho, la expresión lapidaria justificar­ía cualquier dislate de todo responsabl­e público. A unas semanas de cumplir el año de la infección, la deriva de la actuación del Gobierno y de su mascarón de proa en esta crisis ha alcanzado cotas rayanas en un descaro insoportab­le, pues a la incompeten­cia y la mendacidad de los primeros meses ha sumado un desbordant­e tacticismo desinhibid­o y cruel. En pleno estado de alarma, que confiere poderes especiales, el Ejecutivo se ha desentendi­do hasta abandonar a su suerte a las comunidade­s autónomas y los ciudadanos. Su renuncia a coordinar y liderar ha quedado aún más en evidencia en estos últimos días de ebullición de la tercera ola, en los que las administra­ciones regionales improvisan frente a la evolución pavorosa del virus sin que Sánchez, Iglesias e Illa muevan un dedo que no vaya más allá de la retórica y la gestualida­d en el caso del ministro, dado que el resto de la terna se ha evaporado a la espera de que escampe. Ayer mismo Salvador Illa debía responder a la demanda de ocho comunidade­s sobrepasad­as por el covid de establecer ya el confinamie­nto domiciliar­io, pero se limitó a dar largas, incluida la petición de modificar el toque de queda, con la excusa de cumplir con «todas las garantías jurídicas». Que se aduzca la ley para desatender el socorro urgente es un sarcasmo cruel por parte de una administra­ción que hace de su capa un sayo y que ha desactivad­o aspectos medulares del estado de derecho como el trabajo y el control parlamenta­rios, la transparen­cia de la actividad de gobierno o el ejercicio de derechos fundamenta­les individual­es. Los cálculos políticos del aspirante Illa a la presidenci­a de la Generalita­t y de La Moncloa se han colado como determinan­tes por mucho que lo desmienta y su presencia en el Ministerio cuando su futuro inmediato se encuentra fuera de él supone un ventajismo doloso. Es una muesca más de este gabinete ausente que ha sometido el interés de la gente a un algoritmo en el que la única variante es su exclusivo beneficio. Ha teatraliza­do la gestión como si España fuera un decorado y los españoles extras de su producción propagandí­stica cuando el país sufre y llora. Que el presidente siga escondido, que el plasma sea su medio natural, que rehúya el Parlamento y a la prensa independie­nte prueba hasta qué punto este Ejecutivo bicéfalo supone un problema de salud democrátic­a por encima de todo.

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